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El 25 de diciembre de 1884 tuvo lugar uno de los más terribles terremotos ocurridos en suelo español. Afectó a las provincias de Granada y Málaga, causó una gran destrucción material y, sobre todo, hubo muchas víctimas mortales que se estimaron en su momento en más de mil fallecidos.

En el Congreso de los Diputados: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2010)

En el Congreso de los Diputados: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2010)

Inmediatamente todo el país se movilizó para recaudar fondos en auxilio de los damnificados. Hubo suscripciones oficiales, como por ejemplo la que llevó a cabo el gobierno civil de Ciudad Real, entre cuyos suscriptores encontramos a muchos criptanenses (véase: La suscripción popular, Campo de Criptana 1885). Hubo también colectas privadas, aunque, en algunos casos, como la que en enero de 1885 promovió el Casino de la Concordia criptanense mediante la organización de un baile benéfico, no se pudieron llevar a cabo por desacuerdos con el alcalde de la localidad, a la sazón Miguel Molero. La junta directiva del Casino pidió el preceptivo permiso al Ayuntamiento, al tratarse de un acto público. El alcalde Molero se lo concedió, aunque poniendo unas condiciones que a la Junta del Casino le parecieron inaceptables. Al final, el acto benéfico no se realizó y el dinero que se podría haber recaudado nunca se recaudó a pesar de lo necesario que en aquel momento era. Como es lógico, el asunto fue de público interés al poco tiempo y prácticamente todos los periódicos del país se hicieron eco de lo ocurrido (véanse: Campo de Criptana, 1885: El alcalde contra el baile benéfico del Casino de la Concordia, I; Campo de Criptana, 1885: El alcalde contra el baile benéfico del Casino de la Concordia, II; Campo de Criptana, 1885: El alcalde contra el baile benéfico del Casino de la Concordia, III).

La cuestión llegó incluso al Congreso de los Diputados, donde fue objeto de una interpelación al Ministro de la Gobernación (véase: Campo de Criptana, 1885: El alcalde contra el baile benéfico del Casino de la Concordia, IV). En aquella ocasión encontrábamos esta información en el periódico El Día, núm. 1704, del viernes 6 de febrero de 1885. Hoy traemos otro eco de aquel acontecimiento, en este caso recogido unos días antes, el 1 de febrero de ese año, por el periódico La Paz de Murcia, en su sección: «Sesiones de Cortes» del Congreso de Diputados, sesión del 30 de enero de 1885.

Nos cuenta el periódico que se abrió la sesión aquel día a las dos y media de la tarde bajo la presidencia del Conde de Toreno. Como era preceptivo, se leyó el acta de la sesión anterior y se aprobó. Especifica el periódico que estaban las tribunas llenas, y los diputados en los escaños. Asistía también el Ministro de la Gobernación, que en aquel tiempo era Francisco Silvela (1843-1905), del partido liberal conservador. Se trataron diversos temas, hubo una interpelación de Silvela y se pidió al Ministro de la Gobernación que se despachara enseguida un expediente que había en su departamento por una indemnización por perjuicios de la guerra carlista del Norte.

Toma a continuación la palabra Manuel Alcalá del Olmo, diputado por Puerto Rico, para denunciar lo ocurrido en Campo de Criptana:

El Sr. Alcalá del Olmo denuncia el hecho de que el alcalde del Campo de Criptana ha sido causa de que el Casino de aquella población no haya recaudado algunos fondos para socorrer las víctimas de los terremotos, porque el alcalde de Criptana negó el permiso para celebrar una función proyectada si los fondos que se recaudaban no ingresaban en los de la suscrición (sic) nacional.

Y respondió el Ministro de Gobernación, contestando:

… que el Gobierno está dispuesto á ayudar la iniciativa particular para que la caridad privada aumente, como pequeños arroyuelos, los productos de la caridad nacional, pero que no puede consentir que á la sombra de esa caridad se cometan especulaciones que exploten los buenos sentimientos y caritativos deseos de los que contribuyan al socorro de las víctimas.

Toca el turno de nuevo a Alcalá del Olmo, que rectifica y lee la comunicación del alcalde de Criptana que justifica la negación del permiso para la función citada. Y aquí quedó todo, y se pasó a otro tema que nada tenía ya que ver con Campo de Criptana.

No acaban aquí, seguramente, las repercusiones de aquel acontecimiento criptanense, que de ser un mero suceso local se convirtió casi en cuestión de estado y puso en un aprieto, sin duda, al Ministro de la Gobernación de aquel tiempo. Para acabar podríamos plantearnos una pregunta cuya respuesta dejamos en manos de los lectores: ¿Por qué los ayuntamientos quieren estar en todo? No lo olvidemos: Hay vida fuera de ellos… y muy rica y colorida.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO