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Aquel día de principios de noviembre de 1911, posiblemente, comenzó como muchos otros. No tendría por qué ser diferente. Día de otoño, día quizá lluvioso, día frío, día gris, día desapacible, como corresponde a la estación. Un nuevo día: ¿Qué nos deparará? No lo sabemos. Se espera que sea de rutina, cotidiano, que sea un día como otros y que nada extraordinario ocurra, o, si tiene que ocurrir, que sea al menos algo bueno. Y lo malo que se destierre, que siempre está de sobra. Cotidianeidad, dichosa cotidianidad, santa rutina. Aquel día fue de madrugón para la mayoría de los criptanenses y transcurriría, seguro, como muchos otros días para casi todos ellos, entre sus ires y venires por la vida, con sus trajines y afanes para acá y para allá, con sus tristezas y sus alegrías, con sus penas y sus gozos.

William Adolphe Bouguereau: El día de los muertos (1859). Burdeos, Musée des Beaux Arts

William Adolphe Bouguereau: El día de los muertos (1859). Burdeos, Musée des Beaux Arts

Pero ¿fue para todos un día como cualquier otro? No, al menos para dos criptanenses, que sepamos, puesto que muchas otras historias anónimas transcurirrían en aquel día. Para esos dos criptanenses aquél fue un día especial, pero especial in malam partem. Aquél fue para ellos, y así quedó sin duda en su memoria para siempre, un día en el que el filo de la muerte estuvo a punto de segar sus vidas, así, como quien no quiere la cosa. Nadie, nadie piensa cuando despierta por la mañana que cuando acabe ese día podría no estar entre los vivos; nadie piensa que aquel día puede ser el último de su existencia. En eso la muerte es traicionera, y mucho, y no da tregua, y gusta de sorpresas y de asechanzas, y no tiene miramientos con nadie. Aquellos dos criptanenses que serán protagonistas de esta historia no pensaron seguro, en ningún momento, que aquél podría ser su último día en el mundo de los vivos. Otros no tuvieron tanta suerte (véanse, por citar algunos artículos sobre el tema: La muerte inesperada, Campo de Criptana, 1876; Hilando casualidades: Un suceso fatal y la calle Aduana, Campo de Criptana, 1885; El carro de la muerte, Campo de Criptana, 1902; El sueño de la muerte, Campo de Criptana, 1905; Crónicas variopintas: El frío, el vino, el censo, el caso de la «Niña carbonizada» y una «Muerte inesperada», Campo de Criptana, 1911; Muerte en las profundidades, Campo de Criptana, 1920; El viaje sin retorno, Campo de Criptana, 1922; Funesto fátum: La muerte de un hijo, Campo de Criptana, 1927).

El último día de esos dos criptanenses habría sido, si no fuera porque en el último momento alguien frustró los planes de la Muerte y le arrebató presas tan codiciadas. Aquellos dos criptanenses se salvaron, como se diría, por los pelos, cuando ya estaban a punto de pagar a Caronte su fúnebre viaje por la Estigia, esa moneda macabra, cuando estaban a punto de cruzar al mundo de los muertos, aquel al que se va pero del que no se vuelve nunca más. El Hades tiene estas cosas, que es inexorable y no perdona.

Pensativa Muerte: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Pensativa Muerte: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

La historia de estos dos criptanenses que a punto estuvieron de morir y de quien les salvó, se publicó en el periódico El Pueblo Manchego, año I, núm. 250, del 9 de noviembre de 1911. Tiene por título Acto heróico (sic), y dice así:

Así [sc. «acto heroico»] puede calificarse el realizado por el alguacil del Municipio de esta villa Faustino Escribano quien por salvar de un inminente peligro de muerte al vecino José María Rubio, que en una pileta de su bodega se metió á limpiarla, quedando casi axfisiado (sic) y al vecino de esta localidad residente Juan Bautista Castinblanque (sic), quien se arrojó por salvar al anterior quedó también medio muerto y sin poder salir de la pileta, puso á contribución su ingenio, y no digo fuerza porque el pobre es manco de la mano derecha, logrando sacar con vida á los dos atufados como vulgarmente se dice con exposición de sí mismo.

Actos como este deben premiarse y para ellos se creó la Cruz de Beneficencia, máxime si se tiene en cuenta que el héroe del mismo es un pobre con ocho de familia y un sueldo que escasamente llega á 1,50 pesetas diarias.

Son percances éstos muy numerosos en la crónica de sucesos de Campo de Criptana, al igual que en otros pueblos que tienen bodegas y dedicación especial a la industria vinicultora. Ya hablaremos en otra ocasión de otros casos muy similares que, sin embargo, acabaron en desgracia. No siempre hay un salvador a mano, no siempre se puede escapar a la muerte así como así, no siempre sabemos cómo va a acabar nuestro día y si, cuando caiga la noche, seguiremos en el mundo de los vivos o estaremos ya en el de los muertos. La vida depara muchas sorpresas, y la muerte también.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO