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Ocurre en la vida a menudo que el despiste se apodera del los actos de uno, y que uno no se da cuenta en ese momento. Por eso un hecho tal se llama «despiste», y no «intención» o «voluntad». Ofrece uno algo y luego se olvida de darlo, porque uno se sumerge entre los papeles y las palabras, y también entre las letras, y van y vienen de un lado para otro las ideas, y de lo prometido nada queda, sino humo, y quizá tampoco humo, porque el olvido en esto es inmisericorde y hace tabla rasa de todo. Sabe uno mucho de despistes, de tantos y tantos como acumula ya, y tiene uno ya los pies hechos polvo, por eso de que quien no tiene cabeza tiene que tener pies. Este despiste que da comienzo al artículo de hoy y nos ha dado pie para este prefacio, es uno de ellos. No hay mal que por bien no venga y, cuando destino hace lo que hace, por algo será.
Me proponía ayer hablar entre los últimos puntos del artículo correspondiente de los comercios de «Ultramarinos» (véase: El directorio, Campo de Criptana 1905, X). Hoy, perplejo, he visto que no lo hice. Tenía ante ello dos opciones: corregir el olvido sobre la marcha, revisar el artículo de ayer, e incluir el capítulo «ultramarinos». A lo mejor no se habría notado mucho… de haberlo hecho así. Pero no lo he revisado. ¿Para qué? Uno no tiene el don de la infalibilidad, aunque, confesémoslo, no le importaría a uno tener el de la ubicuidad, que no es don a despreciar, aunque ¿quién sabe?, quizá los dones son una pesada carga. A lo mejor estos errores forman parte de la historia del que escribe y de la historia de este blog, y la historia, nos guste o no, no se puede corregir, no se puede tergiversar, no se puede torcer, no se puede recrear al gusto de uno. Quede ahí, pues, este despiste, como un episodio más de la historia de este blog.
Continuemos, pues, esta cuestión donde la dejábamos ayer tomando como base, como es habitual, la Guía consultor è indicador de Ciudad Real y su provincia, Ciudad Real: Tipografía de Scres. de J. M. Ruíz-Morote, 1905 (pág. 148). Primero paguemos nuestra deuda: hablaremos de los «Ultramarinos»; luego nos ocuparemos de los veterinarios y de las zapaterías.

Comestibles (Vista parcial del cuadro «Bodegón de las margaritas y de los membrillos»): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (1997)
Ultramarinos: Eusebio Casarrubios, José N. Olmedo.
Veterinarios: Feliciano León, Manuel Pizarro, Porfirio Olmedo.
Zapaterías: Bernardo Bustamante, Elvira León, Hijos de Alarcón, Inocente Bustamante, Francisco Carmona, Francisco Manjavacas, Francisco Pintor, Manuel Olivares, Victoriano Pintor.
Como es habitual, comparemos los datos de 1905 con los que nos proporciona el Anuario Riera de 1904. En éste no encontramos capítulo de «Ultramarinos», ni aparecen los dos comerciantes citados en 1905 en el capítulo de «Comestibles» de 1904, donde se esperaría que estuvieran. Me gusta eso de «Ultramarinos», y si se le añade «y Coloniales», mejor que mejor. Era de esos nombres rimbombantes y hermosos de otros tiempos, de evocaciones de allende los mares, de América, de Filipinas, ecos de especias de tierras exóticas. Desapareció «Ultramarinos» de nuestras vidas; despareció también «Coloniales»; quizá pronto también desaparezca «Comestibles» (véase: Campo de Criptana, 1946: Coloniales, calzados, frutas, «carnecerías», pescaderías y más…). La vida de las palabras es a veces efímera y cambiante. También hay tiempo para las palabras, porque también sobre ellas podría haber dicho como hizo sobre el hombre el Salmo 143,4 … vanitati similis factus est, dies eius sicut umbra praetereunt («… similar a la vanidad se hizo, sus días como una sombra pasan»).

Más comestibles (Vista parcial del cuadro «Jarrón barato y naranjas»): Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (1998)
En el capítulo de «veterinarios», cuatro se citan en el Anuario de 1904, pero sólo dos de ellos están en el listado de 1905: Porfirio Olmedo y Manuel Pizarro; los otros dos con Daniel Pizarro y Evelio Reíllo (sobre veterinarios en Campo de Criptana, véanse: José Joaquín Pulpón y García, albéitar, Campo de Criptana, 1877-1879); Y llegamos ya al último capítulo, el de «Zapaterías». Nueve se recogen en el listado de 1905; once en el de 1904, que son: Valeriano Alarcón, Inocente Bustamante e hijos, Juan J. Bustamante, Francisco Carmona, Pedro López, J. Manjavacas, Francisco Manjavacas, Victoriano Pintor, Jesús Millán, Manuel Olivares y Francisco Pintor. Recordemos que gracias al incidente de las botas fueron los propietarios de la zapatería «Hijos de Alarcón» quienes sacaron a la luz las macabras actividades del sepulturero criptanense allá por 1911 (véanse: Campo de Criptana, 1911: La espeluznante historia del saqueador de tumbas; Campo de Criptana, 1911: Más sobre la espeluznante historia del saqueador de tumbas… y su mujer; Campo de Criptana, 1911: De nuevo, sobre la espeluznante historia del saqueador de tumbas… y su mujer. ¿El desenlace?; y “Negrina Corona”, a la venta en Hijos de P. Alarcón, y la espeluznante historia de las botas, Campo de Criptana, 1912).
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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