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Cómo era la vida cotidiana en Campo de Criptana, hace unos ciento veinte años, es algo que hoy nos resulta muy difícil de imaginar, casi imposible. Comencemos, pues. Tendría unos 6.500 habitantes; su casco urbano era mucho más pequeño, y donde hoy hay muchas calles había, en aquel tiempo, campo, y más campo, y aquellas eras que rodeaban a todos los pueblos de La Mancha y que tan necesarias eran en tiempos de la siega. Imaginemos un pueblo en el que ninguna casa sobresaliera excesivamente de las otras y fuera la torre de la iglesia la verdadera señora y ama de las alturas, y su campanario lo que rigiese el ciclo de la vida criptanense, sólo con la competencia en altura, allí, al norte, sobre su sierra, de sus molinos, aún en marcha aquellos años, muele que te muele, o como diría Azorín… «Los molinitos andan y andan».
Imaginemos un pueblo sin asfalto y sin automóviles; en su lugar calles de tierra, y barro, mucho barro en invierno, y polvo, mucho polvo, en verano, y muchos carros y animales de tiro, caballos y mulas. Posiblemente lo que nos resultaría más impensable sería vivir sin agua corriente y sin electricidad, en la oscuridad de la noche a la luz de las velas, de los quinqués y de los candiles, o al calor del fuego de la chimenea. Mientras, la Presidencia del Consejo de Ministros, anunciaba casi diariamente (con algunas variaciones) en el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real que:
S. M. la Reina (Q. D. G.), Regente del reino, y su augusta real familia, continúan en esta corte sin novedad en su importante salud.
Una mañana cualquiera, de un día cualquiera en Campo de Criptana contemplaría en aquel tiempo, como es natural, a cada uno de sus habitantes entregados a sus quehaceres. Imaginemos la escena. Su alcalde presidente Silvino Pulpón, estaría ya pensando en sus edictos, órdenes y anuncios, normas, leyes y, quizá, quién sabe, alguna que otra multa para algún ciudadano díscolo.
A sus escuelas se dirigirían los maestros José María Manzanares y Villanueva, José María Martínez Borja, y las maestras María Mota y Antolina Ramírez. Los abogados Andrés Cenjor, Ángel de Mora y José Treviño a sus juicios, querellas y litigios, y a su notaría el notario Saturnino Cenjor. Abrirían al alba las fábricas de aceite de Manuel Argandoña, de Manuel Cereceda y del Marqués de Corvera (o Corbera, que también así se encuentra escrito). El agrimensor Wenceslao Fernández iría a medir sus campos, helándose en invierno y asándose en verano, y ni una cosa ni otra en primavera o en otoño. Pero es lo que tiene ser agrimensor.
Mañana continuaremos con este ejercicio de especulación.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO