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Ayer nos situábamos en el Campo de Criptana de 1843, tiempos duros, sin duda, tiempos de crisis perpetuas, casi eternas, tiempos de guerras y escaramuzas, tiempos de hambrunas y tiempos de epidemias, tiempos, en definitiva, en los que todo pintaba muy negro. Eran aquellos tiempos de una España de Antiguo Régimen anclada en el pasado y remisa a dar el salto a la modernidad. Nos habría venido bien entonces una Enciclopedia, o una Encyclopédie, dicho propiamente, como la que tuvo Francia a mediados del siglo XVIII, y un espíritu enciclopédico de renovación como el de Diderot y D’Alembert. Pero aquí, en España, por desgracia no lo tuvimos; sí tuvimos, en su lugar, a Fernando VII y a Isabel II y otros por el estilo. Más azotes juntos y a la vez… imposible.
Aquel año de 1843 se publicó el 13 de febrero un suplemento al Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real (núm. 19). Ya hicimos referencia a él en el artículo de ayer (véase: De tierras y misas, Campo de Criptana, 1843: I). Era, realmente, un monográfico que contenía numeradas las 243 propiedades (fincas, terrenos, olivares y viñedos) que eran propiedad de la Parroquia de la Asunción y de diversas cofradías, ermitas y capellanías con indicación de su tasación y capitalización, de las cargas que tenían y del destino del fruto de los arriendos.
Hablamos ya ayer de las propiedades del curato, de la fábrica de Nuestra Señora de la Asunción, y del Santísimo Cristo de Villajos. Continuemos hoy, pues, con otras propiedades eclesiásticas criptanenses.
De María Santísima de Criptana
Es decir, de la patrona de la localidad. Eran tres tierras, del número 2486 al 2488. Una se encontraba en la cañada del Cohombral, y otra en el camino de los Siete Molinos. La tercera era un olivar «de cien olivos pequeños y malos, en el cerro donde se halla la hermita de Nra. Sra. cercado de piedra». Tales fincas estaban destinadas a costear la función anual de la Virgen de Criptana, en el tercer día de Pascua de Resurrección; el fruto de olivar se invertía en el alumbrado continuo del Santuario.
De Nuestra Señora de la Soledad
Le pertenecían las propiedades numeradas del 2489 al 2501. Algunas de ellas se encontraban en la Vega de Villajos, y entre ellas, la núm. 2492 lindaba, además, con el arroyo de San Marcos. La que tenía el número 2491, de dos fanegas y seis celemines, se hallaba en el «camino de Quero á la derecha, y á poniente y frente del molino hundido, saliente y norte el Conde». Sus frutos estaban destinados a la «subsistencia de la fábrica y hermita, cebo de una lámpara y funciones acostumbradas para el culto de Ntra. Sra. »
De Nuestra Señora de la Paz
Eran las tierras numeradas del 2502 al 2508. Destaquemos entre ellas, la núm. 2503, sita en el paraje llamado «carril de la Choza y carril de los Parrales». Lindaba con una tierra que había sido de los Carmelitas Descalzos de Criptana. Tenía, además, propiedades en el pueblo, por ejemplo, un «quiñón de seis celemines» en el barrio de la Aduana, la actual calle Norte, en el paraje que se llamaba «de la Colleja» (véase: El «monopoli» criptanense, Campo de Criptana, 1900, XV: La vieja calle Aduana). Lindaba con un terreno de Joaquín Olmedo y con «las canteras». Otro «quiñón», en este caso de seis celemines, estaba en el barrio de la Fuente, y lindaba al sur con una casa que había sido de Jesús Alberca Victoria. El fruto de estas tierras estaba dedicado a la conservación de la fábrica y el culto de la Virgen de la Paz.
Continuaremos en el artículo de mañana hablando de otras propiedades eclesiásticas criptanenses. Señalemos que, la gran mayoría de todas estas tierras lindaba por un lado o por otro con tierras del Conde, que, recordemos, era el propietario más rico del término y de la provincia. Muchas propiedades tenía este Conde y mucho dinero seguramente, y también mucho poder y es muy probable que comprara algunas de estas propiedades que salieron a subasta. No pudo, a pesar de todo, comprar la salud de su hija, que moriría al año siguiente, en 1844, de una terrible enfermedad (véanse: La letal, fulminante y extraña enfermedad de la hija del Conde de C…, Campo de Criptana, 1844, I: Los orígenes; La letal, fulminante y extraña enfermedad de la hija del Conde de C…, Campo de Criptana, 1844, II: Continúa la cuenta atrás…; La letal, fulminante y extraña enfermedad de la hija del Conde de C…, Campo de Criptana, 1844, III: El fatal desenlace; La letal, fulminante y extraña enfermedad de la hija del Conde de C…, Campo de Criptana, 1844, IV: Epílogo). Al final el dinero es sólo eso, dinero. Hay cosas que nunca, nunca se podrán comprar, como la salud y la felicidad.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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