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Aquel noviembre invernal de 1911 Campo de Criptana fue, por unos días, el centro de atención de los católicos de la provincia. Aquel noviembre invernal de 1911 fue lluvioso, muy lluvioso, pero eso no empañó el lustre y el esplendor de la visita que el obispo de Ciudad Real hizo a la comarca. Se alojó el obispo en casa de alguno de los ilustres habitantes de Campo de Criptana, e inspeccionó el estado de las cuestiones religiosas en este mismo pueblo, en Alcázar de San Juan, en Alameda de Cervera y en Tomelloso. Era el obispo de la diócesis por aquel entonces el bilbaíno, nacido en Galdácano en 1871, Remigio Gandásegui y Gorrochátegui, quien ocupó el puesto entre 1905 y 1914. Falleció en 1937 siendo arzobispo de Valladolid. Vino acompañado de su mayordomo, el Sr. Caudevilla y de su secretario de visita.
De esta visita tenemos dos crónicas que se publicaron en el periódico provincial El Pueblo Manchego: la primera en el núm. 265, año I, del 27 de noviembre de 1911; la segunda del día siguiente, núm. 266. Se esperaría que los acontecimientos aparecieran expuestos por orden cronológico en ambas crónicas, pero no es así, lo que me lleva a pensar que posiblemente fueron obra del trabajo de diferentes corresponsales. Sí parece cierto que la crónica del 28 de noviembre fue remitida desde Campo de Criptana por alguien que firma únicamente como «El corresponsal». No he logrado identificar a este corresponsal, pero por los textos publicados podemos deducir que no era un periodista profesional y que posiblemente se envió escrita a mano, como parecen indicar las numerosas erratas producidas por errores de lectura. Que tampoco era una persona de elevada cultura este corresponsal lo deducimos por la gran cantidad de errores ortográficos y de sintaxis que presenta el texto, por las enormes deficiencias estilísticas y por ciertos usos erróneos del léxico. Aparte de todo esto, creo necesario recalcar el carácter inflamado y «floripondiado» de la estética que el escritor despliega en sus textos, en sus descripciones y en la plasmación de sus sensaciones y percepciones.
Todas estas peculiaridades las podrá advertir el lector en los próximos días, en los que continuaremos hablando sobre este tema. Pero tengamos presente en todo momento que, sin el esfuerzo del abnegado corresponsal, nunca habríamos tenido una crónica tan detallada de aquellos acontecimientos. Seamos, pues, indulgentes con sus pequeños errores y ensalcemos sus aciertos.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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