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Nos vamos hoy al año 1875. Veinte años hacía que los trenes pasaban ya por Campo de Criptana por aquel entonces. Es, pues, una historia ya vieja, una historia añeja, como ese vino que se tenía antes en las casas, en pequeños toneles de madera, y se iba añadiendo de vez en cuando más vino, y se iba dejando que tomase el aroma y el sabor del tiempo. Reyes como Amadeo I e Isabel II vinieron, o mejor dicho, vieron Campo de Criptana desde la ventanilla de un tren, y a lo mejor hasta paró el tren, y se bajaron en su estación, y fueron celebrados por las multitudes criptanenses y por las autoridades (véanse: La breve estancia de Isabel II en Campo de Criptana, 1860; y El rey Amadeo I en Campo de Criptana, 1871). Otro rey vio Campo de Criptana desde la ventanilla de un tren, del tren real, y a lo mejor sus molinos sobre su sierra todavía molían, haciendo girar sus aspas todos a coro, todos bailando al son del viento. Fue en enero de aquel año 1875, día de invierno, día a lo mejor de lluvia, a lo mejor de nieve, día de frío seguramente, como debe ser todo día de invierno que se precie. Ese día de enero de 1875 pasó por Campo de Criptana Alfonso XII.
Nos lo cuenta el Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad, número extraordinario del jueves, 14 de enero de 1875. Reproduce esta publicación una comunicación telegráfica del gobernador civil de la provincia de Ciudad Real fechada el 13 de enero de 1875. Se cuenta en este informe que había tenido el gusto este alto cargo provincial, el más alto cargo, que es como decir el pez más gordo del acuario, de recibir y ofrecer sus respetos en Socuéllamos a S. M. el Rey don Alfonso XII, rey que lo era desde hacía poco. Vino el gobernador en el tren real hasta Alcázar, destino al que llegó a las seis y veinte. De paso, porque parece que fue sólo así, de paso, sin una parada, había el rey presenciado en Záncara y Criptana la «entusiasta recepción que han hecho los pueblos á su joven y simpático Monarca». Hubo en Alcázar «ovación… indescriptible», hubo vivas al rey, hubo músicos que tocaron la marcha real, y fuegos artificiales. Hubo, en fin, de casi todo, para aclamar al rey. Muchos actos y recepciones oficiales esperaban al rey en Alcázar, pero su paso por Campo de Criptana fue fugaz.
Estaría con motivo de tal ocasión, sin duda, la estación criptanense repleta de ciudadanos que esperaban la llegada del rey. Quizá había el alcalde arengado a su pueblo desde el balcón consistorial animándole a bajar a recibir al rey, no sin antes darles la explicación que les debía… y esa explicación se la iba a dar. A lo mejor había alguna que otra pancarta, con un gran «Bienvenido» escrito en letras grandes y negras… a lo mejor tirando a góticas, que parece de más postín y más real. Y quizá se decoró la estación, y se pusieron guirnaldas, y estuvieron presentes la autoridades civiles y eclesiásticas, como era de rigor en la época. Y una representación de las fuerzas vivas, de caciques de aquellos tiempos, de terratenientes y de los influyentes no faltó; nunca se sabe lo que puede deparar en el futuro la adhesión a la casa real (véase: El criptanense José Vicente Baíllo y el manifiesto manchego de adhesión a Isabel II, Campo de Criptana, 1833). Y quizá la Junta local de Enseñanza había encargado a un niño, el más leído de todos, el más arreglado de todos, el más presentable de todos, el de dicción más clara, que leyese un discurso de elogio a su majestad, con muchas metáforas y símiles, y alguna que otra metonimia y con hipérboles, muchas hipérboles, seguro. Sin duda, se emocionaron todos cuando el tren real, de humeante locomotora, se acercaba a la estación criptanense, y se pusieron todos los nervios a flor de piel, y comenzó todo el pueblo a vitorear al rey, y comenzó la banda de música a interpretar la marcha real y el niño, el más leído, el más presentable de todos, a leer su panegírico real… y el tren pasó, rápido, dentro de lo rápido que iba un tren de entonces… y el tren real silenció con su «chacachá» los vítores criptanenses, y la música criptanense, y el discurso del niño criptanense… y el tren pasó, y el niño continuó su discurso hasta el final. Por qué será que esto me recuerda mucho a Bienvenido Mr. Marshall. A veces se ponen demasiadas ilusiones donde no se debe.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO