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Caminante, cuídate de la luna, especialmente de la llena; a lo mejor también de las otras, que nunca se sabe, que la luna luna es, hasta la médula. Genio y figura hasta la sepultura. Quizá no haya observador más inquietante, más embrujador, más atento de la vida de los mortales que la luna. Luna llena, noche de versipellis, «el que cambia la piel», el «hombre lobo» de la antigua Roma. Siempre ha habido, hombres lobo, aunque sea en la imaginación. En Campo de Criptana tenemos un cerro de lobos, un Cerro Lobero. Caminante, evítalo en las noches de luna llena; da un rodeo, si es necesario, pero no te metas, por Dios, por la Cañada del Muerto. Da mal fario. En esto de las maldiciones también La Mancha es rica, tanto, al menos, como en viñedos; y también es rica en vasta imaginación, al menos tanto como la infinitud de sus llanuras.
Mereció la luna una calle en Campo de Criptana. Fue a finales del XIX y comienzos del XX. Hubo una calle de la Luna, calle corta, calle céntrica como pocas, pero calle quebrada, muy quebrada, tanto que parece un cuatro. Con este nombre, «de la Luna» aparece esa calle en el plano criptanense de Domingo Miras, del año 1911, al que tanto y tanto hacemos referencia aquí ¿Qué sería de nosotros sin el plano de Campo de Criptana de Domingo Miras? Era aquella calle de transición, como de paso, entre la calle de Santa Ana y la de la Virgen, y en medio la vieja calle de las Tiendas, luego de Alfonso XII, ahora de Murcia. No hay nombre más hermoso para una calle que el «de la Luna», siempre enigmática, siempre misteriosa. El tiempo borró aquel nombre. Hoy aquella calle se llama del General Pizarro, que no es poco. Un nombre de general siempre viste mucho, porque a uno le vienen a la cabeza en seguida las medallas y todo eso.

La calle Castelar y aledaños (Nueva calle Luna). Plano de Campo de Criptana por Domingo Miras (1911)
No se perdió con el cambio el nombre «de la Luna» del callejero de Campo de Criptana. Hoy lo lleva otra calle. Es uno de los pocos casos en que el nombre de una calle en el pasado no se pierde, sino que se recicla, y pasa a designar otra calle. A lo mejor el nombre de una calle es como la energía, que ni se crea ni se destruye. Esto pasó con el nombre de Luna en el callejero criptanense. La calle que hoy así se llama apenas estaba dibujada en el plano criptanense de los últimos años del siglo XIX, apenas era un boceto, una idea, un proyecto, un plan… una calle que sería calle, pero que aún no lo era.
Era campo, y campo y más campo, y quizá huertas en aquellos tiempos en los que la vetusta calle de Villalgordo aún no era la del Cristo, y era última frontera de Campo de Criptana. Calle de Villalgordo… más allá, al occidente, donde muere el sol, esa bola naranja de los atardeceres de La Mancha, allí está el infinito. A veces dan ganas de subirse a ese sol y cabalgar sobre él como si fuese Clavileño, de tan cerca como parece que está. Se lo podemos decir a Ícaro; no creo que le guste mucho la idea. Hay recuerdos amargos, muy amargos… el de Ícaro y su cercanía al sol es, quizá, el peor y el más amargo de todos.
Pero no se llamó siempre esta calle, ese proyecto de calle a finales del XIX, de la Luna. Es nombre nuevo para ella. En el plano Domingo Miras, repitamos el año, 1911, se llamaba «de Castelar» y ya era calle como Dios quiere y manda, y ya la calle del Cristo iba tomando forma, y poco a poco Criptana iba comiendo terreno a la llanura, y se prolongaba inexorable hacia el occidente. Pero el sol se seguiría poniendo igual sobre el horizonte, cada tarde, bola naranja, perfecta, tan cerca tan cerca, que dan ganas de subirse encima, y cabalgar sobre ella. Siempre lo pienso: algún día no estaré aquí, pero el sol seguirá saliendo cada mañana; algún día ya no estaré aquí, y seguirá el sol poniéndose cada tarde, y seguirá habiendo primavera, y verano, y otoño e invierno, y así una y otra vez, y vuelta a empezar… Y yo no estaré aquí para verlo. Somos, después de todo, un suspiro del universo, sólo eso. Un suspiro. Subamos al carro de Faetón y vayamos hacia el sol… desde la calle de la Luna, por supuesto. Merecerá la pena haber vivido.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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