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La historia del tren en Campo de Criptana es buena y mala a la vez, o tiene dos caras, como las monedas. Cuando el tren llegó a Campo de Criptana, comenzó una nueva era para este pueblo. Criptana se zambulló, de repente, como quien no quiere la cosa, y casi sin que sus habitantes se dieran cuenta, en la modernidad. Quedaban atrás aquellos viajes largos, pesados y peligrosos en diligencia o en alguno de los muchos tipos de vehículos de tracción animal entonces existentes. El tren revolucionó la vida de Criptana, y ya, desde entonces, ni el pueblo, ni su paisaje, ni sus gentes, serían los mismos que antes.
Sin embargo, también el tren tiene su crónica negra en Criptana. De vez en cuando, la guadaña mortífera de un tren segaba la vida de algún que otro criptanense, como si de mies de estío se tratara. De vez en cuando, algún criptanense se aventuraba a las vías, osado y confiado, quién sabe si pensando en sus cosas o cavilando cómo llegar a fin de mes, y la desgracia caía de repente sobre él. Y como la muerte es de natural rencorosa y no ceja en sus objetivos funestos, raramente perdonaba la vida. Ya en oras ocasiones he traído a este blog historias de la crónica negra ferroviaria criptanense. Uno de los primeros siniestros ferroviarios ocurridos en el término criptanense tuvo lugar en 1859, cuatro años después de la puesta en marcha de la línea, cuando Liborio Carramolino cruzaba la vía con una galera cargada de mies: Un siniestro ferroviario en los tribunales (Campo de Criptana, 1859-1861). En el kilómetro 151 fue arrollado Ignacio Sánchez Mateos en 1905: El sueño de la muerte (Campo de Criptana, 1905). En 1913 murió atropellado por el tren el «peatón» Victoriano López Pintor Martínez: La historia del peatón atropellado por el tren (Campo de Criptana, 1913). Pero hay muchos más casos ocurridos en los primeros años del siglo XX. Voy a ocuparme hoy del ocurrido a comienzos de enero de 1903. Tres periódicos publican noticias sobre ese siniestro, con ligeras diferencias entre unos y otros.
La época, año LIV, núm. 18.880, del viernes 2 de enero:
Telegrafían de Criptana que el tren expreso de Valencia ha arrollado en el kilómetro 165 á un hombre llamado Arturo Rivas, causándole heridas de gravedad.
El día, año XXIV, núm. 7.900, del viernes 2 de enero:
Ciudad Real, 2. Gobernador á ministro:
El jefe de estación férrea de Criptana me telegrafía hoy: el tren expréss núm. 93 ha arrollado, en el kilómetro 155,63 metros a un joven llamado Arturo Rivas, ocasionándole heridas graves.
La correspondencia militar, año XXVII, núm. 7.606, del 2 de enero:
La noticia que publica este periódico es similar a las anteriores, con la salvedad de que sitúa el lugar de siniestro en el kilómetro 155 de la línea férrea.
Comenzó, así, el año muy mal para Arturo Rivas. Respecto al lugar del accidente, no hay acuerdo entre los tres periódicos: el primero dice que fue en el kilómetro 165 de la línea férrea, el segundo, que fue en el 155,63 y el tercero en el 155. El kilómetro 165 se encuentra aproximadamente en el paraje llamado «Carralero», ya muy cerca del río Záncara y no muy lejos de la Casa de Carabina, a la izquierda, y la Casa de Carrillejo, a la derecha. El kilómetro 155, se encuentra, sin embargo, en el tramo de línea férrea situado al sur del casco urbano criptanense, aproximadamente a la altura del extremo sur de la actual calle Maestro Manzanares.
Podemos suponer la conmoción que este siniestro causó en Campo de Criptana, población por aquel entonces de 7.479 habitantes, con Antolín Martínez Santos como alcalde.
No sabemos cómo fueron los acontecimientos que siguieron al óbito de Rivas, pero haremos un ejercicio de imaginación, a partir de los nombres y datos que sobre el pueblo nos proporciona el Anuario Riera del año 1902 (pág. 980). Quizá acudieron al levantamiento del cadáver el entonces juez municipal, Andrés Cenjor, o su suplente, Prudencio Villajos, puede que acompañados del fiscal, Ramón Alfaraz (marqués de Torremejía). Alguno de los médicos en Criptana en aquel año de 1902 (Antonio Cenjor, Santiago Granero, Florentino Isern, Manuel Pizarro, Fabián Tirado, Santiago Vallejo y José J. Villacañas) tuvo que certificar la defunción o hacer la autopsia. Se diría al poco una misa para su entierro, y puede que la oficiaran el párroco criptanense en aquel tiempo, Antonio Martínez, o alguno de los coadjutores, José Andrés Lara o José Vicente L. Manzanares. Quizá alguna de las modistas de Criptana (Dolores Cereceda, María Corzano, Concepción Moreno) hizo el traje de luto para la esposa del finado. Pero esto ya es mucho imaginar, y por eso acabo aquí esta pequeña historia. Pero no finaliza aquí la crónica negra ferroviaria de Criptana; dejo lo restante para futuros posts.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
Con una mezcla de sorpresa y vanidad tonta veo mencionados en esta noticia a dos antepasados, el alcalde y uno de los médicos. Es un anecdotario precioso. Gracias
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