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Campo de Criptana, 1835. Imaginemos cómo sería este pueblo en aquel lejano año, tiempos aún de Antiguo Régimen, tiempo de caciques, tiempo de desigualdades, de guerras para acá, de guerras para allá, alguna epidemia de vez en cuando, y, para completar el panorama alguna que otra hambruna ocasional. Podría ser el panorama peor. Era peor, de hecho: el «rey felón», Fernando VII, había muerto poco antes, en 1833, y con la futura sucesora Isabel aún niña, había asumido la regencia del reino su madre María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. ¿Podría ser peor? Sí: la explosiva herencia de aquel rey: las guerras carlistas.
Imaginemos cómo sería Campo de Criptana en aquel tiempo. Era, seguramente un poblachón manchego, de grandes corralones, de muchas casas solariegas, con sus patios de columnas, y sus escudos en la fachada, y sus rejas de hierro. Siempre me he preguntado por qué las ventanas de las plantas altas tienen rejas en los palacios ¿Para que no entre nadie? ¿O quizá para que nadie pueda salir? Pero, lo que seguramente más abundaría serían las casas humildes, casas pobres, casas sin color, casas sin calor, casas de hambre, casas de enfermedad, pequeñas casas anónimas de habitantes anónimos, aquéllos de los que se olvidó el tiempo, aquéllos para los que no hubo memoria ni vivos ni muertos, ni siquiera descanso eterno en aquel viejo cementerio del Pozohondo (véase: El primer cementerio de Campo de Criptana, 1807). Quieren los poderosos en vida ser más también en la muerte, pero da igual. La Muerte iguala a todos, a ricos y pobres, a poderosos y débiles… todo da igual ya, y de nada sirven los monumentales panteones, tanto dan que un hoyo en la fría y húmeda tierra. Está bien y se agradece que por lo menos la Muerte tenga una cosa buena: que no es clasista, y que no se deja comprar con oro, ni sobornar con oropeles.
Ese año de 1835 el ayuntamiento criptanense salió en los papeles por moroso. Como los de otros pueblos, no pagaba su cuota correspondiente por la recepción puntual del Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, provincia que, recordemos, por aquel tiempo era una entidad territorial completamente nueva, recién estrenada, con casi todo por hacer (véase: Una provincia para Campo de Criptana, 1833-1834). Y la víctima de la deuda, el Boletín provincial, publicaría en su número del 12 de junio de 1835 (pág. 350) por orden del gobierno civil el aviso preceptivo. La situación económica del redactor del citado boletín era tan desesperada que se estaban ya comenzando a producir graves perjuicios y que era necesario adoptar medidas severas contra los ayuntamientos morosos y desobedientes. Si en veinte días no se pagaban las cantidades adeudadas, se impondría una multa de un escudo a cada uno de los individuos que formaban las corporaciones municipales morosas. La de Campo de Criptana era una de ellas, y quedó en evidencia su deuda aquel día de comienzos de estío, que sería luminoso y soleado, caluroso, muy caluroso quizá… aquel lejano día del año 1835.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO