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Nos situábamos ayer en agosto de 1936, en los comienzos de la Guerra Civil, en Arenales de la Moscarda. Hoy avanzamos un poco más, y nos vamos a noviembre de 1937, pero ya no al verano, sino a un invierno que, seguramente, sería muy crudo, porque todos los inviernos de guerra siempre lo son. Hoy Arenales tiene por sobrenombre «de San Gregorio»; tenía en aquel tiempo el «de La Moscarda», como ya dijimos, por un paraje campestre muy próximo al actual casco urbano. Cambios en la toponimia hemos visto muchos en este blog. Sin ir más lejos, podemos aducir todos los citados en el artículo titulado La revolución del nomenclátor (Campo de Criptana 1890). Era oportuno hablar aquí de Arenales de San Gregorio, pero el tema de hoy se centra en Campo de Criptana y, especialmente, en su provincia.
En esto de la toponimia hay nombres que permanecen desde tiempo inmemorial, pero hay otros que van y vienen; unos vienen para quedarse, otros tienen una duración efímera. Los nuevos nombres impuestos a muchas calles criptanenses en 1890 son aún hoy los oficiales. También ha perdurado en el tiempo «Arenales de San Gregorio». Hay, sin embargo, otros muy efímeros. Ya en una ocasión hacíamos referencia a esa calle criptanense que se nombró oficialmente de Carlos Marx, o a la calle Democracia, en época de la República (véase: La calle de Carlos Marx, Campo de Criptana, 1934). También aducíamos el ejemplo de Alcázar de San Juan, que por un tiempo se llamó en aquel mismo periodo convulso de la historia «Alcázar de Cervantes». También Ciudad Real, tanto el nombre de la provincia como el de la ciudad, sufrió cambios, y efímeramente durante la Guerra Civil pasó a llamarse «Ciudad Libre», o «Ciudad Libre de la Mancha».
Así lo encontramos en un anuncio de una empresa criptanense que se publicó en el periódico El Sol, del 17 de noviembre de 1937. Entre un grupo de anuncios de establecimientos madrileños dedicados a la hostelería, a la perfumería o a la corsetería encontramos uno que destaca por su tamaño:
¿Conoce usted el acreditado VERMUT de la Casa Minguijón?
Pruébelo y se convencerá de que es el mejorVINOS FINOS Y GENEROSOS, CONCENTRADOS Y MISTELAS
JOSÉ MINGUIJON SAIZCosechero exportador
CAMPO DE CRIPTANA (CIUDAD LIBRE)
He aquí, pues, una prueba, de que por un breve periodo de tiempo, la provincia en la que radicaba Campo de Criptana no se llamó Ciudad Real, sino Ciudad Libre.
Ésta es una prueba de lo inconsistente e inútil que resultan este tipo de cambios basados únicamente en prejuicios absurdos.
Y no sé por qué me habrán venido a la memoria, hablando de inconsistencias e inutilidades, muchas de las cosas que se están diciendo estos días en la campaña electoral. A veces el sentido común parece haberse ido huyendo para no volver más. Por cierto, hablando de nombres impuestos por capricho y sin la justificación de un uso tradicional bien asentado en la vox populi… «Albaicín Criptano». No digo más.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
Disculpeme el atreviemiento de preguntar, pero no he podido resistir la tentación de hacerlo al leer ciertas afirmaciones que en el texto se incluyen.
«Ésta es una prueba de lo inconsistente e inútil que resultan este tipo de cambios basados únicamente en prejuicios absurdos.»
¿El hecho de decir que se basa «únicamente en prejuicios absurdos» no está dejando de lado otro tipo de sensibilidades que podrían ser comprensibles dentro de un contexto bélico como el que describe el relato?
«A veces el sentido común parece haberse ido huyendo para no volver más.»
En esta frase usted se refiere a las ideas que se han dicho en la campaña electoral,
¿ No es un valor absoluto el sentido común por si mismo? Podría ser que lo que a usted le parezca lo más lógico en una conducta o en un proceso de decisión, otros no lo vean así y quizás se deberían dar argumentos más solidos que el «sentido común» para explicar esas inconsistencias o inutilidades a las que se refiere.
Siempre es un placer leer y aprender con sus escritos.
Un saludo maestro.
Le agradezco mucho su comentario. Reconozco que como filólogo tengo una sensibilidad especial con la toponimia. La toponimia la configura esencialmente la tradición de la lengua hablada a lo largo de los siglos, y es una prueba más de la riqueza del lenguaje. Cambiar un topónimo tiene muchas consecuencias, esencialmente culturales; hay coordenadas mentales y sociales que se pierden para siempre. Reconozco que me parecen tan absurdos estos cambios a los que me refiero en el artículo como los que se hicieron en el callejero criptanense en 1890. El contexto, en estos casos, no tiene demasiada importancia para mí. De hecho, incluyo un ejemplo reciente: por mucho que se quiera, nunca estará en la vox populi el nombre «Albaicín criptano» para el barrio de la Sierra de los Molinos de Campo de Criptana; no dejará nunca de ser un nombre meramente oficial, administrativo, burocrático si lo queremos, pero nunca un topónimo vivo que esté en la boca y en la mente de la gente. Se pueden tener unas ideas u otras, y en eso no me meto, pero creo que no conviene llegar a la exageración que se dio en casos como éstos.
En efecto, he dicho que creo que el sentido común parece haberse ido huyendo para no volver más. Quizá la incertidumbre de estas elecciones está motivando entre algunos (lo digo en general) que se estén haciendo más propuestas surrealistas que nunca. Y lo lamento, de verdad, porque una cosa es la novedad y la originalidad, y otra cosa esta indefinición preocupante. En todo caso, son opiniones mías que responden a mi punto de vista de la realidad con las que, por supuesto, no tiene por qué estar de acuerdo todo el mundo. Reconozco que en estos tiempos todo, todo, es relativo; pero para mí no. Le agradezco mucho que lea mis artículos y, por supuesto, que opine tan bien como lo ha hecho. Un saludo. Espero más comentarios suyos tan enriquecedores como éste, porque aquí la opinión de todos cuenta (esto parece frase de campaña electoral, pero es sincera).
Quizá no sea tanto cuestión de sentido común, tan escaso por otra parte y tan escurridizo, tan relativo y subjetivo, como la historia nos demuestra. Quizá sea más bien cuestión de prudencia, que es, me parece, lo opuesto al oportunismo. Y el asunto no se refiere sólo a los topónimos. ¿Cuántos «hijos predilectos» se nombran con demasiada ligereza? ¿Cuántas medallas de tal o cual ciudad se otorgan sin pensarlo bien? ¿Cuántas manos se ponen en el fuego por Fulano o por Mengano que luego se chamuscan? Se confunde la táctica con la estrategia, el corto plazo con el largo plazo. Sé de cierto pueblo que cambió el nombre de una Avenida de José Antonio por el de Barak Obama. En nuestro pueblo el Pozohondo siempre lo será; llamarle Plaza de Espartero, como sucedió alguna vez, es ignorar la raíz de los topónimos populares, su por qué. Lo que hace falta es pavimentar bien las calles para que no hay más «caídos».
Estimado Vicente: Muy acertado su comentario, como siempre.
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