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Cuatro posadas tenía Campo Criptana en 1901, y una fonda, que no es poco. Las posadas eran las de Antonio Boluda, Hilario de la Guía, Joaquín Oliver y Jesús Ortiz. La fonda era la de Pedro Molina (Anuario Riera, 1901, p. 913). Ciertamente tendemos a usar indistintamente los términos «fonda» y «posada», aunque, a decir verdad, pocas ocasiones tenemos de utilizarlas en nuestros tiempos. Sin embargo, suenan bien las dos, son sonoras palabras, tienen aires de antigüedad, de otros tiempos, y a lo mejor hasta evocan historias de bandoleros y de amores transgresores entre el bandido y la posadera o historias lúgubres (véase: Viajeros, posadas y noches lúgubres, Campo de Criptana, 1890-1913). Una «fonda» es, según el DRAE, un lugar de hospedaje en el que se sirven comidas, pero de categoría menor que el hotel. «Posada», en cambio, es, también un lugar de hospedaje, también según el DRAE, especialmente para «arrieros, viajantes, campesinos».
De las posadas que tenía Campo de Criptana en 1901 una desapareció en 1912. Quería el Ayuntamiento criptanense dar ornato al casco urbano y esa posada estaba, al parecer, donde no debía. Creo que una de las cosas más tristes del urbanismo es crear un vacío donde hubo antes una casa, o una fonda, donde hubo antes vida y vidas pasaron su tiempo, donde hubo pasiones, donde hubo alegrías y hubo tristezas, donde hubo historias ocultas y arcanas, donde, quizá, varias generaciones se sucedieron, una tras otra, una tras otra… donde se oyó el primer llanto de un recién nacido y la última exhalación de un moribundo. Creo que los edificios guardan memoria de todos los que han vivido en ellos. No hay nada más triste que un lugar sin su edificio. En sesión ordinaria del 18 de marzo de 1912, el Ayuntamiento decidió que:
A propuesta del Sr. Alcalde quedó acordada la compra de la casa posada situada en la calle de Alfonso XII, núm. 3, en la cantidad de 21.500 pesetas, para su derribo, produciendo con su derribo el ensanche y ornato de la citada calle y la de Santa Ana.

Otra vista de la Plazoleta (Cuadro «Panorámica de Campo de Criptana»). Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2005)
Nos lo cuenta el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del 5 de junio de 1912. La calle de Alfonso XII es la actual calle Murcia. Allí está, desde entonces, la «plazoleta» por excelencia de Campo de Criptana, que por mucho que hoy se llame del «Conde de las Cabezuelas», siempre será la «plazoleta», diminutivo curioso que, como puede adivinarse, no viene de «plaza», puesto que daría «placita», sino de «plazuela». Y si ya una plazuela es más pequeña que una plaza… mucho, mucho más pequeña será una plazoleta. Era recoleta, y tuvo fuente otrora, que estaba casi siempre seca, y tuvo algunos arbolillos que parecían como puestos por azares del destino, de tan errática como era su plantación. Hoy, caminante, cuando atravieses esa plazoleta, así de diminuta, que, reconozcámoslo, es rara como ella sola, detente por un momento y piensa: «Aquí… donde hubo una posada».
Y como se acercaba la Semana Santa, el Ayuntamiento autorizó, en la misma sesión, al Presidente de la corporación que comprase las palmas para sus miembros para la función de Ramos. Era, por cierto, el alcalde en aquel tiempo Celestino Martínez Santos, y el secretario del Ayuntamiento Manuel Granero.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
Es curioso que al cabo de tantos años me entere de que la plazuela nació bajo el mandato de mi tío Celestino. No tenía la menor idea. Lo que hay ahora es un desierto de frías y anodinas losas. Era más acogedora cuando se podía jugar al gua. ¡Tiempos aquellos!
Tiene toda la razón. Yo conocí aquella plazoleta antes de que se convirtiera en escenario, pero ya de eso hace mucho. A eso ha quedado reducida, a un escenario. Antes era un lugar tranquilo, con un cierto encanto. Ahora, es como mucho, lugar de paso, y nada más. Esta plazoleta de hoy día es uno de los grandes desaciertos del urbanismo criptanense, uno de muchos del pasado y uno de los muchos que queden por venir.
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