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Almacén, Barril, Bocoy, campo de criptana, Carta, El Pueblo Manchego, Estación, Facturación, Ferrocarril, Historia, La Tribuna, Mercancía, Mercancías, queja, Tren, Vino
No podríamos concebir la historia de Campo de Criptana, la más reciente o menos reciente (depende de cómo midamos el tiempo, si en términos reales o en términos subjetivos) sin el ferrocarril y sin su estación y sin ese paso a nivel que ya debe de ser de los pocos que quedan en esa línea, si no el último. No puedo ahora hacerme una idea de cuántas pequeñas historias han tenido esa estación como escenario, historias de despedidas, historias de espera, historias de ida y vuelta o de ida pero no de vuelta. Hay historias de alegría, historias de tristeza, historias emotivas, pero todas del día a día, anónimas la gran mayoría. Y eso es bueno, que las historias sean anónimas, sobre todo porque la memoria documental es selectiva y hace de lo malo noticia pero silencia los momentos felices y cotidianos. Por ello, que la memoria no nos engañe. Está la historia más cargada de cosas buenas que de malas, solo que de ello no ha quedado reflejo.
La llegada del tren a Criptana fue, sin duda, el acontecimiento más importante en la historia de la localidad. Un día un primer tren que recorría aquella línea pasó y paró en Campo de Criptana, y ya nunca nada sería igual. Tenemos que ser conscientes de ello. Con el tren le tocó la lotería a Criptana, aunque es una lástima que no siempre hayamos sido capaces de recordarlo. Eso es lo que ocurre con las cosas que vienen ya dadas de antes: Que no se valoran.
Veíamos ayer que un criptanense cualquiera, porque desconocemos su nombre, envió una extensa carta al periódico nacional La Tribuna para quejarse de la situación que vivía el transporte de mercancías en la estación criptanense. Poco después se reimprimió el texto de la carta en el periódico provincial El Pueblo Manchego, año VII, núm. 1792, del 4 de enero de 1917, acompañado de comentarios del corresponsal criptanense, que era quien lo enviaba. Por supuesto, exoneraba de culpa el criptanense a los empleados de la estación. En esto lo dejábamos ayer y en esto continuamos hoy. Así dice, pues, la carta:
Ciertamente que el personal de la estación se desvive por servir al público (no es adulación); pero siempre faltan vagones para carga; á diario se rehusa (sic) admitir facturaciones; el almacén está completamente lleno; en el muelle no cabe un barril más; cientos de metros en los alrededores están cubiertos de envases llenos de vinos; mercancías que sufren merma, se deterioran y hasta desaparecen. ¿Cómo no? Si ha habido bocoyes de vino que no pudieron salir hasta un mes después de facturados.
Ésta era la situación de colapso que se vivía en aquel entonces en la estación criptanense y, como decíamos ayer, el producto que más estaba sufriendo las consecuencias era aquél que por aquel entonces tenía el tren como principal medio de exportación: el vino. Gracias al tren llegaban en aquel tiempo los barriles de vino criptanense a todos los rincones de España.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO