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Contábamos ayer cómo los nombres de calles son versátiles y cambian de lugar y condición cuando se tercia. En esto se parecen mucho al versipellis, el que «cambia de piel», o el hombre lobo, que cambia de aspecto con la luna, si llena mejor. Luna se llamó una calle céntrica de Campo de Criptana a finales del XIX y comienzos del XX; Luna dejó de llamarse aquella calle, y Luna comenzó a llamarse otra (véase: Luna, lunera, … luna desconcertada… ¿Dónde estás?, Campo de Criptana 1911). Son cosas de las toponimias callejeras, misterios insondables del universo, tan insondables como el que más, por lo menos, enigmas tan impenetrables como la impotencia de los gallos de la señora viuda de Fernández Baldor (véase: Mucha gallina para tan poco gallo… y el tremendo disgusto de la señora viuda de Fernández Baldor, Campo de Criptana, 1928). Al respecto, recordemos ahora la queja de aquel sordomudo fingido llamado Masetto da Lamporecchio en El Decamerón de Boccaccio, versión fílmica de Pier Paolo Pasolini. Acosado sin descanso por la caprichosa fogosidad sexual de las monjas del convento en que era jardinero, cuyos favores sexuales exigían sin cesar pensando que por su mudez no podría delatarlas, cantó el mudo como un gallo, y habló, y dijo ante las monjas estupefactas que un gallo bastaba para diez gallinas (no veinte, como tenía la señora viuda de Fernández Baldor), pero diez hombres no podían satisfacer a una mujer. Cosas de Giovanni Boccaccio. Recomendamos al respecto al lector, si tiene posibilidad, que no deje de ver esta extraordinaria película de 1970 y lo haga en versión original (dialecto napolitano) subtitulada. No se pierda el lector, además, también en El Decamerón pasoliniano, la historia de Caterina da Valbona, su amado Riccardo, y la captura del «pajarito». No tiene desperdicio.
Son cosas extrañas, éstas de la toponimia callejera. Pero reconozcámoslo: aquella Luna que nombraba a la vieja calle criptanense estaba sola, aislada en el centro del pueblo; no tenía un sol que le diese calor, ni una estrella a su lado. No tenía mucho que ver con las calles adyacentes, con la calle de Santa Ana, con la de Tiendas, o con la calle de la Virgen. La calle Luna era algo extraño, algo fuera de lugar, allí donde se encontraba. Es bien sabido que una estrella al lado anima mucho, y que tranquiliza sobremanera un cielo estrellado, y maravillan extraordinariamente las constelaciones, quizá, porque son de lo poco inmutable del universo que nos rodea… y que nos queda.
La actual calle Luna es otra cosa, aunque solo sea porque llega a ella la calle Estrella y toca ésta también por el sur a la calle del Sol. Quizá esto ya formaba parte del plan del universo antes de que el universo fuera lo que es; quizá quiso la providencia que Criptana tuviese su propia galaxia, o su propia constelación, con su luna, su sol y su estrella, tres calles en un solo ser, de nuevo esa «trinidad» que tanto y tanto aparece en este blog, advirtámoslo: sin que nos lo propongamos. Todo es una casualidad del destino. Nos erigimos en esto como meros observadores de la realidad y como intérpretes de acontecimientos que nunca alcanzaremos a comprender.
No era ni proyecto esta constelación criptanense hacia los años ochenta del siglo XIX. Era la calle de la Luna actual, antigua Castelar apenas un boceto; de la calle Estrella, ni hablemos, pues donde hoy hay calle había entonces campo interminable, casi infinito, quizá eras, las que rodeaban como baluarte de supervivencia a Campo de Criptana. La del Sol empezaba a surgir, como una prolongación hacia el sur de la calle Pastrana (actual Soledad), al otro lado de la calle Alcázar (véase: El «monopoli» criptanense, Campo de Criptana 1900, XI, la calle Soledad, o Pastrana, IV). Estaba todo por hacer. Y se hizo. En el plano de Domingo Miras de 1911 ya está casi toda la constelación a medio trazar, ya se vislumbra lo que será un siglo después, ya se puede comprender cómo Criptana va arrebatando tierras a la llanura y las hace suyas. La vida íntima de las calles resulta a veces arrebatadoramente fascinante.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
El «monopoli» criptanense ha entrado, en efecto, en una fase fascinante, y usted con él. Fascinante es también esa elocuente fotografía (que voy a conservar) de «Los campos infinitos». Gracias por todo ello.
¡Ah!, y Pasolini era un maestro, no sólo en esa película. Pero tuvo buena fuente de inspiración: también es recomendable la lectura del Decamerón.