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Era y es usual convertir meros sucesos en auténticos casus belli únicamente por intereses políticos en los que no importa cuál sea la verdad o cuál sea la mentira, sino sólo el color del cristal con el que se mira y, en esto, cada uno mira con el color que quiere y no hay forma de ponerse de acuerdo, más o menos como con el vaso medio lleno o medio vacío, que a unos les parecerá lo primero y a otros lo segundo sin que haya esperanzas en que se pongan de acuerdo entre ellos, aunque la realidad sea la misma. En esto el hombre es animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y tres, y cuatro, y cinco, y las que se tercien, porque en esto de errar es el hombre, posiblemente, el ser de la creación con más experiencia y fina dedicación. ¿Pensarás, lector, que hablo de cosas de política? No… ¡qué va!

Un hecho de este tipo sucedió allá por mediados de 1915. Fue a raíz de un suceso ocurrido en Alicante, pero como la política estaba por medio, de un hecho que en origen sólo tenía un carácter local prendió la llama y se enteró todo el país, y casi todo el país se posicionó, unos a un lado y otros a otro. Y si lo traemos aquí es porque también un criptanense se posicionó, y envió su carta de adhesión a uno de los lados.

Encontramos la noticia en el periódico alicantino, órgano del Partido Conservador Maurista de esa provincia, La Lealtad, año II, núm. 242, del sábado 12 de junio de 1915. Dice así:

Entre las cartas de protesta muy expresivas y cariñosas que ha recibido nuestro querino (sic, por «querido») amigo y Jefe señor Martínez Torrejón estos días, sobresalen por lo enérgicas y bien escritas, una de D. Enrique Juan y Sentenero, Secretario del Ayuntamiento de Cañada (Villena), y otra del abogado y rico propietario de Criptana, D. Andrés Cenjor y Milán que por cierto era uno de los testigos presenciales en la causa seguida a los agentes de Vigilancia D. Valentín Ruiz y D. José Onteniente.

Y para que el lector supiese de qué iba el asunto, que debía por aquellos días ser muy bien conocido por la opinión pública, pero hoy, ciento un años después, para nosotros es asunto completamente ignoto, incorpora el periódico un artículo publicado en la revista La Policía Española, del 1 de junio de 1915, titulado «El proceso de dos vigilantes». Y veamos, sucintamente qué ocurrió y veremos cómo de una chispa puede, así como quien no quiere la cosa, surgir una gran llamarada y de ella un incendio.

He aquí la historia. Se juzgó a dos vigilantes por un presunto homicidio. Había una víctima (Ayela), que, sin embargo, había muerto no sin antes dejar una nota de suicidio. Había declaraciones de los testigos que decían que no era homicidio e incluso se ponía en cuestión el tipo de vida que la víctima había llevado. Pero hubo una acusación de homicidio contra dos vigilantes de la policía y se les procesó. La Justicia, al final, los declaró inocentes. Sin embargo, hubo quienes, no contentos con tal veredicto, fueron a la casa del abogado de la defensa, Antonio Martínez Torrejón, y le apedrearon todas las ventanas. Por la noche, el Diario de Alicante publicó un artículo en el que atacaba a la policía por este mismo hecho, con lo que no se hizo más que echar gasolina al fuego. En el fondo había un asunto político por medio: El abogado de la defensa era maurista, había tenido el día 13 de mayo un gran éxito en un mitin en el Teatro de Verano de Alicante, y, además, el 23 de ese mismo mes se negó un permiso para celebrar una manifestación en contra de la policía.

Digo yo que serían éstas las causas… porque esta historia no tiene ni muchos pies ni mucha cabeza, pero ¡vaya usted a saber! Lo cierto es que un criptanense de aquel tiempo, Andrés Cenjor y Milán, envió su carta, y protestó y se puso del lado maurista en esta extraña confrontación. Además, esta circunstancia de hoy nos proporciona el pretexto para poder hablar más en el futuro sobre Andrés Cenjor y Milán… y así haremos.

JOSÉ MANUE CAÑAS REÍLLO