Etiquetas

, , , , , , , , , , , , ,

Continúo y termino con el post de hoy la historia que comencé ayer sobre la noticia publicada en el periódico El Imparcial, año XLVIII, núm. 17.080, del lunes 7 de septiembre de 1914, con el título Un hombre y una mujer moribundos.

Podría haberse titulado también esta historia, poniéndonos en plan literario, Tragicomedia de Calixto y Emilia, porque, al igual que los enamorados de La Celestina, Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, o los amantes de Teruel, los protagonistas viven un amor imposible y están destinados a una muerte sangrienta. Salvando, por supuesto las distancias. En estos casos, aquel dicho del poeta medieval francés, «L’amour plus fort que la vie et que la mort» («El amor más fuerte, que la vida y que la muerte»), queda, naturalmente, en entredicho. Fue el de Calixto y Emilia uno de esos amores que parecía destinado al desastre desde su comienzo y tenía todos los ingredientes para desarrollarse como un auténtico argumento tragicómico, especialmente cuando faltó el dinero. Y Calixto fue el instrumento de la desgracia.

Vimos en el post de ayer la escena final del drama: crimen y sangre. Y ahí nos quedamos, con los protagonistas moribundos, y con algunos interrogantes: ¿Qué había ocurrido? ¿Qué había desencadenado una situación tal? ¿Por qué un crimen tan atroz? Pasó entonces a actuar el juez interino, Manrique Mariscal de Gante, quien interrogó a la enamorada, que se encontraba a un paso de la muerte. Y gracias a lo que ella dijo se conocieron los entresijos más profundos de lo ocurrido. Fue precisamente esto lo que publicó el corresponsal del periódico, a modo de flashback. He aquí, algo dramatizada, la historia que contó Emilia al juez sobre la tragedia que había vivido:

Hizo [Emilia], según las referencias que hemos conseguido, una sucinta relación de los cuatro años de vida íntima con Calixto, afirmando que nunca hubo entre ellos el más leve disgusto.

Calixto era hombre de dinero sobrado, y de él vivieron felizmente, contentos y enamorados durante los tres primeros años de mancomunidad.

Ultimamente, el caudal del hombre, que poco había ido aminorándose, quedó reducido á la nada, y Calixto, ya camino de la vejez, se desesperaba al pensar en las dificultades que se le avecinaban.

Pero tenía Calixto un crédito, algo importante, contra determinado almacén de granos y semillas de esta corte, con lo cual pensaba emprender algún negocio que le permitiera seguir viviendo.

No ha sido así, por desgracia para Calixto. Dos, cuatro veces ha ido el buen hombre á la casa deudora, sin conseguir el éxito que anhelaba.

Un día, al informar Calixto á Emilia de esta contrariedad, la dijo:

– ¡Esto acabará mal!  ¡Yo mato á ese hombre y después me mato!

Ayer, según cree Emilia, debió Calixto recibir otra contrariedad al visitar la casa deudora, y cuando fué á la posada mostró muy mal humor.

Ya habían almorzado hombre y mujer, cuando hablaron de la situación en que estaban. Hallábase ella sentada en una silla, y él, en un rapto de desesperación, siguiente á unas cuantas palabras airadas que cruzaron, exclamó:

– ¡Yo no puedo más! ¡Ahora se acaba! …

Emilia echó á correr por el pasillo, con dirección á la escalera, porque sabía que él llevaba consigo el arma, y no logró ponerse en salvo.

Calixto, desde la puerta de su habitación, la hizo los dos disparos que la hirieron gravemente. Instantes después, el agresor atentaba contra su vida.

Emilia, después de prestar declaración ante el Juzgado, fué trasladada también en camilla al Hospital provincial.

El Juzgado continuó su labor en la Casa de Canónigos, donde recibió declaración á cuantas personas se hallaban en la posada del Dragón al ocurrir el delito.

Los dos lesionados se hallaban esta madrugada en estado gravísimo.

Ésta es la historia, y éste fue el final de los dos enamorados. No sabemos nada más sobre ellos ni sobre lo que les ocurrió; al menos, yo no he encontrado más informaciones. Lo único que se supo fue, al parecer, lo que dijo Emilia, pues no hubo más testigos del hecho.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO