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Esas pequeñas y cotidianas cosas: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Esas pequeñas y cotidianas cosas: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Es curioso que a veces acontecimientos no diré que importantísimos, pero sí que merecerían un pequeño capítulo en la historia, pasen completamente desapercibidos en sus anales y que otros, en cambio, puramente anecdóticos, sin apenas importancia, encuentren su pequeño hueco. Qué se conserva en la memoria y qué se olvida es algo que no se puede explicar ni por lo que se pueda pedir cuentas a la historia. Ésta hace lo que quiere y no siempre sigue en sus decisiones los parámetros que para nosotros serían lógicos. Por ello hay pequeñas cosas de la vida cotidiana que se han camuflado en la historia en forma de pequeña nota en un boletín de hace un siglo y medio, o en la discreta nota a pie de página de un raro volumen hoy sólo al alcance de los bibliófilos más aventurados, o en una de esas cartas a mano que un antepasado escribía en los arcanos del amor prohibido a su amada imposible, una de esas cartas que parece estar esperando el momento adecuado para aparecer, entre otros muchos papeles de la familia, como resurgida del polvo, como resurgida del olvido, como resurgida del pasado, quizá, como un revivir de antiguas historias y leyendas de pasión. La casualidad, en esto, no deja de sorprendernos y nosotros, quizá, nunca nos damos cuenta de cuán atados estamos a los zigzagueantes designios del destino y qué poco podemos hacer para liberarnos de ellos.

Esas pequeñas cosas: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Esas pequeñas cosas: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Viene todo esto a cuento, precisamente, de un hecho completamente banal. Lo reconozco, no es la primera vez que damos forma a un artículo a partir de una banalidad, a partir de un minucioso detalle que hemos encontrado por ahí perdido entre las columnas de un viejo periódico o en un lejano rincón de la memoria. Sin embargo, incluso lo banal puede dejar de serlo y puede tener una interpretación y podemos aprender algo de ello. Este acontecimiento banal lo encontramos en los extractos de sesiones del Ayuntamiento de Campo de Criptana que publica el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del 7 de octubre de 1872. En la sesión ordinaria del día 23 de julio de ese año, día de calor, día de verano manchego, día de sol, día, quizá, de mazagrán fresco y apetecible, un vaso, un vaso grande, con su espumilla y su aroma a café… día de calor aquel del 23 de julio en Campo de Criptana, suponemos… aquel día, el Ayuntamiento criptanense tuvo sesión, y tuvo la corporación que enfrentarse a una decisión que no creemos, sin embargo, que suscitase tórridas controversias.

No sabemos qué razones llevarían a algunos vecinos a hacer la solicitud a la que a continuación haremos referencia, pero lo cierto es que la hicieron y la presentaron al Ayuntamiento. Y éste, como si de un oráculo se tratase, expresó su veredicto en el modo en que nos dice el Boletín citado:

Se desestimó la solicitud de varios vecinos de esta villa, pidiendo se quiten las verjas puestas en una capilla de la parroquial, propia del señor conde de las Cabezuelas, por lo infundado de la solicitud.

De verjas e iglesias (Vista parcial del cuadro "Iglesia de Abia de la Obispalía"): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo /2007)

De verjas e iglesias (Vista parcial del cuadro «Iglesia de Abia de la Obispalía»): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo /2007)

Por supuesto, erraban los vecinos de la villa de Criptana al enfrentarse al contribuyente elector más poderoso de la localidad, al contribuyente elector por criptanense y también de la comarca, a quien más pagaba, a quien, suponemos, tenía la capilla más grande en la antigua y vieja iglesia, aquella que ya no es… a aquel que movía todos los hilos de la economía y de la sociedad, aquel sin cuyo asentimiento nada se movía. Eran, no lo olvidemos, tiempos de caciques. No parece, sin embargo, que fuese competencia del Ayuntamiento resolver asuntos de la Iglesia. Habría correspondido dirimir la cuestión al párroco criptanense de aquel tiempo, aquel polifacético e inquieto cacereño de origen Agustín Blasco Hernández, aventurero secuestrado a ratos, escritor, hebraísta aficionado, numismático y políglota (véanse: Un párroco erudito y polígrafo en Campo de Criptana: Agustín Blasco, † 1883; Más cosas sobre Agustín Blasco, párroco erudito y polígrafo de Campo de Criptana; Los lazos del tiempo: El Conde de las Cabezuelas y el presbítero Agustín Blasco, Campo de Criptana, 1877; y Apostillas a la historia de Agustín Blasco, párroco de Campo de Criptana: Epílogo y final, 1841-1883). Quizá, «lo infundado de la solicitud» responda a esta incongruencia administrativa. Los caminos de la burocracia son inescrutables.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO