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Esto de «folk» hoy ya nos parece antiguo, pero en otros tiempos era palabra moderna, palabra de resonancias de nuevos aires, palabra que traía ideas nuevas, palabra que evocaba todo aquello que nada tenía que ver con lo establecido. Hoy ya casi no se usa la palabra «folk», pero han quedado en el recuerdo sus ecos de protesta. Nos dice el DRAE que folk, anglicismo, se puede usar como adjetivo, y entonces significa:
Dicho de la música moderna: Que está inspirada en temas o motivos de la música folclórica.
Folk en inglés, y también en sueco, significa «gente» o «pueblo», y también en alemán encontramos el término correspondiente das Volk, «el pueblo». Y relacionado con él tenemos también en español «folclore» o «folklore», que también se puede escribir, según el DRAE, e incluso quien dice «folclor», aunque esto ya es ir demasiado lejos y a lo loco en la innovación lingüística. Es, según el DRAE:
Conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones, y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular.
Pero no nos vayamos por las ramas de la disquisición lexicográfica y volvamos de nuevo al folk, que es lo que, al fin y al cabo, nos ha traído aquí y nos ha hecho dar este tremendo saldo en el tiempo al año 1976, desde el año 1928 en el que nos encontrábamos ayer en este blog.
Hubo a comienzos de agosto de 1976 un festival folk en Campo de Criptana, un día de verano, porque es verano cuando se hacen estos festivales, en una cálida noche estival, a la tímida luz de las estrellas. Qué fue lo que ocurrió aquella noche, noche de verano, noche estival, noche de estrellas, nos lo cuenta la revista Triunfo, año XXXI, núm. 706, del 7 de agosto de ese año.
Nos relata el corresponsal autor del artículo y testigo presencial del festival, que firma su texto como E. H. I., que se llegaron a concentrar más de mil personas en el acto. Ahora dicen muchos «evento», que parece que suena más fino y tiene la palabra más pedigrí, pero en el fondo, un acto es, y no otra cosa, por mucho que se quieran dibujar las palabras de oropeles. Pero parece que la celebración del festival no fue cosa fácil, pues hubo que salvar ciertas dificultades oficiales, y, parece ser que el acto estuvo limitado a una duración de cuatro horas como mucho.
¿Quiénes actuaron? Nos lo dice también el corresponsal. De algunos quizá ya hoy se ha perdido el recuerdo; otros aún resuenan en nuestra memoria y en nuestros oídos. Estuvieron La Fanega, Pablo Guerrero, Luis Pastor, Hilario Camacho, Palabras, Fernando Unsaín, Alpataco y Taranto, éste último «cantaor» de flamenco.
Tuvo el acto, como es natural y como corresponde a la época, su tinte político, pero en esto no vamos a entrar, porque sería largo y prolijo. Quien quiera saber más que vaya al número de la revista y lea la crónica detallada del festival. Aquí nos quedamos con lo que nos interesaba, es decir, con el festival como «evento»… perdón, como «acto», en sí. Muchos de quienes hayan leído estas líneas seguro que estuvieron allí, quizá recuerdan aún aquel acontecimiento, quizá allí se escuchó una de esas canciones que quedan para toda la vida en la memoria… una cálida noche de verano, verano criptanense, a la luz tímida de las estrellas.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
José María gracias una vez más por tu trabajo. En esta ocasión me siento más cercana en la fecha aunq a muchos les parecerá la prehistoria. Curioso el gran acto, perdón evento, en un Criptana 1976.
Muchas gracias por el comentario.
No, amigo Cañas, no se sienta obligado a abandonar las ramas lexicográficas. Ante la invasión de anglicismos que nos acosa cada día, más perniciosa que el cólera, o más bien la cólera que suscita, hace usted muy bien en usar de la ironía para combatir la epidemia de «eventos». Y podría seguir con el «running», porque ahora ya no corre el personal, sino que runea; de la misma forma que ya no se usa eso de convenir en algo, sino «conveniar», que aún me zumban los oídos al oírlo hace unos días. O ese horrendo e inapropiado «vale», como si no pudiera decirse de acuerdo, sí, atribuyendo al educadísimo vale latino un significado espurio. Estamos llegando a un punto en que ya, para leer a Delibes, no digamos Azorin ni nos remontemos a Quevedo, hace falta un diccionario. Con tanto patriotismo de pacotilla como se usa cada día, sin embargo nadie se preocupa de nuestro lenguaje. ¡Qué pena!
Es la de nuestra lengua contra los anglicismos una guerra perdida. Querido amigo Vicente, trae usted algunos ejemplos. Lo malo es que podrían multiplicar por mucho, y el resultado sería tremendamente desconcertante, peligroso para una lengua. Le envío afectuosamente un saludo… saludo, y no como dirían ahora algunos modernos «lo que es un saludo»…