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Poníamos punto y final ayer a la serie del «directorio» de Campo de Criptana en 1905. Siente el que escribe, siempre que concluye una serie, una especie de vacío, algo así como una orfandad temática, un cierto desamparo… una pregunta que siempre le asalta a uno: «¿De qué escribirás hoy?». Ésta es, quizá, la pregunta clave en estos casos, y más cuando ya se llevan más de mil doscientos artículos publicados en este blog. Pudiérase pensar que ya no hay más temas de los que escribir, que ya estas búsquedas en el pasado criptanense no tienen nada más que ofrecer. Pero no creas eso, lector, porque no es así. Si hay días en que uno no sabe qué escribir no es porque no haya temas a mano, sino porque entre tantos temas como quedan es difícil siempre la elección.
Hoy nos vamos más o menos a mediados del siglo XIX, a 1860, en particular, tiempos en los que el tren estaba comenzando a cambiar la faz de las tierras de La Mancha. Y no sólo la faz se veía cambiada, también las vidas de sus gentes, también su economía y su sociedad. Desde 1855 en que comenzaron a pasar los trenes por estas tierras fue como si las distancias hubieran comenzado a encogerse, como si el mundo se hubiera ido haciendo cada vez más y más pequeño.
Comenzaron entonces a proliferar las guías de ferrocarril, guías esencialmente turísticas y culturales que proponían a los viajeros de la época pequeñas aventuras en tren por las diferentes tierras españolas… y también por La Mancha. Gracias a estas guías tenemos descripciones de los diferentes pueblos que tenían estación que, aunque breves y en exceso concisas a veces, tienen la frescura de la visión del viajero que se adaptaba a los nuevos tiempos, de aquel que, quizá en su viaje de Madrid a Alicante en tren, veía a su paso por Campo de Criptana, allá, al pie de la Sierra, el racimo blanco de casas, y sus chimeneas humeantes en invierno, y sus molinos en la cresta, quizá con sus aspas en movimiento al son de los vientos, y una enorme mole eclesial que con su torre parecía emerger de la tierra buscando el cielo.
Fue eso quizá lo que muchos viajeros vieron durante años desde la ventanilla de su tren. Puede que entre ellos estuviera Francisco de Paula Mellado, autor de la Guía del Viagero (6ª edición, Madrid: Establecimiento Tipográfico de Mellado, 1860).
Nos describe este autor el viaje de Madrid a Alicante (trayecto número 114 en el libro). Un conspectus nos ofrece brevemente el listado de pueblos en los que paraba el tren y las distancias entre ellos. Así, salía el tren de Madrid, y a 14 kilómetros estaba Getafe, a 7 Pinto, a 6 Valdemoro, a 7 Cienpozuelos (sic), a 15 Aranjuez, a 16 Castillejo, a 7 Villasequilla, a 10 Huerta de Valdecarábanos, a 18 Tembleque, a 18 Villacañas, a 16 Quero, a 13 Alcázar de San Juan y a 7 Criptana. Nos quedamos aquí, puesto que ésta es la parada del trayecto que nos interesa. Seguirá luego el tren su camino: Záncara, a 13 kilómetros, Socuéllamos, a 18, etc. En las págs. 464-465 se ocupa de Campo de Criptana. He aquí lo que se nos dice al respecto (respetamos la grafía del original en lo que se refiere especialmente a la presencia / ausencia de las tildes):
Campo de Criptana, villa importante de 6.257 almas, perteneciente á la provincia de Ciudad-Real, partido judicial de Alcázar de San Juan, diócesis exenta de Uclés, priorato de la órden de Santiago.
Hay una sola iglesia parroquial cuyo edificio es suntuoso, de órden gótico, con torre y capitel empizarrado, de bonita hechura y suma elevacion. El templo se compone de una magnífica nave y cinco capillas, y en una de estas se encuentran preciosas reliquias de las once mil virgenes; hubo un convento de frailes cuya iglesia se conserva abierta al culto, y en las inmediaciones cuatro ermitas.
Junto á la llamada de Criptana se ven todavía ruinas de un castillo en cuyo punto se cree haber existido la antigua población llamada Quitrana, de donde la actual villa toma nombre; desde este castillo se descubre una calzada romana con direccion recta al castillo de Peñarroya, término de Argamasilla de Alba, que dista cinco leguas. A muy poca distancia del castillo hay un sitio llamado el Real, en el que por su localidad se cree, no sin fundamento, que estuvieron acampados los ejércitos celtíbero y carpetano, 180 años antes de J.C.: en este sitio se han encontrado monedas romanas, saetas y fragmentos de armas de aquellos remotos tiempos.
Al E. del pueblo se eleva una pequeña sierra que lo domina, y en ella se descubren desde muy lejos una porcion de molinos de viento, por cuya razon sin duda es llamada la Sierra de los Molinos. Produce granos, aceite, esquisita fruta y buen vino. Su industria se limita despues de la agrícola á algunos telares de tejidos de lana.
Por todo el término de este pueblo, que es muy grande, se ven diseminadas algunas casas de labor, y siguiendo el camino siempre en terreno llano, se llega á la estación de Záncara.
Se nos explican a continuación las razones por las que se construyó esta estación, «á 11 kilómetros de la anterior [Campo de Criptana], y como quinientos metros distante del rio del mismo nombre, en un despoblado vastísimo». Ésta es la razón:
… Esta estación se ha construido para surtir de agua las máquinas y servir de apartadero á los trenes, y por consiguiente nada ofrece de particular. El ferro-carril sigue por la orilla derecha del Záncara, que se pasa por un puente de tres tramos antes de llegar á la estación junto al kilometro 166…
No era la primera vez que Francisco de Paula Mellado (ca. 1810-1870) se ocupaba de Campo de Criptana. Fue autor de uno de los diccionarios geográficos más famosos del siglo XIX, España geografica, historica, estadistica y pintoresca. Descripcion de los pueblos mas notables del reino é islas adyacentes (Madrid 1845). Su gloria, sin embargo, quedó empañada por la publicación del proyecto más ambicioso de Pascual Madoz, Diccionario Geográfico Estadístico, publicado a mediados de aquel siglo. Sobre la descripción de Criptana que hace Francisco de Paula Mellado en ese diccionario remitimos al artículo: Campo de Criptana en 1845.
No vamos a extendernos con comentarios sobre algunas cuestiones que los merecerían, como la descripción de aquella vieja iglesia criptanense ya desaparecida y las reliquias de las once mil vírgenes, o la importancia que tuvo la industria textil en otros tiempos. Remitimos a los artículos correspondientes ya publicados en este blog: Lo que hemos perdido: Aquella antigua iglesia de Campo de Criptana (1826-1849); Riquezas de Campo de Criptana en el siglo XVIII: El azafrán y los textiles; y El último telar de Campo de Criptana (1900).
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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