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Proseguimos hoy con el tema que comenzamos ayer (véase: Caminante… ¡que no hay camino!, I: Campo de Criptana, 1856-1864). Algunos años después, en 1867, el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del 18 de enero, publica un anuncio del negociado de Obras Públicas en el cual se celebraría el día 9 de febrero la adjudicación en pública subasta de los «acopios de conservación de la carretera de la Estación del Campo de Criptana á Criptana en esta provincia». El presupuesto era de 203,255 escudos. Ya tenía, por fin, Campo de Criptana un camino decente que la comunicase con a su estación, y ese camino se convertiría con el paso del tiempo en el paseo que es hoy. Ese camino, recordémoslo, es el que recorrieron tantos y tantos forasteros cuya primera impresión de Campo de Criptana nada más llegar en tren era su estación, y desde allí el pueblo, como acostado sobre su pequeña sierra y cabalgado por sus molinos de viento. Y recordemos ahora también, porque, sin duda, no habrá mejor ocasión que ésta, cómo nos describía Azorín Campo de Criptana desde la ventanilla del tren que lo trajo a este pueblo, un día de marzo de 1905 (El Imparcial, año XXXIX, núm. 13.643, del martes 21 de marzo de 1905; véase: Viajeros en Campo de Criptana: Azorín, el recién llegado, 1905). He aquí sus impresiones:
He llegado á Criptana hace dos horas; á lo lejos desde la ventanilla del tren, yo miraba la ciudad blanca, enorme, asentada en una ladera, iluminada por los resplandores rojos, sangrientos, del crepúsculo. Los molinos, en lo alto de la colina, movían lentamente sus aspas; la llanura bermeja, monótona, rasa, se extendía abajo.
Y veamos ahora cómo fue su llegada a la estacion criptanense y cómo era el camino al pueblo:
Y en la estación, á la llegada, tras una valla, he visto unos coches vetustos, unos de estos coches de pueblo, unos de estos coches en que pasean los hidalgos, unos de estos coches desteñidos, polvorientos, ruidosos, que caminan todas las tardes por una carretera exornada con dos filas de arbolillos menguados, secos
Y recorrió el camino Azorín hasta adentrarse en el pueblo y se convirtió aquel camino, como quien no quiere la cosa y así, de pronto, en parte de la Ruta del Quijote:
Los anchurosos corrales manchegos han comenzado á aparecer á un lado y á otro del camino: después han venido las casas blanqueadas, con las puertas azules….
Éste era aquel camino tan deseado por los criptanenses. No fueron las obras de este camino de la estación las únicas en aquellos contornos . El Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 4 de noviembre de 1863 publica una autorización del Gobernador de la Provincia a al Ayuntamiento de Campo de Criptana para:
… componer el trozo del camino del puente de S. Benito desde esta población á la línea del ferro-carril.
Se sacaba la obra a pública subasta por la cantidad de 8.000 reales. Tendría lugar el 15 de ese mismo mes en la «sala baja» de la Casa Consistorial. El anuncio está firmado en Campo de Criptana el 28 de octubre de 1863, por el teniente primero, presidente interino, José Antonio Magnes, y por el secretario, Mariano Fernández Montes. No sabemos aquí cómo tenemos que interpretar el término «componer»: puede significar, según el DRAE, construir, reparar o arreglar.
Campo de Criptana ya tenía camino a su estación. Sin embargo, parece que el mantenimiento que de él se hizo no fue el mejor ni el más afortunado. Por ello, unos cincuenta años después la queja criptanense por el estado de su camino volvió a llegar a la prensa y, de nuevo, las autoridades criptanenses quedaron en entredicho ante la opinión pública. Y digámoslo así, la vox populi todavía tiene su peso y siempre lo tendrá, por mucho que a algunos no les guste. Pero esta nueva entrega sobre el camino de la estación la publicaremos mañana, lector… que ya es tarde.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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