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Hoy nos puede parecer mentira, pero en otro tiempo estuvieron los caminos de La Mancha llenos de peligros y amenazas para el viajero y para el caminante. Ya no hablamos de esas advertencias que continuamente hacemos al caminante sobre el Cerro Lobero, que, como hemos dicho muchas veces, cuando así se llama y cuando así le pusieron los antiguos por algo sería, y, a lo mejor, no era buena idea en otras épocas aventurarse por sus tierras por la noche. Ya no hablamos de historias de miedo, ni de leyendas, ni de relatos de fantasmas y aparecidos que corrían de boca en boca entre los vecinos de los pueblos, cada pueblo con su tradición, cada pueblo con sus muertos, cada pueblo con sus aparecidos, cada pueblo con sus miedos. Ni hablamos tampoco de esos cruces de caminos, que tan mal fario traen, ni de lo que el caminante nocturno podría encontrarse en ellos. Nada bueno. Seguro. Y mucho menos hablaremos de pavores triscaidecafóbicos. No, hoy no hablaremos de todo eso. Hoy hablaremos de miedos reales, miedos que existieron en otro tiempo. Son los miedos de la guerra.
Parecían no tener un respiro las gentes del siglo XIX. Cuando no eran las guerras, eran las enfermedades y epidemias, cuando no las hambrunas, cuando no los caciques, que a lo mejor ellos solos eran peores que todas las demás amenazas juntas. Dominaron buena parte de un tiempo del siglo XIX que tendría que haber sido de paz, las guerras de África y, sobre todo, las Guerras Carlistas que, aunque hoy nos parecen guerras menores, guerras segundonas, guerras de medio pelo, fueron guerras, al fin y al cabo, y la guerra nunca es menor, ni segundona, ni de medio pelo. La guerra es la guerra, se mire por donde se mire.
De vez en cuando llegaban a estas tierras coletazos de aquellas viejas guerras de nuestros antepasados, como diría Miguel Delibes. De ello ya hemos hablado en otras ocasiones en este blog. De uno de esos episodios, de efectos llamémosle colaterales para Campo de Criptana, hablaremos hoy (véanse: Asedio al santuario del Cristo de Villajos, Campo de Criptana, 1835; Crímenes en Campo de Criptana: La extorsión a María Rita Medrano, 1836; y Crónica de un secuestro en Campo de Criptana, 1839). Encontramos la noticia en el Diario de Córdoba de comercio, industria, administración, noticias y avisos (año XXV, núm. 7123, del 22 de mayo de 1874). Dice lo siguiente:
Con referencia á un despacho del alcalde de Campo de Criptana, espedido (sic) anteanoche a las 11 y 15 minutos, se sabe que habían llegado á dicha población varias familias huyendo de la faccion (sic) que anteayer mañana había penetrado en Pedroñeras mandada por Monet y Palacios. El gobernador de Ciudad-Real, de acuerdo con el gobernador militar, adoptó inmediatamente algunas medidas por si la facción se dirigia (sic) a su provincia.
Parece que, poco después, la facción de Monet, que estaba compuesta por entre 2000 y 2500 hombres se dirigió a Cañete (Cuenca), donde permaneció durante cinco días, y luego a Chelva. Son, pues, acontecimientos de la Tercera Guerra Carlista. Que no se nos olvide, para finalizar este artículo, recordar que por aquel entonces era alcalde criptanense Ramón Baíllio. Y que no se nos olvide, tampoco, que no hay guerras menores, ni segundonas, sino que todas las guerras son, al fin y al cabo, guerras, se miren como se miren.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO