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Francisco de Goya: Saturno devorando a su hijo (1819-1823). Madrid, Museo del Prado

Francisco de Goya: Saturno devorando a su hijo (1819-1823). Madrid, Museo del Prado

Lo reconozco sin sonrojo. No pensaba yo, cuando comencé esta serie, que iba a dar para tanto, que la historia de un embargo podía dar tanto de sí. Y lo está dando, pero no porque el tema sea complejo ni exageradamente profundo, ni porque un embargo necesite de tantas explicaciones ni de exégesis, sino porque se deleita tanto el redactor del anuncio de subasta de la fabrica de harinas para su publicación en el Boletín Provincial de la Provincia de Ciudad Real en su descripción y en todo su contenido que podría haber al paso escrito todo un tratado sobre la composición de la industria harinera y su tecnología. Bien se ve que, cuando hay dineros por medio, interesa describir con detalle, casi con puntillismo propio de Seurat; cuando no es así, uno puede permitirse el lujo de ser conciso, de resumir, y hasta de omitir información.

Pero, como en casi todo, el dinero manda, y mucho, y más que mandar es a veces tirano, y de los peores. Ya es ésta la cuarta entrega de esta serie, pero no te asustes, lector, porque nunca llegará a la exagerada proporción que ha alcanzado la del «monopoli» criptanense, que más que serie es folletín por entregas y, a este paso, tendrá más volumen que la Espasa, o que las Hexaplas de Orígenes… si nos descuidamos y dejamos que los tejemanejes del destino vayan a su libre albedrío. Y eso, confesémoslo, no es apropiado, porque todo en la vida tiene que tener una moderación y un término medio, hasta la serie del «monopoli» criptanense. A veces, incluso, he sentido un cierto pavor al pensar que la serie del «monopoli» criptanense pudiese crecer más y más, como bola de nieve que desciende la ladera de una montaña, y que cada vez se hace más y más grande, y que al final llegase, como devora un dios mitológico a su hijo, a devorar al blog completo, a este escritor y hasta al caminante ese anónimo ése que de vez en cuando aparece por estos artículos así como de paso, que ahora voy y ahora vengo, sin dejar nunca bien claro a dónde ni de dónde. Ese es uno de los misterios de este blog que quizá nunca pueda aclarar, porque yo mismo lo sé. Si es un misterio la identidad del caminante, mucho más lo es la dirección que toma en una u otra ocasión. La única verdad es que pasa, y de paso de vez en cuando se entretiene, pero nada más.

Jacob von Ruisdael: Dos molinos de agua y una esclusa abierta (1653). The J. Paul Getty Museum

Jacob von Ruisdael: Dos molinos de agua y una esclusa abierta (1653). The J. Paul Getty Museum

Y no sé a qué venía esto. ¡Ah, sí! Ya me acuerdo. No será esta serie del embargo de la fábrica de harinas tan larga como la del «monopoli»; de hecho ya vislumbro su final, allí cerca, en un recodo del camino. No queda mucho para acabar. Pero, continuando donde lo dejábamos ayer, es decir en la descripción del contenido de la segunda planta de la fábrica de harinas de «Berruga, Sobrinos, López y González» tal y como nos la proporciona el Boletín provincial del 20 de junio de 1924 (véase: El embargo de la fábrica de harinas, Campo de Criptana 1924, III). Y ahora, como al parecer el empleado del juzgado no tiene conocimientos suficientes para citar cada pieza o elemento que da forma a la maquinaria harinera por su nombre, generaliza y nos dice:

A los procedentes (sic, por «precedentes») efectos se hace constar, que a la par que toda la maquinaria relacionada, referente a la fábrica de harinas descrita, se halla igualmente embargada cualquiera otra pieza, artefacto, enseres o utensilios que forman parte integrante de la instalación de la misma y, que por razón de no conocer el actuario el nombre técnico de la pieza u objeto quedare sin describir, por lo que, a más de la denominación hecha separadamente de cada cosa, está hecho extensivo el embargo, a título de mayor ampliación a una fábrica de harinas, incluso el edificio que ocupa, sistema Buhler con todo (sic) los útiles y elementos que tiene instalados, la que se encuentra en perfecto estado de funcionamiento.

Vicent Van Gogh: El viejo molino (1888). Buffalo NY, Albright-Know Art Gallery

Vicent Van Gogh: El viejo molino (1888). Buffalo NY, Albright-Know Art Gallery

Hay expresiones hermosas que no es fácil que aparezcan en documentos oficiales, como los de embargo, «a la par». Y también es hermosa la palabra que encontramos en el siguiente párrafo, en el que se continúa la descripción de los bienes a subastar, «cobertizo», palabra escurridiza, como si se deslizara entre los dedos como un anca de rana, porque un «cobertizo» había también en la fábrica, un «cobertizo» que tenía casi de todo y tenía una finalidad muy clara y evidente:

Un cobertizo situado a la derecha entrando por el Paseo de la Estación, en el que en primer término está instalado el necesario material de albañilería con una puerta pequeña y tabicado de adobes de tierra, para el uso de aguas mayores y a continuación una cocina de chimenea ordinaria y piso de baldosa vasta, continuando hasta su total longitud un porche tabicado también, que sirve de depósito de inmundicias, todo lo cual mide una extensión superficial de 60 metros cuadrados que linda: Saliente, que es el frente de su entrada, el patio que forma el solar; por la izquierda o sea al Mediodía y con el Poniente que es la espalda, con los herederos de D. José Vicente Ortiz; derecha de su entrada o sea Norte el paso que desde la calle o Paseo de la Estación da acceso a la fábrica de harinas.

Y quedaba más por describir en este interminable catálogo de edificaciones, dependencias, maquinarias, cobertizos y lugares destinados a aguas mayores y, suponemos, que también a aguas menores. Pero quedaba más por embargar, y el Juzgado no parecía muy dispuesto a permitir que nada, nada de lo que había en la fábrica pasase desapercibido, ni siquiera los lugares destinos a aguas mayores. Todo tenía su precio. Mañana continuaremos.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO