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Y retomamos el viaje de los tres colombianos, Lucio Pabón Núñez, su hermano Ciro y su hijo Lucio Antonio. De ellos ya hemos tenido la oportunidad de tratar en los dos últimos artículos publicados en este blog. Baste recordar dos aspectos fundamentales: uno es la permanente influencia de la ruta azoriniana en Pabón, y el otro es aquel escrito en el que el colombiano reunió sus experiencias en La Mancha, titulado Por la Mancha de Cervantes y Quevedo y publicado en Madrid en 1962. También a Pabón deslumbró La Mancha, quizá uno de los más humildes paisajes que existen sobre la tierra. Cual si de parábola neotestamentaria se tratara fue, precisamente, el más humilde el que se vio tocado por la bendición. Y la bendición es la de haber sido el escenario de las andanzas del caballero más famoso de todos los tiempos, Don Quijote, de nombre, y «de La Mancha» de sobrenombre. Pabón nos dice en su libro (pág. 15) que «la verdad del manchego se ha adueñado de todo». El «manchego» es, por supuesto, Alonso Quijano, aquel mítico Quijote. Y recojamos de nuevo una observación de Pabón (Ibid.) traída respecto a otro colombiano ilustre, monseñor Rafael María Carrasquilla, con quien no podemos estar más de acuerdo: «¡Qué trabajo cuesta convencerse de que don Quijote no ha existido!».
Pero situemos ya a Pabón y sus parientes en Campo de Criptana, tal y como lo cuenta en el capítulo V de su libro (págs. 36-39). Y como no podía ser de otra manera, los molinos son los protagonistas, y «Los molinos de Criptana» es el título del capítulo. Puesto que el capítulo es algo largo, lo abordaremos por partes, centrándonos hoy en la primera (págs. 36-37):
En esta zona si que no caben las vacilaciones; en otras, podemos ver (como cuando se va de Puerto Lápice a Madridejos) un molino sobre un otero; tal vez dos; pero todo un escuadrón de estas descomunales máquinas no se encuentra sino en Campo de Criptana: «treinta o pocos más desaforados gigantes» contó don Quijote cuando concibió la idea de «hacer batalla y quitarles a todos las vidas», en servicio de Dios. La alegre y pulcra población está recostada sobre una falda; los molinos la vigilan y le cantan broncos romances desde la cima. Un guarda muy bien uniformado y con dotes para su misión, nos recibe atentamente y nos explica poco a poco los tres pisos de que se compone cada una de etas construcciones en forma de pabellón o torre. Cuando estamos en la última planta, donde se encuentran las dos grandes muelas de piedra que trituran el grano y mientras nuestro guía nos habla de tolvas y de ciberas, yo me entretengo mirando por las numerosas ventanillas el paisaje manchego: allí Tomelloso, junto Argamasilla, por acá Alcázar de San Juan (que durante algún tiempo se tuvo como cuna de Cervantes); allá, muy en el fondo, la borrosa imagen de Sierra Morena. Viene la noche y se ven ya parpadear las luces eléctricas en lontananza. Después que el guarda agota toda su erudición para convencer a mi hijo de que el molino que estamos visitando tiene cuatrocientos años a cuestas, seguimos a conocer los que la Argentina y Chile han reconstruido en honor de Cervantes. Son unas sencillas edificaciones en cuyo interior se muestran algunos objetos relacionados con la belleza y la producción de aquellos países. Sencillas, mas atractivas e inteligentemente dispuestas: heraldos garridos de la excelencia de las Españas de ultramar.
¡Cuánto habían cambiado las cosas en poco menos de sesenta años! Azorín nos decía en 1905, en el artículo dedicado a Campo de Criptana de su Ruta del Quijote que se publicó en el periódico El Imparcial, año XXXIX, núm. 13.643, del martes 21 de marzo de 1905 que «los molinitos de Criptana andan y andan» (véase: Viajeros en Campo de Criptana: Azorín, el paseante nocturno, 1905). Eran aún entonces estos molinos ingenios industriales llenos de vida y de ellos salía la harina que nutría a los criptanenses, como había sido desde hacía siglos; nada mejor se podría decir de aquella harina criptanense molinera sino que era el alma mater de La Mancha, la «madre nutricia», en el sentido real, del alimento, y en el sentido irreal, del mito cervantino. «Los molinitos de Criptana andan y andan», nos decía Azorín, y no puedo olvidar esta imagen cada vez que pienso en ellos. En la época en que Pabón estuvo en Criptana estos molinitos ya no andaban. En aquella época estos molinitos eran ya un objeto turístico, ya no molían (al menos de forma intensiva), de ellos ya no salía aquella harina blanca, alma mater, de antaño. En aquella época ya había un guardia que los enseñaba con vocación de guía turístico, pero los «molinitos de Criptana» ya no andaban.
A pesar de todo, a pesar de los cambios, a pesar de que aquellos molinos ya no muelan desde hace mucho (al menos de forma intensiva), no puedo dejar de recordar aquellas palabras que escribió Enrique Moreno en un artículo titulado Los molinitos de Criptana en el periódico El Avisador Numantino, año I, 2ª época, núm. 4.835, del miércoles 16 de mayo de 1938 (véase: Los molinos de Campo de Criptana: Recordando a Azorín, 1938).
Criptana sigue siendo la misma de antaño. Es la misma que recibió un día la visita de un mozo levantino que traía sus ojos llenos del azul mediterráneo de su región y poseía un alma clara de niño bueno y sentimental. Criptana sigue siendo la misma de antaño…
Creo que basta por hoy.Mañana continuaremos hablando de la experiencia criptanense de Pabón, y de más cosas.
Por último: muchas gracias, alcalde poeta, José González Lara, porque tú santificaste aquella sierra de Criptana y diste, de nuevo, vida a aquellos molinos de viento y a su leyenda… muchas gracias.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO