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Abordamos hoy una nueva entrega de esta larga serie del «monopoli» criptanense. La verdad es que se nos van acabando ya las calles; este «monopoli» estará pronto ya casi completo. Es cierto que permanecen aún esperando en el fondo del cajón calles sin las cuales este monopoli nunca podría estar acabado, como la calle Veracruz (o Veracruz y Moreno antes de 1890), la calle Cebolla, la calle Mayorazgo, la calle Alcázar, la calle del Berenguel (actual García León), el mismo Pozohondo, del que no sé si quedará a estas alturas algo por decir (seguro que algo nos hemos dejado), la calle Paloma y calle Corrales, y sobre todo, la calle del Puente. Seguro que me dejo alguna en un rincón apartado de la memoria, pero ya iremos solventando en el futuro estos pequeños olvidos.

Louis Alcinchrot van Brugge: Escena de la vida de Cristo (Tabla central del tríptico) (ca. 1440). Madrid, Museo del Prado
Nos ocupamos hoy de una de esas calles de nombre triste. Hay pocas en Campo de Criptana, pero las hay. Es la calle de la Amargura; otra de nombre triste es la calle Soledad (véanse: El «monopoli» criptanense, Campo de Criptana 1900, XI: La calle Soledad, I; El «monopoli» criptanense… La calle Soledad, II; El «monopoli» criptanense… La calle Soledad, III; y El «monopoli» criptanense… La calle Soledad, o Pastrana, IV). Y no precisamente de nombre triste, aunque sí induciría a llorar, es el de «Cebolla». Era la de la Amargura de las últimas del pueblo criptanense hacia levante en la década de los años ochenta del siglo XIX. Su corto recorrido partía de la calle Angora (actual Hermanas Peñaranda) y acababa en la pequeña plazoleta que forma en su convergencia con la Guindalera, plazoleta que en aquellos años era pueblo, era campo, no era ni una cosa ni otra, era las dos a la vez, era como un dibujo sin terminar, o como un dibujo que apenas ha comenzado, o como un boceto. En estos casos es difícil decidir. Fue esta calle de las pocas que mantuvo su nombre después de la revolución del nomenclátor de 1890. Amargura se llamaba en el siglo XIX, Amargura se llamó después, y Amargura se sigue llamando hoy. Esto tiene mucho mérito para un nombre de calle, mantenerse y perdurar contra viento y marea, contra avatares de la historia y los intereses del ser humano, que son muchos y a veces tortuosos (véase: La revolución del nomenclátor, Campo de Criptana, 1890). A lo mejor en el Ayuntamiento no se fijaron en ella, o no les interesó cambiarle el nombre, no sabemos. E hicieron bien. Nada mejor que una calle llamada «Amargura» tan cerca, tan cerca, de una calle llamada «Calvario». Cada uno tiene su propia cruz; bien es cierto que algunos afortunados tienen media, y otros, no tan afortunados, tienen dos, tres, cuatro o cinco, y, por si no fuera poco, tienen cruces de otros, que ya es el colmo de la injusticia.
La calle Amargura tenía también su paradoja. No es el único caso. Campo de Criptana es un pueblo de paradojas, igual que La Mancha toda es tierra de paradojas. Para ser calle de nombre triste, el único negocio que radicaba en ella hacia 1900 era una taberna que no podemos dejar de relacionar con la alegría del vino. Era la de Jesús Lucerón Ramos, y por ella pagaba una contribución industrial de 24 pesetas (Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del viernes 9 de marzo de 1900). Como hemos dicho era y es calle corta, por lo que el número de vecinos no tendría que ser entonces muy numeroso. Mucho menos numeroso era, también, el número de contribuyentes electores que en ella estaban afincados. En 1890 eran dos, ambos de contribución modesta, según nos dice el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del miércoles 8 de enero de 1890. Uno vivía en el número 5. Era Eusebio García Rosado Escribano, y pagaba una contribución de 33,19 ptas. El otro, en el número 7, Celedonio Alberca Mínguez, con una contribución de 28,68 ptas.

Doménikos Theotokópoulos: Cristo abrazado a la cruz (ca.1580). Nueva York, Metropolitan Museum of Art
En el plano de Domingo Miras de 1911 la calle Amargura ya no es de las últimas de Criptana, ni tampoco es de las de nombre más triste. Hacia oriente encontramos ya formada, completa, la calle de la Pasión. Parece que la historia de la tristeza criptanense se completa perfectamente con esta última, «Pasión», camino directo e inquebrantable, inexorable, hacia el Calvario. Criptana, como Jerusalén, tiene su propio camino del Calvario, su propia «via Dolorosa» (véase: Las cruces del Calvario, Campo de Criptana, 1885-1911). Finalmente, hagamos una última observación. Hemos dicho que tiene esta calle nombre triste, pero la calle no es triste. Es una calle alegre y pizpireta, luminosa y equilibrada, moderada y de alturas parejas, que conserva muy bien algunos elementos del urbanismo tradicional criptanense. Es, quizá, una de las calles más criptanenses que quedan en Criptana.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO