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¿Qué habría sido de La Mancha, tierra tan pobre y escuálida en ríos y arroyos, sin los pozos? Los pozos son para La Mancha la vida. Su agua ha refrescado tantos y tantos siglos de veranos tórridos de sus habitantes, su agua es la que ha dado de beber al sediento… durante miles de años. Son inmutables, esos viejos pozos. Puede cambiar la vida, unos van y otros vienen, los pueblos nacen y mueren, van y vienen, el paisaje cambia… pero los pozos ahí permanecen, eternos e impasibles. Ellos son el auténtico tesoro de La Mancha. Tuvieron durante siglos el respeto de todos, porque todos sabían que sin ellos, no habría agua y que ésta era un bien preciado. El agua corriente y los grifos nos trajeron el agua a las casas, y olvidamos los pozos, y cayeron en desgracia, y se les perdió el respeto y hubo quien, incluso, los profanó. Hoy hablaremos de los pozos de Campo de Criptana. En realidad, no hablaremos propiamente de pozos, sino que los pozos serán la excusa para contar historias criptanenses.
En un pozo tuvo lugar un milagro en 1550, según nos cuenta Diego de Montalvo en su obra Venida de la Soberana Virgen de Guadalupe a España. Su dichosa invención: y de los milagrosos favores, que ha hecho a sus devotos (Lisboa, 1631). El criptanense Cristóbal Jiménez cayó por accidente a uno, que según se dice, era del «tiempo de los moros». Pero la Virgen de Guadalupe lo habría librado en un maravilloso milagro (véase: Un milagro de la Virgen de Guadalupe en Campo de Criptana, 1550).
Tres siglos después, nos situamos en el año 1848, en el Santuario del Cristo de Villajos, y allí encontramos el «pozo de nieve», quizá uno de los inventos más maravillosos y prácticos ideados por nuestros antepasados. Es, una prueba, de la versatilidad del término «pozo», para agua, y para nieve. Este pozo de nieve fue una de las propiedades que se sacaron a subasta entre los bienes desamortizados en Campo de Criptana (Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, núm. 89, del lunes 17 de julio de 1848, pág. 207). Había sido propiedad del Santuario del Cristo de Villajos hasta el momento en que fue incluido entre los bienes eclesiásticos a desamortizar (véase: El «pozo de nieve», Campo de Criptana, 1848, 1853).
Llegados a este punto y en pleno siglo XIX, tendríamos que hablar de la presencia de la palabra «pozo» en la toponimia criptanense, en la urbana y en la rural. Sin ir más lejos, unos pozos dieron su nombre a una de las plazas más conocidas de Criptana, el Pozohondo (véase: Aquel antiguo Pozohondo…, Campo de Criptana, 1877). Los pozos existen aún, aunque casi imperceptibles, disimulados, como escondiéndose entre los jardines. Estos pozos, no lo olvidemos, merecieron el honor de dar nombre a la plaza, Pozohondo, porque fueron mucho para Campo de Criptana: dieron de beber al sediento, a personas y animales, durante siglos. Y eso tiene mucho mérito. Estuvo durante siglos acompañado aquel pozo por un arroyo de corriente perenne, incluso en verano. Y es que, durante siglos, Pozohondo ha sido casi sinónimo de agua, y sin el agua no se entiende la historia de su plaza, aunque hoy resulte completamente inimaginable. Por cierto, nos queda aún la incertidumbre sobre la forma correcta de escribirlo: ¿Pozo Hondo, Pozo-Hondo o Pozohondo? Es difícil decidirse. Pero encontramos otros topónimos con «pozo» dentro de Campo de Criptana, como el «Pozo de las Eras», popularmente así llamados los que se encuentran justo en la otra parte del casco urbano, al oriente. Y los encontramos también en sus campos: Pozo Pico, Pozo de la Lagunilla, Pozo Castellanos, Pozo Felipe, Los Pozuelos, Pozo Villajos, Los Pocillos y también incluiremos en este grupo el lugar de «La Poza» situado en el paraje de la «Casa de las Pozas. Una «poza» es, según el DRAE, una «charca o concavidad en que hay agua detenida» (1ª acepción), o «sitio o lugar donde el río es más profundo» (2ª acepción; hay también una 3ª, que en este caso no interesa). Por supuesto, deriva de «pozo».
Hemos hablado hasta ahora de los pozos. Pero no olvidemos su razón de ser: el agua. Según nos decía Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar, tomo V (Madrid 1849, págs. 371-372), el agua de los pozos criptanenses era «delgada», lo que significa que tenía una pequeña cantidad de sales en disolución. Un análisis de ellas publicó Leopoldo Martínez Reguera en su Bibliografía hidrológico-médica española, 2ª parte, Madrid 1897 (pág. 359), pero desconocemos de qué pozo se tomaron las muestras. El agua de Criptana era, según decía este autor, «acídula», es decir, que contenía en disolución ácido carbónico (véase: Pozos, fuentes y agua en Campo de Criptana, 1849, 1897).
Era, quizá, aquella la misma agua, sacada seguramente de aquellos mismos pozos, la que portaba el aguador que se encontró en un camino el viajero francés, nacionalizado estadounidense Augusto Floriano Jaccaci (1857-1930). Vino a hacer su particular ruta de Don Quijote, y en ella visitó La Mancha, y en ella vino también a Campo de Criptana. Sus experiencias las recogió en su libro On the Trail of Don Quixote, Being a Record of Rambles in the Ancient Province of La Mancha (Nueva York, 1915). Vino en busca del Quijote y encontró al aguador criptanense, que algo de quijote tenía también y no tenía nada que desmerecer. Lo encontró cuando venía de Alcázar de San Juan y llevaba en su carro agua fresca. Y puede que la sacara de alguno de los pozos y fuentes cuyas aguas estudió Manuel Gómez en su artículo «Hidrotimetría (Conclusión)», publicado en El Semanario Murciano, año III, núm. 122, del 13 de junio de 1880 (véase: Viajeros en Campo de Criptana: Augusto Floriano Jaccaci y el aguador, 1890). Quizá habría que tener más en cuenta la relación de los pozos con la Ruta de Don Quijote, esos pozos que se encuentran en las encrucijadas de los caminos, que tienen algo de bendito y de maldito. En un artículo publicado en el monográfico que dedicaba al tercer centenario del Quijote de La Lectura Dominical, año XII, núm. 592, del 6 de mayo de 1905 (págs. 8-9), el autor, un tal «Sepúlveda» va recorriendo los caminos (imaginarios) por los que anduvo imaginariamente el Caballero de la Triste Figura en busca de aventuras, y los caminos (reales) que pudo conocer Miguel de Cervantes. En un momento dado nos dice que Cervantes «bebería probablemente, el agua exquisitísima del Pozo de las Olivas, situado á corta distancia de la ermita de la Virgen de Criptana». Tal pozo aún existe, y aún lleva tal nombre. Está situado junto a la carretera CR 1101, que lleva de Campo de Criptana a El Toboso, frente al cerro Atalaya (véase: Los caminos de Don Quijote, Campo de Criptana, 1905).
Pero los pozos, que son benéficos para el hombre, a veces son también traicioneros, pero no por sí mismos, sino más bien por mor del destino, que nunca sabemos lo que nos depara y traza designios inescrutables y, a veces, tortuosos. Hubo en Campo de Criptana algunos sucesos que tuvieron un pozo como escenario; en dos casos fueron tragedias con final triste y en otro fue una tragedia con final feliz. El diario salmantino El Adelanto, año XXXVI, núm. 10.978 del 10 de marzo de 1920, nos cuenta bajo el título «Hallazgo de un cadáver», que:
En un pozo situado extramuros del Campo de Criptana, se ha encontrado el cadáver de María de los Angeles Amaga, de veintitres años, la cual desapareció de su domicilio el día 4 del actual.
Poco más de un año después, otra tragedia tuvo lugar. Nos lo contaba el periódico El Pueblo Manchego, año XI, núm. 3.097, del 13 de mayo de 1921, en una noticia con el título «Un hombre ahogado», que dice así:
Ayer en las primeras horas de la mañana, fué encontrado por unos arrieros, en un pozo de las inmediaciones de esta población el cadáver del vecino de esta Jesús Molero. Según referencias se trata de un suicidio pues dicho individuo tenía perturbadas sus facultades mentales hace bastante tiempo. Deja esposa y 4 o 5 hijos.
Éstas fueron las tragedias con final triste. Vamos ahora a la que, por un retruécano del destino, tuvo final feliz. Ocurrió en 1928 y nos dieron cuenta del hecho los periódicos Heraldo de Madrid (año XXXVIII, núm. 13.179) y el ABC del miércoles 25 de abril de 1928, y El Imparcial (año LXII, núm. 21.207) del día siguiente. Los niños Luis y Lucas Angil, de diecinueve meses y dos años de edad respectivamente cayeron por accidente a un pozo. Un industrial que pasaba por allí, de nombre Federico Cama, se arrojó al aljibe consiguiendo salvarlos (véase: El héroe del aljibe, Campo de Criptana, 1928).
Y pongo fin aquí a este escrito sobre los pozos de Criptana, asombrado, sin duda, ante lo que puede dar de sí un término tan humilde y corto, pero rico en profundas e insondables evocaciones.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
Como acostumbras, un excelente texto, rico en documentación y muy bien redactado, al que hay poco que añadir, sólamente disfrutar con su lectura.
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Buen trabajo José Manuel.