Etiquetas
Abbeville, Alemania, Arthur Bonnot, Azorín, Árbol, Camino, campo de criptana, Carretera, Cervantes, Chile, Colombia, Diligencia, Don Quijote, Ensueño, España, Espejismo, Estación, Estados Unidos, Francés, Francia, Inglaterra, La Mancha, Les merveilles de l'Espagne, Leyenda, Llanura, M. de Latour, Molino de viento, Paisaje, Sendero, Soledad, Tren, Viajero
Muchos, muchísimos, han sido los viajeros que han venido a La Mancha, y Campo de Criptana ha sido lugar de paso obligado y parada para ellos. Pero, han venido ¿buscando qué? ¿Qué les ha traído a esta tierra desde tan lejos, desde diversas regiones de España, desde Francia, desde Alemania, desde Inglaterra, e incluso desde aquellas tierras americanas, Estados Unidos, Colombia, Chile…? Sería interminable relatar tantos y tantos viajes de tantos y tantos viajeros que han venido a La Mancha tras las huellas de Don Quijote. Ya he dicho muchas veces en este blog que el de don Quijote es el mito que da vida a La Mancha, y que Don Quijote, sin La Mancha, sería inconcebible. Don Quijote es un ser de leyenda, y La Mancha es una tierra de ensueños, de espejismos bajo esa luz del sol cegadoramente resplandeciente que abrasa sus llanuras en estío. Ni Don Quijote sin La Mancha, ni La Mancha sin Don Quijote, y esta asociación, sin duda, se encontraba en la mente y en la ilusión de quienes viajaron por estas tierras en épocas en las que un viaje era una aventura incómoda y arriesgada, un desafío al sentido común entre carros y carretas por esos caminos polvorientos que surcaban estas tierras y que hoy han quedado relegados al olvido y a la marginalidad por las modernas carreteras. Pero otra cosa fue cuando en 1855 llegó el tren a Campo de Criptana y, de repente, Criptana estuvo a pocas horas de la Corte… de repente, Criptana tuvo estación, y fue destino de viajeros.
Hoy hablaremos de un francés que vino por estas tierras a finales del siglo XIX y nos dejó un excelente recuerdo de sus impresiones en uno de sus libros. Este francés era Arthur Bonnot, y su libro se titulaba Les merveilles de l’Espagne, ouvrage orné de 42 gravures (es decir, «Las maravillas de España, obra adornada con 42 grabados»), publicado en la pequeña ciudad francesa de Abbeville, en el año 1900.
Bonnot (pág. 170) llegó a La Mancha en un tren, cuya velocidad le pareció sorprendente. Interesa especialmente aquí constatar que Bonnot fue uno de esos viajeros que vino a la Mancha en una época de gran comodidad, gracias al tren, ese mismo medio que nos traería también a Azorín a Criptana algunos años después. Las incómodas e inseguras diligencias ya eran historia. Bonnot nos cuenta que los viajeros comían naranjas y huevos cocidos duros. Y entró entonces el tren, que suponemos que procedía de Madrid, en La Mancha, en la famosa Mancha de Don Quijote («la fameuse Manche de Don Quichotte»). Y seguidamente nos explica Bonnot las razones que tenía un viajero para venir a La Mancha. En su opinión, cuando se pone un pie en La Mancha, qué otro nombre podría venir primero a la mente del viajero sino el del héroe cervantino (recoge Bonnot aquí la opinión de otro francés, también viajero, M. de Latour, Études sur l’Espagne, tomo 1, pág. 14). Continúa Bonnot diciéndonos que no era necesario un libro para el viajero, porque el viajero tenía todas las páginas que necesitase en la naturaleza misma, y en el paisaje de La Mancha mismo, y cómo no, especialmente en esos molinos, cuyas aspas asomaban sobre el horizonte, bajo un cielo azul. Para Bonnot, el aspecto de la comarca debía de haber cambiado muy poco (respecto a la época de Cervantes) y, aunque sus personajes ya no estuvieran allí, el escenario seguía siendo igual. Y dedica finalmente unas palabras al paisaje manchego, que, en su opinión, era muy triste: grandes llanuras desnudas sin un árbol, una tierra arenosa, algunos pueblos de aspecto miserable, carreteras y senderos solitarios, algunos molinos de viento.
No podemos obviar el hecho de que, posiblemente, tras estas últimas opiniones se encuentre un prejuicio que era muy común en otros viajeros franceses que vinieron por esta región en el siglo XIX. La tristeza del paisaje, las tierras arenosas, la soledad… se habían convertido ya en época de Bonnot en tópicos literarios que afloraban a la mente siempre que se hablaba de La Mancha. Quien vea tristeza en el paisaje de La Mancha no ha sabido observarlo, no ha sido capaz de observar su luz, su color, su completa mutación con el paso de las horas del día, de las semanas, de los meses y de los estaciones. La Mancha no es un paisaje; La Mancha son muchos paisajes en uno, tantos que sería imposible pintarlos todos y reproducir con una aproximada fidelidad su riqueza. Incluso esa llanura desnuda tiene un encanto especial, tanto de día, bajo la luz juguetona del sol, como por la noche, en la clara oscuridad de la luna llena.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
Para quienes hemos nacido allí y nos hemos embebido desde niños en este paisaje, visto desde la atalaya de nuestra sierra o desde el santuario de la patrona, este es El Paisaje por antonomasia. Lo cual no impide que, por contraste, nos encanten otros paisajes más plácidos, arbolados y rumorosos. He pensado a veces que Cervantes, aparte su estancia por pueblos de Toledo, comprendió en sus idas y venidas hacia Andalucía y hacia la Corte que este era el lugar más idóneo para su héroe: a mitad de camino entre el poder político de Madrid y el poder económico de Sevilla: una manera de sugerir el necesario equilibrio (ahora perdido) entre ambos relumbrones falaces. Sólo un loco tan lúcido como el señor Quijano podía encarnar semejante ideal.
Y excelentes las fotografías. No es usted quien debe agradecer los comentarios de sus lectores, sino los lectores quienes debemos agradecer su constancia, su hermosa labor diaria saciando, no se imagina de qué modo, la nostalgia de quienes estamos lejos.
Efectivamente, tiene toda la razón: éste es el paisaje por antonomasia. Me resulta, además, muy interesante su teoría sobre los motivos que pudo tener Cervantes para situar en estas tierras la aventura de Don Quijote.