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Retomamos la historia que dejábamos ayer inconclusa. Quería el alcalde criptanense de aquel tiempo, por nombre Antíoco, Alarcos de apellido, prohibir toda manifestación religiosa católica en el término municipal, y el término era la localidad de Campo de Criptana y también la entonces su pedanía Arenales de la Moscarda, que luego sería «de San Gregorio». No se daba cuenta el alcalde criptanense de que este tipo de cosas no se pueden reprimir, y que, cuando se quieren reprimir, el efecto es el contrario al deseado.
Fue situación surrealista ésta, la de prohibir procesiones, la de intentar socavar tradiciones tan enraizadas… fue tan surrealista como pretender que no canten los pajarillos del campo, o que no verdeen los árboles en primavera, o que el tiempo se detenga, o que un triángulo tenga cuatro lados… Le salió mal su intento al alcalde… tanto en Campo de Criptana como en Arenales.

Arenales: Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2012)
Dejábamos ayer la historia en la frustración del cura de Arenales ante la imposibilidad de revocar la prohibición del alcalde… pero ¿qué hizo el pueblo de Arenales? Hizo lo que era de esperar, es decir, hacer como si nada, y hacer su procesión como siempre, como era tradicional. Veamos cómo nos lo cuenta el periódico La Nación, diario de la noche, año VIII, núm. 2058, del martes 17 de mayo de 1932:
Este [el vecindario] ante la tiránica oposición del alcalde, entro en la iglesia y sacó por su cuenta la imagen del Santo Patrón, llevándolo en andas todo el vecindario, que se turnaba en su tarea, dando muestras de un gran fervor religioso y depositando limosnas al turnarse.
El párroco, obediente con la orden, se inhibió en absoluto del hecho, no asistiendo a la procesión, como tampoco asistió la iglesia con la Cruz.
La procesión recorrió su itinerario sin ningún incidente y con el mayor entusiasmo.
El alcalde de Campo de Criptana ha impuesto una multa al cura párroco de Arenales, basándose en la desobediencia a las órdenes dadas por él.
Creemos que el párroco cumplió estrictamente la orden del alcalde, siendo el pueblo el que, llevado de un espíritu religioso, no hizo caso a la autoridad municipal, sacando en procesión a su Santo Patrón.
Así, al parecer y según cuenta la noticia, el cura de Arenales fue quien, a pesar de no tener culpa, recibió la multa. Puede que el alcalde criptanense se diese cuenta de que resultaba absurdo, a más de infructuoso, pretender poner multas a todos los que tuvieran parte en aquella procesión. Ya lo intentó en Campo de Criptana con la procesión de la Virgen, y fue objeto de chanza y burla en toda la prensa nacional, pues tantas multas puso que, seguramente, la policía municipal se vio inundada de papeles con el colapso consiguiente. Tal situación, sin embargo, no fue exclusiva de Campo de Criptana y de Arenales. Hubo otros pueblos en los que se vivieron episodios similares. Sin ir más lejos, en el mismo periódico y en la misma página encontramos otra noticia parecida. En este caso, en Val de Santo Domingo (Toledo) se celebró una procesión sin permiso del ayuntamiento y, según se dice, «los socialistas intentan agredir al párroco».
A lo mejor es que de vez en cuando los tiempos se vuelven locos, muy locos, y el «dadá» se apodera de la realidad, y la atenaza, y se viven situaciones inimaginables que son más propias de ciencia-ficción, y se pone la ley por encima del sentido común y no se entiende que con tanta prohibición absurda no se va a ningún sitio. En definitiva, nadie obliga a nadie a asistir a una procesión.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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