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De aquel convento de Carmelitas Descalzos que existió en Campo de Criptana poco queda, sino su iglesia. Muchas historias hemos escrito aquí sobre él, sobre sus viejos tiempos de esplendor y sobre sus nuevos tiempos de decadencia, y sobre los tiempos en los que ya no fue lo que hubo, y ya poco… tan poco, quedó de lo que fue (véanse: La fundación del convento de Carmelitas Descalzos de Campo de Criptana, 1597; Frailes carmelitas en Campo de Criptana: Fray Francisco de la Madre de Dios, siglo XVI; Pedro de la Epifanía: Escritor y fraile del Convento de Carmelitas Descalzos de Campo de Criptana, siglo XVII; Un milagro carmelita en Campo de Criptana, 1664; Otro milagro carmelita en Campo de Criptana: La olla con agujero, 1664; Libros que fueron del Convento de Carmelitas Descalzos de Campo de Criptana en la Biblioteca de la Universidad Complutense; Religiosos exclaustrados del Convento de Carmelitas Descalzos de Campo de Criptana, 1862-1863).
¿Cómo sería aquel convento? ¿Cómo sería su claustro, cómo sus celdas, cómo sus dependencias, como su cocina, cómo sus huertas, cómo, también, su biblioteca, porque la hubo, cómo sería el día a día en uno de esos lugares en los que parece el tiempo haberse detenido, y perdido entre sus estancias podría alguien del XVI pensar que está en el XIX o en el XVIII, o alguien del XVIII que está en el XVI? Hoy sería todo aquello, sin duda, patrimonio arquitectónico y cultural, hoy sería un bien a conservar, hoy sería monumento histórico. Pero no, lamentablemente poco queda de aquel convento sino su iglesia. Quedaron un día de un mes y de un año cualquiera del siglo XIX, año de exclaustraciones, año de desamortizaciones, sus pasillos vacíos. No resonó más el eco de las pisadas que durante siglos hollaron sus losas de barro, ningún canto, ningún salmo se oyó, ninguna voz, no hubo ya luz de velas, ni de candiles, no hubo lumbre que calentara el hogar, ni trajín diario. Sólo quedó el silencio, ese silencio sepulcral, húmedo y opaco que inunda los edificios abandonados.
Así quedó un día el convento de Carmelitas Descalzos de Campo de Criptana, día ya lejano. Todo cambiaría en 1864. Tal y como nos dice el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del 22 de abril de ese año, el gobernador de la provincia dio permiso al Ayuntamiento criptanense para que comenzase la transformación del convento en escuelas:
Facultado este Ayuntamiento por el Sr. Gobernador de la provincia para ejecutar las obras de reparación del edificio que fué convento de Carmelitas, destinado para las escuelas de primera enseñanza de esta villa, se saca á la pública subasta, bajo la cantidad de 22.535 rs. 52 cénts. y condiciones que constan del expediente, cuyo remate tendrá lugar el domingo 1º del inmediato Mayo, de once á doce de su mañana, en estas Casas Consistoriales; debiéndose hacer las proposiciones por pliegos cerrados, depositando antes en la Depositaría de fondos provinciales un 10 por 100 en metálico del total importe de las obras.
Se invitaba, para finalizar, a participar a licitadores. Está firmado el anuncio en Campo de Criptana el 19 de abril de 1864, por el alcalde presidente, Gregorio Baíllo, dando fe del acuerdo del Ayuntamiento su secretario, Mariano Fernández Montes.
Volvería con ello, después, la vida a ese convento, esta vez con el bullicio escolar, ruido de pupitres, cuchicheos infantiles, las voces graves de los maestros, coros que recitan la tabla de multiplicar, geografías antiguas, historias de descubridores, historias sagradas, y olor a papel y a tinta, y ese olor siempre tan característico de las escuelas de siempre, ese olor que impregnaba las ropas de los escolares, ese olor a escuela de imposible descripción pero siempre evocador de los años de la infancia y de las viejas aulas, ese olor que siempre despierta nostalgia por lo que fue y ya no será. El tiempo también en esto es inexorable y, sobre todo, fugaz, muy fugaz, tanto que parece que esos recuerdos son el ayer.
Nueve años después, tendría lugar otro suceso luctuoso para la historia de ese convento, en este caso en su iglesia. De este tema ya hemos hablado en ocasiones anteriores, por lo que no incidiremos de nuevo en ello (véanse: El robo en el Convento de Carmelitas Descalzos, Campo de Criptana, 1873, I; y El robo en el Convento de Carmelitas Descalzos, Campo de Criptana, 1873, II).
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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