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El silencio opaco: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

El silencio opaco: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

Esperaría quizá el lector que un día de estos se hubiese traído un tema cualquiera relacionado con cementerios y días de difuntos a este blog. Sabe, sin embargo, el lector que venga siguiendo estos artículos cotidianamente, que, generalmente, no nos sincronizamos con los acontecimientos de la vida real. Hemos buscado, desde el principio, que este blog tenga su vida propia, su propia realidad, sus propios ciclos, que no tenga una vinculación con el tiempo absoluto; que, en definitiva, tenga su propio tiempo absoluto. Nos hemos librado así, lo reconozco, de la servidumbre que nos habría impuesto tener que escribir en ciertas circunstancias de temas que, en ese momento preciso, no nos convenían o, sencillamente, no nos atraían.

No quiere decir esto que fuera de su contexto no nos viniesen en otras circunstancias ganas de escribir sobre ellos, como efectivamente a veces hemos hecho. En esto del escribir artículos diarios, se tienen ganas un día de escribir sobre unos temas, y otro día sobre otros, sin que mucho tengan que ver las predilecciones o los gustos propios, sino más bien las apetencias pasajeras y de aparición inexplicable y fugaz.

Silencio de siglos: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2013)

Silencio de siglos: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2013)

No podemos negar también que, creemos, con este proceder hemos aportado un plus de sorpresa a este blog, por si algún lector esperaba encontrar un artículo sobre navidades en Criptana un 24 de diciembre, o sobre máscaras en Carnaval, o sobre procesiones en Semana Santa, o sobre ferias y fiestas un 24 de agosto, o, como en este caso, sobre el día de difuntos.

No ha encontrado el lector lo que quizá esperaba en esos justos momentos; sólo en casos excepcionales. En su lugar ha hallado el lector en este blog temas dispares, como caídos a destiempo y por azar, como desviados del círculo natural de las cosas, como atrapados en un curso temporal que zigzaguea y que va y viene sin someterse a las leyes de la naturaleza.

Silencios (Cuadro "Plaza de Criptana"): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2003)

Silencios (Cuadro «Plaza de Criptana»): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2003)

Ayer hablábamos del silencio… frío y opaco, aquel que inundó aquel viejo convento abandonado por el hombre, abandonado por la historia, abandonado por el tiempo, un ya lejano día de 1864 (véase: El silencio… frío y opaco, Campo de Criptana 1864).

Dijo alguien que había que ver qué solos se quedan los muertos; podríamos decir también ¡qué solos se quedan los conventos exclaustrados! ¡qué solas se quedan las ermitas de cementerio abandonadas a su suerte! ¡qué solas se quedan las casas parroquiales cuando han caído en el abandono, cuando ya no se oye el palpitar de la vida en ellas, cuando esperan resignadas, como un condenado, el amanecer, y con él su ejecución, cuando su hora y su momento ya está fijado! ¡Qué solas y vacías se quedan cuando esperan ya solo la ruina, qué güeras sus ventanas y profundos y oscuros sus balcones, abiertos de par en par… ya solo la demolición, ya solo el final de un edificio, y de un ciclo, y de una historia, de una época, en definitiva!

Pronto será pasado (vista parcial del cuadro "Panorámica de Campo de Criptana"): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2005)

Pronto será pasado (vista parcial del cuadro «Panorámica de Campo de Criptana»): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2005)

No hay, quizá, nada más triste que ese silencio… frío y opaco, que inunda un edificio condenado, unas estancias que añoran el bullicio y la vida del pasado, un trajín que todavía resuena en sus rincones, tiempos mejores, tiempos ya pasados ¿Fue todo tiempo pasado mejor? No siempre, pero a veces sí. Tienen sus muros los días contados, una historia que se acerca inexorablemente a su fin; ni siquiera una exhortación de profeta veterotestamentario podría, al parecer, detenerla.

Pero hay muchos más silencios… fríos y opacos, muchos más. La vida está llena de pequeños apocalipsis, también silenciosos, también fríos, también opacos, tanto, que a veces no los percibimos.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO