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Apocalipsis, Calle cortada, campo de criptana, Ceda el paso, Cinturón de seguridad, Coche, Conductor, Conjuro, Destino, Diabólico, Elecciones, Espeluznante, Esqueleto, Estética, Este, Historia, José Luis López Vázquez, La Cabina, La Mancha, Laberinto, Leyenda urbana, Literatura, Maldición, Miedo, Muerte, Oeste, Queso, Ratón, Rotonda, Terror, Vida
Las rotondas tienen algo de diabólico. Hay dos sueños recurrentes con las rotondas como protagonistas y como escenario. En uno, se queda el conductor bloqueado porque no encuentra la oportunidad para entrar en la rotonda… viene un coche, viene y otro, y otro y otro, y así hasta el infinito. Y pasa tanto tiempo que la eternidad se apodera de todo, y llega el apocalipsis y uno está todavía allí, ante el «Ceda el paso», sin poder entrar en la rotonda. En el otro sueño se entra en la rotonda, pero no se sale, y se da una vuelta, y se da otra, y otra, sin parar, así hasta el infinito…, así eternamente, como una maldición, y llega también el apocalipsis, y sigue uno dando vueltas a la rotonda, hasta el fin de los tiempos. A lo mejor algún día aparece una leyenda urbana, y, como si de José Luis López Vázquez en La Cabina se tratase, se nos cuenta cómo de modo asombroso alguien, en un lugar sin determinar y en un tiempo indefinido como es de rigor en toda leyenda urbana que se precie, ha quedado atrapado en una rotonda para siempre.
Viene esto a cuento por una historia que llegó hace unos días a mis oídos. Creo que es una leyenda urbana en toda regla, puramente criptanense. Es un gran descubrimiento saber que también Campo de Criptana tiene leyendas urbanas, como Dios quiere y manda y como se espera de todo lugar con cierto postín. A lo mejor algún día tendremos que empezar a contarlas.
Que Criptana tenía alguna que otra historia de terror real, como la vida misma o, en este caso, como la muerte misma, ya lo sabíamos. Un ejemplo es la espeluznante historia del saqueador de tumbas (véanse: Campo de Criptana, 1911: La espeluznante historia del saqueador de tumbas; Campo de Criptana, 1911: Más sobre la espeluznante historia del saqueador de tumbas… y su mujer; Campo de Criptana, 1911: De nuevo, sobre la espeluznante historia del saqueador de tumbas… y su mujer ¿El desenlace?; y «Negrina Corona», a la venta en Hijos de P. Alarcón, y la espeluznante historia de las botas, Campo de Criptana, 1912). Esta historia es otra cosa. Da también miedo, pero de otra manera. Es miedo contemporáneo, es ese miedo que se siente por algo que te puede ocurrir en la realidad, el día menos pensado, es ese miedo que da una puerta entreabierta, es ese miedo que da un largo pasillo en un hospital abandonado, es ese miedo inexplicable que produce la oscuridad profunda. Miedos de otros tiempos, como el gótico y el romántico, ya no nos espantan, porque han pasado al mundo de la literatura, y reconozcámoslo, nadie tiene a mano, y menos en La Mancha, un bosque que albergue en la niebla las ruinas de una antigua abadía poblada de fantasmas y espectros.
Te estarás preguntando, lector, cuál es esta historia que voy a contar ya, sin más demoras en disquisiciones varias, sin más preámbulos. No será esto el parto de los montes horaciano, parturient montes, nascetur ridiculus mus (es decir, «van a parir los montes, nacerá un ridículo ratón»). Por ello, te la voy a relatar.
Entre tanta obra y tanta obra como azota al callejero de Campo de Criptana en los últimos tiempos, hay de vez en cuando, como por designios de la suerte y del azar, calles por aquí y por allá cortadas al tráfico rodado. Un criptanense (o varios, dicen algunas lenguas) tomó su automóvil una luminosa mañana con la inocente idea de llegar a su destino. Transcurrió plácido su recorrido al principio, pero, para sorpresa desagradable, surgieron aquí y allá calles cortadas. Las sorteó el infeliz criptanense como si en un laberinto se hallara, como en una carrera de obstáculos, como pobre y desvalida ficha de parchís que busca no ser comida, y subió y bajó el criptanense por calles empinadas, y bajó y subió, y subió y bajó. Algo ocurrió de repente. Advirtió aquel criptanense al rato que había vuelto al punto de partida, que de tantas y tantas calles cortadas como había, había viajado en círculo, como cuando alguien se pierde en un bosque o en una selva y cree saber orientarse con el sol un día nublado y vuelve al origen de su caminata. ¿Dónde está el este? ¿Dónde está el oeste? Pero volvió a partir ese criptanense, llevado por el deseo inocente de llegar a su deseado destino.
La esperanza nunca se pierde. Volvió a recorrer el mismo camino, volvió a encontrar los mismos obstáculos, subió y bajó por calles empinadas, y bajó y subió, y subió y bajó, y pensó aquello de «esto me suena» o «por aquí ya he pasado» o «esto es un déjà vu«, y se encontró de nuevo en el punto de partida. Otra vez. Y volvió a intentarlo. Y volvió a ocurrir lo mismo, subió y bajó por calles empinadas, y bajó y subió, y subió y bajó… Cuenta la leyenda urbana que aquel criptanense nunca pudo salir del círculo de las calles cortadas y que siguió eternamente viajando en círculo, y que volvía eternamente al punto de partida, y que acabó sus días como el protagonista de La Cabina. A lo mejor las calles cortadas en Campo de Criptana ya son una maldición en toda regla, maldición tan grande, tan malvada, que no admite defensa con ningún conjuro.
Ya lo sabes, criptanense. Te puede ocurrir a ti. Guárdate de las obras y de las calles cortadas. Huye, si puedes, cuando veas una, porque nunca estará sola, porque las calles cortadas son como las tragedias, que siempre vienen de tres en tres, y puede que no encuentres salida a tu camino. Guárdate de ellas si no quieres verte encerrado en un laberinto sin salida como si fueras un ratón. Sólo verás el queso cuando se acerquen las elecciones.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO