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[Artículo enmendado el 4 de agosto de 2013]
Continuamos hoy con la segunda parte de ese viaje al pasado, tan consistorial él, que nos permitirá conocer qué cosas se trataban y qué se decidía en el Ayuntamiento de Campo de Criptana en diciembre de 1879, cuando lo presidía el alcalde Valentín Ortiz. Hoy trataremos sobre la sesión ordinaria que tuvo lugar el día 8 de diciembre de 1879 a partir del extracto publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, núm. 92, del viernes 9 de enero de 1880.
Comenzó la sesión con la aprobación de algunas cuestiones burocráticas, esas cosas indeterminadas que tanto suelen ahogar al ciudadano medio como si fueran un enorme muro intransitable que le separa de las autoridades. Había cuestiones relacionadas con Beneficencia, con el mantenimiento de los caminos vecinales y con epidemias. Ya ayer comentamos que por aquellos días estaba remitiendo una epidemia de viruela.
Y hubo una decisión, de esas que hacen caer el temor y el crujir de dientes en las mentes infantiles, y en las menos infantiles también: exámenes, temidos exámenes. En aquella sesión del Ayuntamiento se fijó el día 17 de diciembre y los siguientes, para la realización del «exámen público de los niños y niñas de la localidad». Conviene recordar que, en aquellos años, las escuelas eran competencia de los ayuntamientos y la segunda mitad del siglo XIX fue un periodo fundamental para el desarrollo de la enseñanza en Criptana. Tal y como se dijo en un artículo anterior (Francisco Treviño y la enseñanza en Campo de Criptana, 1861) en 1861 la Junta Provincial de Instrucción Pública de Ciudad Real había emitido un informe sobre la necesidad de impulsar la enseñanza en Campo de Criptana; por aquel entonces, adolecía de un gran retraso respecto al resto de la provincia. El alcalde en ese año, Francisco Treviño, buscó los medios para poner remedio a esta situación y lo consiguió. Poco después, la misma Junta de Enseñanza emitía un informe favorable a los avances que se habían realizado en Campo de Criptana. Recordemos también que en 1861 asistían a las escuelas públicas criptanenses 333 niños, 278 niñas y 171 adultos. Un gran logro en aquel momento. En el listado de electores de Campo de Criptana que publica el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del 7 de enero de 1878, aparecen los nombres de dos maestros de escuela: José María Manzanares y Villanueva, que vivía en la calle Santa 8, y José María Borja y Jiménez, con residencia en la calle Convento 46. Éstos son los nombres de maestros en Criptana que también da para esa época el Anuario almanaque del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración ó Almanaque de las 400.000 señas, del año 1879 (pág. 617).
Continuando con las decisiones tomadas en la sesión encontramos uno de esos temas que salían a relucir continuamente en el Ayuntamiento de Campo de Criptana: el amillaramiento. Según el DRAE el amillaramiento es en su acepción primera, la «Acción y efecto de amillarar»; en la segunda: «Lista o padrón en que constan los bienes amillarados y sus titulares». Y si vamos a «amillarar» encontramos en este mismo diccionario el siguiente significado: «Regular los caudales y granjerías de los vecinos de un pueblo para repartir entre ellos las contribuciones». En aquella sesión se expidió «certificación de amillaramiento conforme á la Ley Hipotecaria á Dª Ramona Palomino y Bravo y D. José María Carrillejo Berenguillo.
Finalizó la sesión abordando uno de los temas más complicados en aquella época, pero necesario por exigencias de la Constitución: la aprobación de la construcción de un cementerio civil en Campo de Criptana. Según se dice en el extracto publicado en el Boletín Oficial arriba citado, se buscaba con ello «evitar un conflicto entre la autoridad civil y eclesiástica por negarse un moribundo á recibir los Santos Sacramentos».
Un conflicto similar tuvo lugar en Campo de Criptana en marzo de 1887. De él se hizo eco con la mordacidad que le caracterizaba el periódico El Motín, año VII, supl. al núm. 10, del 10 de marzo de ese año. El artículo se titula Manojo de flores místicas y, como es normal en este periódico, está salpicado de palabras inventadas. Dice así:
Murió de repente en Criptana un vecino, honrado á carta cabal, y un cleripopótamo pariente suyo en grado galguno se arrimó á uno de sus hijos, y con voz doliente y además contristado (¡hipócrita!) le dijo que se susurraba que el parroquidermo se oponía á la celebración del matrimonio canónico, fundándose en si el difunto había vendido ó dejado de vender en algún tiempo Biblias protestantes.
Afortunadamente un individuo de la familia, persona de ilustración y buen sentido, comprendió el timo que el compadre ensotanado se traía, y díjole que nada importaba aquella determinación, porque se enterraría en el cementerio civil, ya acotado, aunque no construído.
Al ver el grajo que se les iban á escapar unos cuartos por una tontería, empezó á proponer medios de arreglo, y efectivamente, el difunto fué acompañado por los saltatumbas hasta el propio cementerio, y eso que está un buen paseíto de la población.
Es verdad que fueron porque les atizaron ochenta y cuatro reales por andar aquel trechito, abuso que se cortará el día que el cementerio civil esté habilitado; ascendiendo los gastos del entierro, peteneras inclusiva, y alfombra de primera clase (que no es de primera clase, ni siquiera alfombra) á cuatrocientos cuarenta y seis reales ochenta céntimos.
¡Qué lástima de dinero!, exclamará al llegar aquí el piadoso lector, y con razón sobrada. Pero ¿qué hemos de hacerle mientras ciertas preocupaciones existan y las leyes no amparen eficazmente los derechos del ciudadano?
Así pues, creo que un acontecimiento similar al publicado en El Motín estuvo en el origen de la decisión tomada por el Ayuntamiento de construir el cementerio civil.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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