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Botas, campo de criptana, Cementerio, Entierro, Francisco Alarcón, José de Juana, Juez, Muerto, Patricio Díaz Hellín, Sacerdote, Sacristán, Saqueador, Sepulturero, Terror, Tumbas
El caso del saqueador de tumbas, al que hice referencia en el post del pasado 30 de agosto (Campo de Criptana, 1911: Más sobre la espeluznante historia del saqueador de tumbas… y su mujer) y, ya antes, en el del 27 de mayo (Campo de Criptana, 1911: La espeluznante historia del saqueador de tumbas) siguió siendo noticia. Y no podía ser de otra manera, porque Campo de Criptana, que vivía confiado en la integridad moral de su sepulturero, se vio sacudido por una terrible sorpresa. Todas aquellas joyas, enseres valiosos, trajes sin estrenar, zapatos nuevos y relucientes que habían servido de equipaje a sus muertos en su último viaje, todo aquello, podía estar circulando por ahí, en manos de quién sabe quién.
Cuando aún Campo de Criptana no había terminado de salir de su asombre, el caso dio un vuelco repentino, aunque el desenlace no dejó contento a casi nadie. Tampoco al corresponsal del periódico El Pueblo Manchego, que sospechaba que había algo mucho más grave detrás del asunto que el simple robo de unas botas a un muerto y que no todo se estaba sacando a la luz. Al final, parece que confesó la mujer del saqueador, y dijo que había sido ella la que había robado las botas al muerto. Si fue así realmente, demostró una gran desvergüenza al pretender cambiar esas botas en una zapatería, o una gran descarada imbecilidad. El juez cerró el caso, pero quedó en la mente de los criptanenses el temor a que sus muertos no pudieran encontrar aún descanso en el turbador cementerio de Campo de Criptana. La noticia se publicó en el diario citado, año I, núm. 168, del viernes 28 de julio de 1911:
Ampliando mi correspondencia de ayer respecto á este particular, diré que se ha confirmado plenamente cuanto dije.
A las cuatro y media de la tarde se ha constituído en esta localidad el dignísimo juez de instrucción del partido don José de Juana, con objeto de empezar las diligencias que, según he podido traslucir, han dado por resultado el que se haya confesado autora del delito de profanación de sepultura, la mujer del sepulturero Patricio Díaz Hellín.
Ante la confesión del crimen, el señor juez parece se dió por satisfecho, declarando terminada su misión una vez que hizo deponer en las actuaciones al sepulturero que con su mujer se encuentra detenido, al padre del niño expoliado, al Sr. D. Francisco Alarcón dueño del establecimiento á donde se presentó la mujer para cambiar el par de botas, y que fué quien puso el hecho en conocimiento de las autoridades, y cuyo proceder merece los mayores elogios; dos peritos zapateros y el sacerdote y sacristán que hicieron el entierro.
Aunque al parecer la justicia cree haber terminado su misión de esperar es, y en ello confía la opinión indignada ante hecho tan vandálico y salvaje, se practiquen otras diligencias ampliando ó mejor, haciendo reconocimientos, etcétera, pues no es de creer que quien se encona en un par de botas, cuyo valor nada significa, no se haya fijado en prendas de más valor, capaces de tentar la inconsciente codicia de algún desalmado ó desalmada.
Y de lamentar sería que la cordura y sensatez de los pueblos, pues á no dudarlo, de suceder en otro punto se hubiera suscitado grave conflicto de orden público, se haga callar con un paliativo y no llegar al extremo á que puede conducir el seguimiento de una pista que empieza en las botas del pobre niño robado y sepa Dios dónde pueda concluir.
Llamamos la atención de las autoridades judiciales, que no esperen á que se presente á deponer nadie contra los detenidos como parece exigen, porque no creemos hagan falta esas revelaciones, cuando como en el caso presente esas sospechas se respiran, se marean en el ambiente que todos tenemos que aguantar, debe, pues, el señor juez demostrar su actividad y celo, pues me consta son probados, y su caballerosidad me los garantiza; debe, digo, exprimir y sacar hasta la última consecuencia si quiere que un pueblo como Campo de Criptana, tan amigo á la paz la conserve, que no podrá tenerla si no se sigue, busca y castiga á quienes turban ó han podido turbar la de sus muertos.
EL CORRESPONSAL. 27-7-1911
No he creído necesario volver a recrear un ambiente tétrico de cementerio, de noche, a la luz de la luna y todo eso, a la manera en que hice en los post anteriormente dedicados a este tema. Sin embargo, tengo que reconocer que habría sido lo más apropiado. Posiblemente el terror no es exclusivo de la noche, ni de los cementerios, ni de la luna llena, ni tiene que ver necesariamente con el mundo de los muertos. El terror está en cada rincón, en cada lugar, incluso bajo la luz del sol de verano; un camino solitario, una casa en ruinas cuyas ventanas, abiertas de par en par, parecen estar mirándote de soslayo, esa puerta de una habitación a medio abrir, o esa puerta cerrada, como si escondiera algo… En cualquier cosa puede haber terror, en unas botas robadas a un muerto, en un leve suspiro en la soledad de la noche que te trae a la memoria escenas de aquella película mítica, única, extraordinaria e insuperable de George G. Romero, La noche de los muertos vivientes. Sus muertos protagonistas no llevaban sus botas, ni sus ropas, ni sus joyas.
Aquella famosa y magnífica rareza cinematográfica española, con título original italiano, No profanar el sueño de los muertos siempre nos recuerda que, profanar la paz y el descanso de los muertos, nunca es bueno. Y en Campo de Criptana, aquel nefasto año de 1911, ningún muerto descansó en paz.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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