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Decíamos en el artículo anterior que todo había vuelto a la tranquilidad en el Ayuntamiento criptanense. ¿Todo? No, todo no. Un problema quedaba rondando por allí, un problema que no era sino la punta del iceberg, algo que, aunque parecía resuelto, no lo estaba. Era, quizá, porque el Ayuntamiento criptanense era ya de organización caduca, porque un sistema que durante tantos y tantos años había sido útil, puede que ya no lo fuese. Lo malo que tiene la contemporaneidad es que a veces se mira más al pasado que al presente, o se mira más al futuro que al presente, y puede ocurrir también que el presente se olvide o se confunda con el pasado o, lo que es peor, que se confunda con lo que a uno le gustaría que fuese el presente pero, realmente, ni lo es ni nunca lo será. Quizá lo peor es no darse cuenta de que el tren, el adecuado, el que nos llevará al destino deseado, sólo pasa una vez en la vida, y que, si en ese momento uno no está ojo avizor y no toma ese tren, dejará encarrilada para siempre su vida en una u otra dirección, quizá la buena, quizá la mala… A lo mejor en la vida pasan más trenes; a lo mejor no son los adecuados, son esos que no hay que tomar, porque no nos llevarán a ningún sitio. Quizá ya nunca pase ninguno más. En un ayuntamiento, supongo, ocurre lo mismo. Al menos eso espero: que el tren que se tome sea el adecuado y se tome en el momento justo.
Espero que, también, en aquellos días de finales de enero de 1896 alguien en el Ayuntamiento criptanense fuera consciente de que algo olía a podrido, no en Dinamarca, como diría Hamlet, sino en la institución. Lo dicho hasta ahora en esta serie basta para demostrarlo. Por ello le viene a uno la imagen de ese viejo barco que se hunde, poco a poco, y todos sus marineros huyen despavoridos, y nadan buscando su salvación en los pocos maderos que flotan sobre el mar, y huyen también las ratas y buscan, como todo hijo de vecino y como es de esperar, su salvación. La verdad es que, bien mirado, es una gran faena que un barco se hunda. A lo mejor da la casualidad de que todavía navega en singular singladura por las profundidades del océano alguno de aquellos barquitos de papel que hace muchos, muchos años, alguien dejó en el Caz del Pozohondo. A lo mejor llegó ese barquito al río, y luego al mar, y luego recorrió el inmenso ponto, y quizá ha visto de cerca Tristán d’Acunha, o ha saludado al espíritu de Napoleón en Santa Helena, o se ha asombrado ante la inmensidad del mar de fosfatos de Nauru, o, incluso, se ha quedado absorto ante la visión de la blanca Nuuk. Nunca se sabe. Esto no venía muy a cuento, pero, hay que reconocerlo, las expresiones «singular singladura» e «inmenso ponto» me han quedado de lo más épico…
Pero hay más a sumar a lo ya relatado sobre el Ayuntamiento. Nos lo dice el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real del 6 de marzo de 1896 respecto a lo ocurrido en la sesión ordinaria del día 27 en el Ayuntamiento criptanense. Quedó enterada la corporación de que:
… para reemplazar al sereno Pedro Barrilero, cesante, se ha nombrado á Manuel Carrasco; y de que han sido admitidas las dimisiones presentadas por el cabo de peones Jesús López Pintor y peón Luis Delgado, habiendo sido nombrado en sustitución de éste Juan Alarcos y Suárez, dejando sin proveer la plazo (sic, «plaza») de cabo.
Y no quedó ahí la cosa. Se nombró en esa misma sesión como auxiliares «temporeros» de Secretaría a José López de Longoria y Rafael García Casarrubios. El término «temporero» nos podría resultar en nuestro tiempo algo extraño, quizá inapropiado para el contexto. Sin embargo, es perfectamente correcto, según el DRAE:
Dicho de una persona: Que ejerce un trabajo temporalmente.
Es cierto, sin embargo, que hoy para esta noción se usa «temporal» o, en algunos casos, «interino», reservándose «temporero» para trabajos temporales en el campo.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
Mira que es difícil que aquel barquito de papel que cayo en el Caz del Pozohondo en caso de que llegara al mar pudiera disfrutar de cuantas fantasías dices que pudo ver…digo mas difícil todavía, seria salir de esta tierra amurallada para llegar al rio y que le condujera al mar. Y digo así porque la muralla mental de los reyezuelos de estos andurriales es infranqueable.
Más razón que una santa… tienes. Me gusta eso de «reyezuelos». Es lo más apropiado. No habría podido encontrar una palabra más adecuada, más afinada, que ésta. «Sátrapas» también valdría… querida, que tienes más razón que una santa y eso de las murallas es cierto como la vida misma, que no hace falta que sean de piedras, ni con torres, ni con puertas, que las murallas están en la mente, y las de piedra se pueden asediar; las de la mente, desgraciademente no.