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El milagro de la vida: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

El milagro de la vida: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Hoy ha sido día de peregrinación. Era obligado, después del otoño y del invierno, y una vez llegada ya la primavera. No todos los días ocurre algo así. No todos los días del año podemos ver el gran milagro que nos ofrece la naturaleza, esa tan maltratada, esa tan denostada por la mano humana, y tan humillada. A pesar de todo, siempre la naturaleza, cada año, y cada estación del año, cada mes del año… cada día, siempre… nos da el ejemplo, y siempre renace, cuando quiere, de sus cenizas, y nos sorprende, y nos deja con la boca abierta, y parece que nos dice: «¿Os creíais, humanos, que me teníais domeñada?». No, imposible es domeñar a la naturaleza (véase: Tormentas de verano en Campo de Criptana, 1858; Campo de Criptana, 1882: La gran tormenta y el niño salvado de las aguas; Cuando los elementos desencadenan su furia… Campo de Criptana, 1894; Un rayo asesino en Campo de Criptana, 1902).

Primavera: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Primavera: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Corto es el trayecto de esta peregrinación, pero rico en paisajes, rico en matices, rico en luz, como todo itinerario por la llanura manchega. No hay, posiblemente, mejores vistas de estas infinitas extensiones llanas que las de estos días de incipiente primavera, tan fresca, tan joven y tan virgen. Es un anuncio, sin duda, de lo que vendrá, y será mucho. Queda atrás el invierno; tenemos por delante casi toda la primavera, y luego el verano, y luego el otoño, y otra vez vuelta a empezar, el invierno, la primavera, el verano… Es el eterno sucederse de la naturaleza, el eterno retorno, el reloj vital que vuelve a dar su hora, una y otra vez, y, como cada año, llama a la primavera, y la primavera viene. El tiempo pasa, aunque a veces no nos demos cuenta. Y en medio de esta llanura, en medio de sus siembras ya de un intenso verde aterciopelado, en medio de sus viñedos, prontos a eclosionar, en medio de sus rojas tierras, uno se siente por un momento un poco eterno, parte del paisaje, parte de del mundo y parte del universo. Es como si el tiempo se hubiese detenido, por un instante. He visto al partir las bodegas criptanenses, y he ido dejando caminos a un lado y a otro: el Carril de la Choza, el Camino de la Huerta, el de la Media Legua, el Camino Real, y allá, al final, el del Toboso; y también parajes: Cocedero Bollicas, Pitacas, Huerta de Olivares, Cocedero de Morales, El Puente, y, allá, al final El Río. Son los paisajes de siempre, las hermosas toponimias rurales criptanenses (véanse: El río Záncara y su paisaje: Toponimias de Campo de Criptana; Geografías, topónimos, parajes, lagunas, arroyos y más cosas, Campo de Criptana 1881, 1887).

Molino en el Río Záncara: Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2010)

Molino en el Río Záncara: Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2010)

Y llegué al final del camino. Es en esos momentos cuando me viene a la mente lo que mi amigo, el poeta Ángel Luis Luján Atienza, escribió sobre mi pintura (www.canasreillo.com: Menú «Exposiciones», 2012: Galería de Arte Herráiz, pág. 7) evocando:

… un verso de Pope: «Where angels fear to thread», donde incluso los ángeles temen pisar: para no romper esa inquietante armonía, la belleza silente de lo exacto.

El río Záncara: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

El río Záncara: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Llegué, vi, me sorprendí, no me atreví, casi, a poner mis pies allí. La naturaleza ha devuelto al río sus aguas, le ha devuelto su vida. De nuevo aquel puente varias veces centenario, puente de San Benito, vuelve a sentir el fluir lento y pausado de las aguas del Záncara (véanse: Aquel viejo puente de San Benito… y sus remiendos, Campo de Criptana, 1575, 1790, 1872-1892). Y espera ese puente que siga el río así por algún tiempo; yo también. De nuevo esas aguas que tanto y tanto camino han recorrido llegan a Criptana. Vieron la luz allá, en las montañas de Cuenca, cerca de Villanueva de los Escuderos. Bajaron lentas por la Obispalía, tierra medieval de obispos conquenses, y entraron en la llanura al pie de los riscos de Zafra de Záncara. Enfilaron ya desde allí las tierras de La Mancha, tierras de llanura, Villar de Cañas, Alconchel de la Estrella, y así más y más hacia el sur… y así, lento caudal pero curso repleto de molinos de agua, tan necesarios en otras épocas, la mayoría hoy arruinados (tiempos éstos ingratos con el pasado). Y llegaron estas aguas a Criptana, largo viaje el suyo, y cruzaron bajo el puente, y siguieron más allá, buscando el mar, obligación de todo río que se precie (véanse: El río ultrajado, I: Historias del Záncara, Campo de Criptana, 1894; y El río ultrajado, II: Historias del Záncara, Campo de Criptana, 1926).

Puente de San Benito: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Puente de San Benito: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Vi las aguas del río Záncara, vi cómo desbordaban su cauce y cómo se perdían en el horizonte, rumbo al término de Alcázar, y deseé que ese caudal no se acabara nunca, que no faltase nunca más el agua en ese río, no volver a ver nunca más su cauce seco y sin vida, que el viejo puente no volviese a preguntarse «¿Qué hago yo aquí, si ya no hay río?». Puse mis pies en el viejo puente, y percibí el paso del tiempo, y sentí el pasar de la historia de Criptana sobre aquel camino que tantos y tantos criptanenses a lo largo de los siglos habían hollado con sus carros bien cargados, no para ver el río como yo, sino por obligación. Es en esos momentos cuando, por un instante, parece uno tocar la eternidad. Merecía la pena la peregrinación (en coche).

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO