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Dice el DRAE que una «serna» es una «porción de tierra de sembradura». Una calle de «la Serna» tiene Campo de Criptana hoy, pero no siempre se llamó así. Cuando allá por 1890 se hizo la modificación del nomenclátor callejero de Campo de Criptana, se llamó «Sernas» a la calle que iba desde Fontanilla «á Charcas» (Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real, del 14 de mayo de 1890) (véase: La revolución del nomenclátor, Campo de Criptana 1890). Era entonces una calle nueva, muy nueva, o calle naciente, mejor, o casi todavía no era calle sino camino que se adentraba desde los campos y desde la inmensa llanura hacia el pueblo. Esta indefinición entre calle y camino era común en otros tiempos, cuando los campos formaban parte intrínseca del paisaje de un pueblo como Campo de Criptana y Campo de Criptana se camuflaba entre las siembras y viñedos de la llanura. ¿Cuándo una calle de las afueras dejaba de ser calle para convertirse en camino y cuando un camino dejaba de serlo para convertirse en calle? Es éste uno de esos tantos enigmas inescrutables.
En el plano de Campo de Criptana de 1885 la calle Fontanilla era la última frontera hacia el sur, igual que lo era la plaza del Pozohondo, y también lo era la calle Huertopedrero. La actual calle de la Serna se dibujaba como una discreta salida hacia el sur, hacia los campos, una quiebra en ese continuo cinturón de casas que iba desde el extremo más occidental del Pozohondo, enfrente del viejo camposanto, hasta la calle Alcantarilla, actual Ángel Briega (véase: El «monopoli» criptanense, Campo de Criptana 1900, XXVIII: La calle Alcantarilla). Y al campo daba aquella calle, como salida natural hacia caminos, hacia campos, hacia viejas sernas, hacia aquellas «Charcas» de otros tiempos de las que aún en 1890 quedaba la denominación genérica en los documentos escritos, y hoy sólo queda en la memoria popular, cuando ya aquellos campos se han convertido en barrios de calles trazadas en damero.
En el plano de Campo de Criptana de Domingo Miras, en 1911, encontramos ya la calle en toda su plenitud, con la longitud que tiene hoy, desde la calle Fontanilla hasta la calle de Isaac Peral. «Calle de la Serna», se llamaba ya entonces. En poco menos de treinta años un nuevo barrio se había comenzado a configurar alrededor de esta calle, aunque los parajes adyacentes en 1911 poco tenían que ver con el paisaje actual. Ya entonces no era la calle de la Serna la última salida hacia el sur; ya entonces había saltado Campo de Criptana el límite imaginario entre pueblo y llanura que era la Calle de Isaac Peral, y comenzaban sus calles y casas a invadir tímidamente las tierras de las Charcas. Ya había bodegas en el lado sur de esta calle, la de Ruescas y la de Fernández; ya la calle que después sería de Maestro Manzanares comenzaba a prolongarse hacia el sur con su nombre de entonces, «Calle del ferrocarril». La calle de Isaac Peral ya comenzaba a tomar forma, y las casas se iban poco a poco alineando a sus lados, y la calle de la Serna ya no iba a parar a ninguna sembradura. Queda el nombre, y queda en él recuerdo de lo que hace más de cien años fue aquella calle de las Sernas: el camino de las sembraduras.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
Aún a riesgo de parecer petulante, quisiera hacer alguna precisión sobre el significado de «serna». Con este nombre se denominaban (desde la Edad Media) los trabajos que colonos o arrendatarios debían hacer en las tierras de la reserva señorial. Que al cabo de los siglos se conservase tal denominación aplicada a una calle nos hace pensar si no sería ese paraje el camino hacia el lugar donde practicar la «serna», sin duda en tierras de señorío, seguramente propiedad de la Orden de Santiago. En la respuesta municipal a la encuesta ordenada por Felipe II en 1575, las famosas Relaciones topográficas, se asegura que los diezmos de pan, vino, ganados y aceituna, todo es para Su Majestad, «si no es algunas sernas del Comendador y términos de San Juan y de la Encomienda de Socuéllamos.» (sic). Criptana tenía por entonces unos 1000 vecinos y producía bastante cereal (lo que cuadra con la abundancia de molinos de viento, que acaso vio Cervantes); tenía más de 10.000 cabezas de ganado ovino y el valor del viñedo era considerable.
Estimado Vicente: Nada de petulante; al contrario, como siempre acertado. Le agradezco mucho este comentario que, sin duda aclara muchas cuestiones a las que el escribe no era capaz de dar una solución. Faltaba por citar que junto al llamado Camino de la Puente se hallaban las «Sernas de los Genoveses», extensos territorios de cultivo propiedad de la Orden de Santiago que fueron desamortizados a mediados del siglo XIX. De nuevo, mmuchísimas gracias y un saludo.
A propósito de las remesas del oro americano que llegaban a Sevilla dijo Quevedo qiue «nace en las Indias honrado… y muere en Génova enterrado.». Esas Sernas de los Genoveses», de cuya existencia nada sabía, fueron sin duda alguna de las prendas que los banqueros genoveses se apropiaron como pago de los cuantiosos préstamos que hicieron a la monrquía hispánica, entrampada siempre hasta las cejas (y eso que todavía no se había inventado «la prima de riesgo».) Gracias a usted, apreciado José Manuel.
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