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Hubo un tiempo, muy lejano, en que los pozos delimitaban el Campo de Criptana, lo que era pueblo y lo que era campo. Si tomamos, por ejemplo, el plano de la localidad en 1885 veremos que, además de ser su casco urbano mucho más reducido que el actual, había pozos en los principales accesos. Era agua para los criptanenses, y también para caminantes y viajeros, y para sus caballerías, que, tras recorrer horas y horas de polvorientos caminos, imaginémoslo, bajo el ardiente sol del estío, encontraban en ella su refresco y su solaz.
Estos pozos dieron también nombres a aquellas calles y plazas limítrofes entre el pueblo y la llanura, dos mundos que se necesitan mutuamente, más de lo que pensamos, pero que a menudo, y más en nuestros tiempos, tienden a darse la espalda. A veces el mundo urbano es en exceso soberbio y presume altaneramente de una autosuficiencia fingida y falsa. Y no se da cuenta de que, de espaldas a la naturaleza y al campo, no hay vida.
Eran estos pozos unos vínculos con la naturaleza y con el pueblo, quizá ese ser y no ser y lo ser todo a la vez, y cada pozo tenía su nombre que era también el de su plaza o su calle. Un pozo daba nombre a la plaza del Pozohondo (o Pozo Hondo, o Pozo-Hondo… eterno dilema) y otro a la del Pozo de las Eras. Ambos eran frontera de Criptana: el primero al occidente y el segundo al oriente. Eran ambos vínculos de Criptana con la naturaleza primigenia. Pero este cordón umbilical se quebró con la reforma del nomenclátor que promovió el ayuntamiento criptanense en 1890. Pocas calles escaparon a este cambio; pocas conservaron sus nombres originales. Los «pozos» desaparecieron, como quien dice, de repente, del callejero criptanense. La plaza del Pozohondo pasó a llamarse «del General Espartero»; la del Pozo de las Eras, plazuela de «los Infantas». Con el tiempo, la primera recuperó el nombre; no ocurrió lo mismo, sin embargo, con la segunda, pero las ordenanzas municipales no pudieron domeñar la costumbre, y hasta hoy, sigue siendo para la mayoría de los criptanenses aquel viejo Pozo de las Eras.
Mala ocurrencia fue poner Plazuela de los Infantas a aquel lugar. Mala ocurrencia especialmente, porque el término «Infantas» al final de la calle de la Reina Cristina daba lugar a equívocos. Ha sido inevitable la tendencia a hacer del masculino «los Infantas» el femenino «las Infantas», por eso de reunir a la realeza. Si tenemos a una reina, lo lógico será tener también a unas infantas. Habrán pensado muchos. No sabemos qué opinarían aquellos ilustres criptanenses, los Infantas, de este cambio de género. O también se ha tendido a armonizar la forma «Infantas» al masculino del artículo, dando como resultado «los Infantes». Así, incluso, apareció publicado este nombre en el extracto de los acuerdos del Ayuntamiento de Campo de Criptana en que se hizo la reforma del nomenclátor del callejero (Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del 15 de mayo de 1890). Sin duda, fue una errata. Recordemos que se puso este nombre a esa plazuela en honor al apellido de aquella ilustre familia criptanense, los Infantas, entre cuyos miembros se cuenta a Francisco Infantas y Arias, personaje del que ya hemos tratado prolijamente en este blog (véase: Criptanenses ilustres: Francisco Infantas y Arias, siglo XVIII).
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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