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Abismo de sangre, Cadáver, Crimen, Estación, Ferrocarril, Hechos, Historia, Primavera, Relato, Suerte, Tren, Triscaidecafobia, Vicente Martínez-Santos Ysern
Continuamos hoy la historia que comenzábamos ayer («Abismo de sangre». Capítulo 1: Jacinto). Los recuerdos y evocaciones del protagonista nos llevarán al pasado, y allí transcurrirá toda la historia.
Capítulo II
LOS HECHOS
Se ve a sí mismo camino de la estación. No va sólo; su hija Mercedes, tan parlanchina, asida del brazo derecho y su hija Magdalena, tan taciturna, del izquierdo, lo acompañan. Son casi las once de la noche. El tren correo está a punto de llegar. En él viene su hermano Pedro, que vive en Madrid, pero vuelve al pueblo de vez en cuando a pasar unos días con la familia. Esta vez la visita de Pedro coincide con su cumpleaños y las sobrinas desean felicitarlo en cuanto baje del tren. Este detalle permite a Jacinto precisar la fecha, veinticinco de abril, pero no de qué año; tal vez el 28 o el 29, porque aún mandaba Primo de Rivera, si bien el farandulero general perdía fuelle a ojos vistas. Recuerda también que era noche suave, agradable, de primavera cuajada, que invitaba al largo paseo; y que caminaban bromeando, charlando, escuchando las anécdotas que les contaba de cuando él y el tío Pedro eran jovencitos.
La estación está lejos del pueblo, aunque lentamente algunas viviendas, algunas bodegas, comienzan a configurar lo que un día todavía lejano será una ajetreada avenida. Pero ahora el camino hacia la estación discurre entre campos sembrados de trigo, de cebada, plantados de vides, flanqueado por acomodaticios plátanos, por unas pocas farolas que apenas alumbran. Por eso, y porque la luna ya está en muy avanzada fase de cuarto menguante, Jacinto se ha provisto de una linterna; así, un tenue círculo luminoso precede al avance de los tres caminantes.
No se lo ha dicho a las chicas por no preocuparlas, pero en el bolsillo de la chaqueta lleva también un revólver. No es que él sea un hombre violento, pero los tiempos andan algo revueltos, sobre todo desde que don Manuel ha puesto en circulación el manifiesto de Acción Republicana y don Alejandro, moderados los discursos incendiarios, se ha sumado a la Alianza Republicana; porque Jacinto, continuador de la tradición familiar, es republicano; acaso más por conveniencia que por convicción, todo hay que decirlo, puesto que le agrada más el gracejo andaluz de don Niceto que la agudeza crítica de don Manuel. Todo el pueblo sabe que él es secretario de la agrupación republicana local, de ese grupito de cuatro o cinco amigos que se reúnen de vez en cuando para sostener moderadamente viva la llama republicana. Pero no faltan camorristas que quieren buscarles las cosquillas, aunque no sea sino por diversión; al presidente de la agrupación —pobre Antonio— ya le han dado una paliza, pero él no está dispuesto al sacrificio, así que más vale estar prevenido; o eso creía.
Porque de improviso alguien salta desde el cebadal, se planta ante ellos y los enfoca con una linterna que los deslumbra; a Jacinto se le cae la suya al suelo; trata de liberar los brazos que, aterradas, le aprisionan sus hijas. El individuo que está ante ellos esgrime una pistola. Jacinto consigue al fin empuñar su revólver.
— ¿Qué quieres tú, so mamón? Lárgate de una puta vez o te arrepentirás, cojones — le grita Jacinto indignado al tiempo que enarbola el revólver.
Todo sucede entonces en una fracción de segundo. Magdalena se adelanta un paso al tiempo que procura tapar con la mano extendida el haz de luz que la deslumbra, como si quisiera ver el rostro de quien los ataca; al hacerlo, se sitúa sin darse cuenta delante de su padre. Es ella quien recibe el primer disparo del intruso; el segundo es para Jacinto. No hay un tercer disparo porque Mercedes ha salido huyendo despavorida hacia la estación. Sus gritos pidiendo socorro resuenan desgarradores en una noche primaveral que se ha teñido de sangre.
A partir de ese momento la película de Jacinto se corta brusca y doloridamente. La continuación ya no depende de él, sino de lo que le han contado. Le han dicho que volvió Mercedes con José María, el vigilante de la estación; y que luego llegaron la pareja de la guardia civil, y el médico don Manuel, que no pudo sino certificar la muerte de Magdalena, y el juez don Servando, para ordenar el levantamiento del cadáver, que se lo llevaron en el tílburi de Martín, el que lleva a la estación las sacas de correo y recoge las que llegan. Lo que Jacinto ve en su memoria se desenvuelve ahora en un escenario bien distinto. Porque ya no está en el camino de la estación, sino en el hospital donde convalece del disparo que a punto estuvo de costarle la vida; se la perdonó, pero se la dejó maltrecha para siempre. Ya sabe que Magdalena no tuvo tanta suerte, que él se libró de la muerte porque ella se interpuso en su camino. Sabe también que han detenido a Aristeo Villada, acusado del espantoso crimen.
Lo que más le mortifica al recordar la angustiosa escena vivida en el camino de la estación es la muerte de Magdalena. Ni siquiera pudo velar el cadáver, ni asistir al funeral, ni acompañar el féretro al cementerio. Y en cuanto al funesto Aristeo, que más parece demonio, aunque no lo dice, sabe que él no identificó al asesino y duda que Mercedes o la desgraciada Magdalena pudiesen reconocerlo, porque la noche era oscura, los deslumbraba la luz de la linterna y no había por ese punto ninguna farola. Pero guarda silencio al advertir la certidumbre de los demás. A fin de cuentas todo es posible y la realidad es que su relación con Aristeo era muy tormentosa. ¿Por qué lo era?
VICENTE MARTÍNEZ-SANTOS YSERN
Poco a poco se va desgranando la historia, poco van los hechos saliendo a la luz. Pero como todo tiene una causa no iba a ser menos este suceso. En el capítulo de mañana iremos vislumbrándola, iremos leyendo las claves que el autor del relato nos proporciona, y nos veremos inmersos, sin darnos cuenta, en otra época, en otra sociedad, casi como parte de la historia. Comenzó ayer su andadura esta historia de recuerdo, de tragedia, de ese funesto fátum insondable que siempre acecha al ser humano en los caminos de su vida. Día 13, eso sí, lunes, pero 13 al fin y al cabo, y esto no es consuelo para triscaidecafóbicos [NOTA DEL EDITOR]
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