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Una fotografía nos lleva hoy al pasado. Se publicó en la revista barcelonesa Algo, núm. 336, del 18 de enero de 1936. Es la fotografía de «El famoso lugar de los molinos de viento», es una fotografía de Campo de Criptana, en blanco y negro, o sepia, como debe ser para aquella época, una imagen congelada en el tiempo de un pueblo manchego, que tanto se podría haber hecho a comienzos del siglo XIX como ya, cuando en efecto se hizo, seguramente, entrados los años treinta del XX. El blanco y negro nos transporta al pasado mejor que la fotografía en color; aporta nostalgia, aporta añoranza, aporta una visión en cierto modo idílica de lo que fue y de lo que ya no es.
Ilustraba esta fotografía un artículo de una de las personas que más escribió por aquella época sobre La Mancha y también sobre Campo de Criptana: Ángel Dotor. Quizá pocas personas como él fueron capaces de comprender La Mancha, quizá nadie más. Quizá porque él era también manchego y La Mancha, digámoslo así porque así es, es un paisaje y un mundo para iniciados. La verdad es que pocos la comprenden, que pocos pueden alcanzar a ver más allá de la infinita llanura que se funde, allá a lo lejos, con el horizonte.
Se extiende en la fotografía el pueblo de Campo de Criptana ante su sierra tal y como era allá por comienzos de 1936, si es que la fotografía se hizo en aquel momento, porque cabe también la posibilidad de que fuese anterior. Lo importante para nosotros es que se publicó a mediados de 1936 y que aquella imagen, la de un pueblo encabalgado en su sierra de los molinos (cinco parecen vislumbrarse sobre la cresta), la de un pueblo que reposa plácido sobre la llanura, un poco como acostado sobre la pendiente de las colinas, un poco sobre tumbado en la llanura, tendría los días contados. Los surcos de los campos convergen allá a lo lejos en las raíces de las primeras casas, quizá no casas, sino corrales, blancos como la leche, blancos de cal, como es el blanco de La Mancha. Desde la lejanía, los surcos todos parecen buscar el mismo destino… los surcos. Y el destino no es otro que el pie de la torre de la iglesia aquella antigua, que, ella sí, tendría los día contados. Sobresale sobre el horizonte de su llanura su torre y su mole, rodeada de casonas blancas por aquí y por allá. Allá a la derecha, sobre la cresta de la sierra otro edificio blanco surge entre la masa informe de tejados. Es la ermita de la Virgen de la Paz… y a la derecha está su molino… tal para cual, desde hace siglos.
La fotografía es en blanco y negro, pero puede el lector imaginar su color, puede el lector comprender La Mancha y puede comprender Campo de Criptana. Tal imagen, la de la fotografía tenía los días contados. A los pocos meses se echaría en falta aquella torre majestuosa, quizá la más alta de la provincia, que parece brotar entre las casas de Criptana, aquella torre que parece buscar el cielo. Los campos arropan a Campo de Criptana, los campos llegan hasta los mismos pies de sus casas, de sus corrales, de sus cercados. Pero la reina es, sin duda, aquella iglesia, enseñoreada sobre su pueblo. Pero tendría esta iglesia los días contados por aquellos días de mediados de enero de 1936. Había comenzado la cuenta atrás.
Es en esos momentos cuando la melancolía mana de una fotografía, cuando uno se da cuenta de que todo pasa y de que, quizá, nada queda. Nos queda, al menos la fotografía y ella, por un momento, nos permite revivir lo que hubo y ya no hay. Ángel Dotor comprendió como pocos La Mancha, conoció como pocos su espíritu… y eso sólo ocurre cuando se es parte de La Mancha, sólo ocurre cuando se es un iniciado. Dejemos hoy que vuele libre la imaginación. Mañana se verá la fotografía.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO
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