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Abismo de sangre, Criptanense, Ficción, Recuerdo, Relato, Tragedia, Vicente Martínez-Santos Ysern, Vulcano
Nuevas claves sobre la historia se nos irán desvelando poco a poco. En esto de los recuerdos el ser humano es muy selectivo y, aunque no siempre recuerde lo que más le gustaría recordar, lo que recuerda se muestra a veces tan vívido que parece estar ocurriendo otra vez. Veíamos ayer el capítulo II: «Los hechos». Continuamos hoy, pues, con el capítulo III de Abismo de sangre.
Capítulo III
ARISTEO Y MAGDALENA
Aristeo Villada trabaja en la fragua de Julián “el marragolpes”. Su trabajo lo ha convertido en un joven fornido, tenaz, bien plantado, algo jactancioso incluso, hasta temerario de tanto jugar con fuego forjando el hierro. Es como el Vulcano del pueblo, pero no cojea como el dios; sabe pavonearse por fiestas y saraos alentando la fama donjuanesca que los envidiosos le atribuyen.
En las fiestas de agosto pasado sacó a bailar a Magdalena. Parece que le tiró los tejos y obtuvo respuesta favorable. Desde entonces se les ve juntos paseando, charlando en la reja de la casa donde vive ella; los insidiosos dicen que en invierno se arropaba tanto con una manta que no podía saberse si hablaban, no hablaban o qué hacían. Y esas habladurías han enojado al padre de Magdalena, decidido a impedir una relación que considera inapropiada, porque él desea para su hija un enlace de mayor enjundia que la del herrero.
Nada más eficaz que la oposición paterna para reforzar la inclinación de Magdalena por Aristeo; nada más estimulante para encalabrinar al obstinado amante. Cuando Jacinto amenaza a su hija, disputa con ella, la expulsa incluso de casa y ella se refugia varios días en la de su amiga Marcela, Aristeo se siente directamente agredido, ofendido y pisoteado. Algo en su interior ruge, se enerva, pugna por aflorar y verterse como colada de hierro ardiente sobre Jacinto para disolverlo. Y cuando golpea sobre el yunque lo que será la reja de un arado se imagina que es a Jacinto a quien golpea.
Apenas puede hablar con Magdalena; vive sin saberlo expresar como diría luego el viejo bolero, “a escondidas he de verte y he de hablarte a escondidas”. Recurren al intercambio de amorosas cartas por intermedio de manos amistosas y comienzan a plantear la posibilidad de escaparse, de poner a Jacinto ante hechos consumados. Pero ella vacila, duda, no se atreve a dar el paso definitivo. Está cada vez más asustada. Vuelve a casa y procura suavizar la tensa relación con su padre; advierte a Aristeo, no te dejes ver por aquí, que mi padre tiene una pistola y podemos tener un disgusto. Es ahora cuando más dolorosa le resulta la falta de la madre; si viviera podría confiarse a ella, recibir sus consejos, encontrar quizá una aliada, alguien que la comprendiera, que la ayudara a resolver el conflicto en que se debate. Si habla con su hermana, más joven, más inexperta, obtiene magros resultados porque Mercedes está tan confusa como ella.
“Mi padre —decía ella en una de las cartas— no es tan mala persona como a veces crees tú, amor; él quiere para mí lo que equivocadamente considera mejor porque ya no se acuerda de cómo batalló por mi madre. Si te conociera como realmente eres, también te apreciaría. Tú eres tierno y afectuoso, delicado y honrado y por eso te quiero tanto. Pero comprende que a mí me resulta muy duro enfrentarme a él, ser la causa de un disgusto tremendo, de un escándalo que le amargaría la vida y nunca nos perdonaría…”
“Tú, querida mía, —le decía él— tienes que defender tu propia vida. En lo de cada día sabes que no puedo ofrecerte gran cosa, pero me tienes para ti en cuerpo y alma y que seré capaz de sacrificar lo que haga falta con tal de tenerte contenta. Trabajaré sin descanso para prosperar y ofrecerte una vida mejor. No puedes ni imaginar cuánto has cambiado mi forma de ser y cómo he dejado atrás las tonterías y la vanidad de joven atolondrado y vanidoso. Quererte como te quiero me ha cambiado por completo, me ha hecho ser mejor y vivir contigo todavía me hará mejorar más. Tenemos que ir adelante, dar el paso definitivo y vivir juntos nuestra propia vida. Si no, no sé qué será de mí y, sobre todo, qué será de ti, que tu padre es capaz de casarte con alguno a costa de tu felicidad. Qué sabrá él que es estar enamorado, qué sabe lo que sentimos, ni lo que es un gran amor.”
Aristeo sabe todo esto y hace suyo el sufrimiento de Magdalena. El sufrimiento comienza a depositar en su mente los posos de la ira y el rencor; a veces imagina una tormenta de enfermedades, de accidentes y desgracias abatiéndose sobre Jacinto y el fulgor de esas imágenes lo deslumbra, lo obsesiona. Aunque él es incapaz de expresarlo así y desconoce la leyenda, en el fondo ve a Magdalena como una Angélica cautiva cuyas lágrimas lo impulsan a convertirse en el atrevido caballero que la libera. Resurge entonces con fuerza la querencia por Magdalena diluyendo cualquier vacilación, cualquier duda.
VICENTE MARTÍNEZ-SANTOS YSERN
Poco a poco, lentamente, los hechos van aflorando y el lector se deja guiar por los entresijos del pasado y del presente, del recuerdo y de la realidad. ¿Qué ocurrirá con estos amantes? ¿Qué depara el destino? Mañana veremos el capítulo IV. [NOTA DEL EDITOR]
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