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Como decíamos ayer, el catálogo hídrico-fluvial y la potamonimia de Campo de Criptana son ricos, mucho más ricos de lo que podría parecer a simple vista. Hay ríos, de status ciertamente discutible, pero ríos al fin y al cabo, que cuando la naturaleza quiere y como por un milagro inesperado cobran vida, y el agua de chisporroteantes gotas inunda sus lechos, y sus cauces se pueblan de vida. Río, río, como tal, sólo está el Záncara. Hay una acequia, que es su nombre oficial, «Acequia de Socuéllamos», alias Córcoles, o río Córdoles, nombre con el que es más conocido por estas tierras. Hay también un canal, del que tratamos ayer, el del Guadiana. Hay una laguna de aguas salobres, la de Salicor. Hay arroyos, como el de San Marcos. De los arroyos y de los ríos se espera que vayan a parar al mar. El de San Marcos es como muchos ríos de estepa y de desierto: no se dirige hacia el soberano mar o el imponente océano, sino hacia la laguna de Salicor, que a lo mejor hace las veces de mar criptanense, como un pequeño Mar de Aral manchego. ¡Quién se lo iba a decir a Criptana! ¡Tiene hasta mar!, eso sí, pequeño y discreto, pero muy salado él. A lo mejor el tamaño importa en otras cuestiones, pero no en ésta, y para el arroyo de San Marcos, que de vez en cuando nos sorprende y se puebla de vida y se llena de agua, el tamaño de su mar parece no suponer ningún problema. El arroyo de San Marcos busca su mar, la laguna de Salicor, y lo demás son pamplinas.
La red hídrica recuerda al sistema nervioso del ser humano. Hay nervios grandes, que se ramifican en otros más pequeños y éstos a su vez en otros mucho más pequeños, y a su vez en otros diminutos… así hasta llegar a todos los rincones del cuerpo. Esto mismo ocurre con las redes fluviales. No hay rincón al que no lleguen sus ramificaciones en forma de pequeños arroyos, que desembocan en otros más importantes y éstos a su vez en los principales y éstos en los ríos… siempre hacia el mar. Esos pequeños arroyos aparecen por todos los rincones de la geografía, incluso donde uno no se los espera, donde podría parecer que no pueden existir. Son discretos, quizá porque su experiencia con el hombre no ha sido buena. En esa guerra con las tierras de labor, unos centímetros más cada año, unos centímetros más cada vez, los arroyos y de los ríos llevan las de perder. Los hay, incluso, que han desaparecido bajo los arados, acto poco sabio, porque el agua siempre, tarde o temprano, acaba recuperando sus predios, y casi siempre suele hacerlo con fuerza y sin contemplaciones. Luego, de nada vale lamentarse.
Detrás del paraje llamado de la Cuesta del Villar hay un pozo, que tiene por nombre «del Salobral». No es este pozo más que una parte de algo mucho más importante, una columna vertebral hídrica que no siempre es perceptible. Se encuentra este pozo justo en el punto central de la llamada «Vertiente del Salobral», arroyo que dibuja forma de arco, desde las proximidades de la Cueva de la Laguna, donde tiene su extremo occidental, hasta el punto kilométrico 301 de la N-420, donde tiene su extremo oriental, o mejor dicho, suroriental, casi enfrente de la Cañada del Muerto. Otra vez la Cañada del Muerto; cuídate, caminante, de esta cañada, y del Cerro Lobero, que también cae por aquellos parajes. Ya te hemos dicho por qué; no te lo diremos más, que cuando los antiguos ponían nombres como éstos por algo sería, que no iban tan descaminados.
Tiene la vertiente del Salobral 3.913 metros desde su extremo occidental hasta el Pozo del Salobral; y de éste a su final al oriente recorre 2.794 metros. Más de seis kilómetros, en total, tiene esta hendidura de la tierra, que nace a unos 760 metros de altura y muere a 675, encerrando en su arco pozos como el de las Olivas y el del Concejo y parajes de gran importancia arqueológica, como El Real. Pero, sobre todo, encierra paisajes, variopintas vistas de sierras que buscan la llanura, tierras de olivos y de siembras que se van poco a poco convirtiendo en viñedos, el otro gran mar de Criptana.
Hoy es perceptible su valle y su arroyo, muy disimulado, serpenteante, y poco más, pero estoy seguro de que, en épocas de lluvia, cumple su función, y acoge las aguas que descienden de las colinas que lo arropan, y las conduce, poco a poco, lentamente, hacia su destino final, que son sus pozos y sus manantiales subterráneos, o, quién sabe, el destino que tiene toda agua que se precie: buscar la luz, e ir a ella, y llegar, tarde o temprano al mar, al brillante y resplandeciente mar. Largo camino para esas humiles aguas: de las sierras de Criptana hasta el mar océano… si el hombre no lo impide.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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