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Pozohondo: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2013)

Pozohondo: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2013)

Tanto y tanto hemos hablado ya en este blog del Pozohondo que quizá te asombres, lector, de mi osadía al dedicar un capítulo del «monopoli» criptanense a esta plaza. Quizá ya todo lo que esta plaza nos ofrecía ha sido repasado, quizá incluso, no una vez, sino varias. Pero seguro que algo nos hemos dejado en un rincón arcano del cajón de la memoria. De todo hay en lo ya escrito, porque de todo, casi de todo, hay y ha habido en el Pozohondo. Por tener de todo ha tenido hasta cementerio, y hasta ermita, y hasta arroyo, el famoso caz, y pozos y tuvo huertas, y tuvo árboles, muchos árboles, y un ensayo frustrado de jardines en otro tiempo y frustración de jardines hoy depauperados, ajados, humillados y pisoteados (véanse: El Pozohondo y el Caz , Campo de Criptana 1890-2013; Vagos recuerdos del Caz, Campo de Criptana 1956-1957).

Y era en otros tiempos, antes de que el asfalto la invadiera sin compasión, la Plaza del Pozohondo escenario de festejos en las ferias y fiestas, y lugar de asentamiento de circos ambulantes y otros espectáculos viajeros. Pero no todo eran alegrías. Hubo también algún que otro suceso que aportó notas trágicas a la crónica negra de Campo de Criptana, y la negrura de sus pozos de aguas puras, limpias y cristalinas se mutó, de vez en cuando, en muerte (véanse: Muerte en las profundidades , Campo de Criptana 1920; Más sobre la muerte en las profundidades, Campo de Criptana 1920). Fue esa Plaza del Pozohondo en otros tiempos «última frontera», aquel límite entre lo rural y lo urbano, entre el campo y la llanura y el pueblo, entre la noche profunda y oscura y la noche de candil y vela de sebo.

Plaza del Pozohondo: Plano de Campo de Criptana por Domingo Miras (1911)

Plaza del Pozohondo: Plano de Campo de Criptana por Domingo Miras (1911)

Como todos los límites y todas las fronteras, también la del Pozohondo era y es difusa. Hubo un tiempo en que en Campo de Criptana había eras, muchas eras, como en todo pueblo manchego que se preciase (véase: El Pozo Hondo: La última frontera, y la era de Ángel Granero Salcedo, Campo de Criptana, 1937). Hubo un tiempo en que Campo de Criptana estaba rodeada de eras que, a modo de terrazas, hacían de transición entre la llanura y el pueblo. Como todos los demás pueblos manchegos. Molinos por el norte, eras por el este, el sur y el oeste, y Criptana en medio, cogollo de blancura en la llanura… así era aquel paisaje. Es una lástima. Ya no es así. Ya casi no quedan eras y las que quedan están tan mal conservadas que no creemos que duren mucho. Los molinos ya no muelen. Criptana y no es un cogollo blanco. Hoy yo no sabría decir dónde está esa frontera. A lo mejor ya no existe. El Pozohondo es hoy ya tan centro como pueda haberlo sido en otros tiempos la Plaza Mayor, o pueda haberlo sido la calle de la Virgen, o la calle del Convento, o la calle Veracruz. La frontera entre los dos mundos hoy, entre lo rural y lo urbano, es quizá más diáfana que nunca, pero también es, a la vez, más engañosa que nunca. Siempre he dicho que La Mancha es tierra de espejismos.

Más Pozohondo: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2012)

Más Pozohondo: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2012)

¿Podríamos decir algo más del Pozohondo? Podría parecer que no. Pero sí. Lo dicho ya bastaría para incluir al Pozohondo en el catálogo de calles criptanenses del «monopoli», esa telaraña urbana que durante siglos y siglos fue dando forma al Criptana de hoy. Recordemos, sin embargo, algo importante: el «monopoli» que vamos poco a poco construyendo aquí es algo más que un callejero, algo más que un plano de Campo de Criptana con mucho de diacronía pero también de sincronía. El verdadero fin de este «monopoli» es reconstruir a base de historias capítulos de la vida y las vidas de Campo de Criptana, imágenes de su pasado, retratos en palabras de los criptanenses de otros tiempos, de sus vidas, de sus muertes, de sus alegrías y de sus penas. Y el Pozohondo no podría faltar en este mapa nostálgico de Criptana.

Por todo ello, lector, nos atrevemos a dedicar un capítulo del «monopoli» criptanense al Pozohondo. Será la entrega número XXVI, veintiséis capítulos ya de esta serie que todavía nos proporcionará muchos momentos de fruición. El Pozohondo y sus nostalgias nos esperan y en los próximos hablaremos un poco más de ellos.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO