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Georges Seurat: Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1884-1886). Chicago, Art Institute of Chicago

Georges Seurat: Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1884-1886). Chicago, Art Institute of Chicago

Y continuaban y continuaban los festejos de aquellos primeros días de septiembre de 1943. Funciones, verbenas, bailes, conciertos, carreras ciclistas, corridas de toros… ¿cansados? No, ni hablar. Quedaba aún fiesta, por lo menos dos días de ese paréntesis de la vida cotidiana que ocurría solo una vez al año, esos días de fiesta que parecen no tener horas, ni comienzo ni final; es como si el tiempo se detuviese por un instante, o por varios instantes. Y ¿cómo no? vendría el tercer día de feria, cuando ya el final de los festejos se presagiaba inminente. Cuatro días duraban esas fiestas, sólo cuatro días en un año. Hay un momento en las fiestas que marca el punto culminante: hasta él todo es diversión desenfrenada, como si las fiestas fueran a ser eternas; a partir de él esa diversión queda, a veces, oscurecida por la proximidad del final, de las fiestas, y también el final del verano, ese final del verano que acaba con tantas cosas. Esos momentos son como los domingos; sus mañanas son desenfadadas y luminosas; sus tardes, en cambio, un pre-lunes perezoso y melancólico que no parece domingo ni parece nada. Continuamos, por tanto, hablando sobre el programa de festejos en honor al Cristo de Villajos de ese año 1943 que se publicó en el periódico Lanza, del 3 de septiembre de 1943 (véanse: Ferias, fiestas, saraos, verbenas y más cosas, Campo de Criptana, 1943, I; y Ferias, fiestas, saraos, verbenas y más cosas, Campo de Criptana, 1943, II).

Leon Wyczólkowsky: Arando en Ucrania (1892).  Propiedad particular

Leon Wyczólkowsky: Arando en Ucrania (1892). Propiedad particular

El martes día 7, tercer día de feria (sin contar la noche inaugural), comenzó, como todos, con la cotidiana diana de la Banda de Cornetas del Frente del Juventudes. Y resonaban las cornetas, y resonaban los tambores en las adormiladas calles criptanenses. Y llamaba a todos al primer acto programado para aquel día, que tendría lugar a las 10 de la mañana. Era el «concurso de arada», que estaba organizado por la Hermandad de Labradores. El lugar elegido para su celebración eran los «terrenos de La Serna». ¿Por qué será que tengo la sensación de que pasa el tiempo pero nada cambia y de que el pasado siempre y siempre y siempre vuelve, vuelve y vuelve, tanto que parece el mismo? Y por si alguien no quería ir al concurso, tenía a la misma hora la función solemne al Santísimo Cristo de Villajos; y lo mismo en dirección inversa: si alguien no quería ir a la función podía ir al concurso. No hay nada como las alternativas y la libertad de elección, y que cada uno vaya adonde quiera y adonde le dé la gana. Y a las 11 habría un ofrecimiento al «Santo Patrón, en la puerta del Convento», iglesia que por aquel tiempo cumpliría funciones de parroquia porque la titular había sido destruida en la Guerra Civil. No se dice en qué consistía el ofrecimiento. A lo mejor eran flores, pero no aventuro ninguna hipótesis porque no estoy seguro y luego hay que andar corrigiendo deslices. A lo mejor eran espigas de trigo, y pan y uvas, que son productos que se estilan mucho por estas tierras para las ofrendas religiosas. Pero lo repito, no me aventuro a hacer hipótesis porque es fácil caer en el error. Y lo que son las cosas, quien no quisiese ir al ofrecimiento podía ir al baile que a la misma hora tendría lugar en el Círculo de Bellas Artes. Y conviene repetir lo mismo: donde se pongan las alternativas, que se quite todo lo demás, y que cada uno vaya adonde quiera y le venga en gana.

Georges Seurat: El circo (1891). París, Musée d'Orsay

Georges Seurat: El circo (1891). París, Musée d’Orsay

A las 12 del mediodía volverían las cucañas a la plaza y después de comer, y después de la siesta, y a lo mejor, después de la merienda, a una hora torera, a las cinco y media de la tarde, se llenaría de nuevo la Plaza de Toros criptanense con el:

… extraordinario espectáculo que ofrece Variedades Internacionales: El guardia Torero, equilibrista, clowns, etc.

Es decir, sería este espectáculo lo que hoy se conoce como «charlotada». Y ¿por qué este nombre? Encontramos la solución en el DRAE, que nos dice que este término deriva de «Charlot», que era el:

…apodo del torero bufo Carmelo Tusquellas, que en su vestido y actitudes remedaba al actor cinematográfico Charlot.

Así, el término «charlotada» designaba, también siguiendo al DRAE al «Festejo taurino bufo» en primera acepción, y una «Actuación pública, colectiva, grotesca o ridícula». Respecto al anglicismo «clown», el término está aceptado por el DRAE debido, sin duda, a su extendido uso ya en esa época en la lengua española. Un «clown» es, según este diccionario, un:

Payaso de circo, y especialmente el que, con aires de afectación y seriedad, forma pareja con el augusto.

Jean-Antoine Watteau: El payaso Gilles (1721). París, Musée du Louvre

Jean-Antoine Watteau: El payaso Gilles (1721). París, Musée du Louvre

¿Ríen todos los payasos? Que se lo pregunten a Leoncavallo y a sus Pagliacci, tragedia de las tragedias, desgracia de las desgracias… pero con la sonrisa siempre por delante, como es obligación en un payaso de ópera.

A las siete volverían, como cada día, las verbenas del Parque Cine Ideal, y bailes y más bailes, y baile de chica con chico, a lo mejor novios ya con la boda a la vista, o a lo mejor a punto de romper esa misma noche, baile de marido y mujer (¡donde se ponga un bolero!), o a lo mejor baile de señora con señora, solución más plausible cuando no hay pareja a la vista. Y a las 8 tendría lugar el tercer concierto musical de la Filarmónica en la plaza, otro más, y a las 10:15 una función de cine al aire libre. Es una lástima, por cierto, que no se diga en el programa de festejos qué película se pasaría. A lo mejor todavía estaba pendiente del veredicto de la censura, que andaría como loca cortando metrajes para quitar besos e inocentes escenas para el sentido común, pero lascivas para las mentes puras de los censores que incluso veían en un botijo un complejo artilugio erótico de múltiples funciones.

Pondría el punto final al día la gran verbena de las 11 de la noche en el Parque Cine Ideal, que no por habitual resultaba aburrida. Bailes y más bailes, y baile de chica con chico, a lo mejor novios ya con la boda a la vista, o a lo mejor con intención de acabar esa noche en el pajar ¿quién sabe?. Otro día más de fiestas, el tercero, y había comenzado la marcha atrás para el final, cuando el otoño dorado estaba ya a las puertas, y con él esa inmensa bendición de las tierras manchegas que era la vendimia.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO