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Va avanzando la historia, poco a poco, como debe ser, y el relato nos va poco descubriendo los hechos, y no sólo los hechos, también sentimientos, y no sólo sentimientos, también pasiones.  Como la vida misma. Nunca se sabe lo que nos depara el siguiente minuto, o la siguiente hora, o el mañana. La vida está llena de sorpresas dominadas por un destino indomable. Ayer fue el Capítulo III. Hoy estamos ya en el capítulo IV de Abismo de sangre, titulado «Encuentro».

Capítulo IV

ENCUENTRO

La taberna (Cuadro "La plaza"): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2015)

La taberna (Cuadro «La plaza»): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2015)

Un día, tenía que suceder antes o después, Aristeo y Jacinto se encuentran inesperadamente en la taberna del Sebas. Estamos a comienzos de abril. Llueve con ganas; las faenas agrícolas están paralizadas y el bar lleno de parroquianos cotorreando sin parar o jugando a la brisca o acodados en la barra, pringosa con los círculos húmedos que dejan los vasos de peleón.

Al principio Aristeo y Jacinto fingen ignorarse, pero el choque es inevitable; cualquier chispa intrascendente puede desencadenarlo. Como las rencillas entre ambos son de sobra conocidas flota en el ambiente cierta expectación morbosa por si ocurre algo; hay un barullo de conversaciones anodinas envueltas por la humareda que provocan los fumadores, pero todos los miran de reojo. En realidad, todos no; hay sentado en un rincón del bar alguien cuyo rostro resulta inaccesible, oculto por las páginas de un periódico que está leyendo sin preocuparse en apariencia de cuanto sucede a su alrededor. Y ellos dos, como dos gallos en el mismo corral, no son inmunes a este clima.

Bajo la lluvia: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2012)

Bajo la lluvia: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2012)

Fuera arrecia la lluvia. El tintineo de las campanitas que cuelgan sobre la puerta de la taberna indica que alguien acaba de entrar. Todos vuelven la mirada hacia la puerta y de pronto las conversaciones se interrumpen. Es la hija de Emilia, la mujer de Dámaso el camionero, una joven que, con el paraguas maltrecho, busca resguardarse del aguacero; su irrupción en el reducto masculino, un atrevimiento inesperado, se traduce en espeso silencio. Ella, entre azorada y tímida, arrebolada, no se atreve a moverse y permanece junto a la puerta, mirando por el cristal el chaparrón que inunda la calle, notando el de las miradas que siente como alfileres clavados en la espalda. Luego contaría lo que escuchó en la taberna. La entrada de la muchacha y el paréntesis en las conversaciones es el momento en que el lector del periódico interviene en tono de chunga.

— Ni monarquía ni república; ¡ecos de sociedad! —Y acto seguido finge leer una noticia que improvisa sobre la marcha—. Por el señor Rufino de Tal y para su hijo Aristeo Tal y Tal ha sido pedida la mano de la bella señorita Magdalena No sé Cuántos, de distinguida familia local; la boda se celebrará en breve.

A beber en paz ("Bodegón del candelabro"): Pastel al aceite por José Manuel Cañas Reíllo (1997)

A beber en paz («Bodegón del candelabro»): Pastel al aceite por José Manuel Cañas Reíllo (1997)

Hay un instante de estupor seguido por la explosión de risotadas y de aplausos dedicados al ocurrente lector. Incluso Aristeo Villada no puede reprimir la risa contagiosa de la concurrencia. Es Jacinto quien no ríe la gracia impertinente y se encara con Aristeo. Mientras ellos se enfrentan en medio de la expectación general el provocador se escabulle discretamente.

— ¿De qué te ríes tú, majadero?
— Me río de lo que me da la gana, ¿qué pasa? ¿O es que también quiere usté controlarme la risa?
— Te lo advierto por última vez, canalla, deja en paz a mi hija o te aseguro que te arrepentirás porque habrá llegado el último día de tu vida. Así que ya lo sabes.
— Es usté el que viene insultando y amenazando, que quede claro. No tenemos más que hablar. Entre usté y yo hay un abismo de sangre.

Y Aristeo da media vuelta y se marcha; cuando llegue a su casa estará calado hasta los huesos y con un resfriado que lo mantendrá encamado varios días. Pero sus últimas y ominosas palabras quedan flotando en la densa atmósfera de la taberna como si fuesen una voluta más del tabaco, se enroscan, se retuercen, ascienden lentamente sin deshacerse del todo.

VICENTE MARTÍNEZ-SANTOS YSERN

No podemos dejar de elogiar la maestría con la que el autor del relato nos traslada a otros tiempos, a otros ambientes, cómo recrea escenas tan vívidas que casi parecen reales, y cómo casi, casi, nos hace partícipes de la acción. A lo mejor a este paso ya no seremos meros lectores, sino espectadores en un patio de butacas entre cuyos espacios transitan apresuradamente los protagonistas de esta historia. ¡Qué gran guión para una obra de teatro o, incluso, si se apura, también para una película! ¡Incluso también para una ópera de Bellini! Siento, por un momento, que el humo de la tarberna «del Sebas» me hace llorar los ojos y me da tos… siento que la tragedia acecha. Mañana continuaremos con el capítulo V. [NOTA DEL EDITOR]