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Dejaremos sin desvelar hoy la fotografía a la que nos referíamos ayer. Como decíamos en su momento, se publicó en la revista barcelonesa Algo, núm. 336, del 18 de enero de 1936, como parte de un extenso artículo de Ángel Dotor sobre Campo de Criptana.

Dejemos que la imaginación siga volando libre, que siga el lector recreando aquella visión de Campo de Criptana, desde la lejanía, allá donde acaban las llanuras y comienzan las sierras. Quizá la imaginación es más agradecida que una imagen; nos permite recorrer los campos de entonces, las calles del Criptana de aquel tiempo… quizá incluso nos deja entrar en alguna que otra casa para ver cómo vivían los criptanenses de entonces, los que vivían bien y los que vivían mal, y los que ni una cosa ni otra. Nos permite la fotografía quizá, incluso, oír el sonido de las campanas de la torre de la iglesia vieja, quizá poder recrearnos con la música de su órgano, o quizá de algún cántico eclesiástico en latín.

Dije ayer que hoy pondría aquella fotografía, pero me lo he pensado mejor. He pensado que, quizá, la imagen nos coarte en nuestro paseo en el tiempo, que nos diga por dónde ir o por dónde no ir, que nos impida con su vieja sepia poner color al Criptana de entonces. Ninguna fotografía, ni entonces ni hoy, puede transmitirnos la atmósfera auténtica, la luz del sol de una tarde de finales de invierno, cuando ya los días alargan, cuando se acerca la primavera… y lo molinos de viento allí, a lo lejos, sobre la cresta de la sierra criptanense.

Ya por aquel entonces no molían aquellos molinos y el abandono se iba haciendo dueño de ellos. Muchos fueron quienes levantaron la voz para evitar la catástrofe… la pérdida irreversible el emblema más quijotesco de Campo de Criptana. Eran, sin embargo, malos tiempos para la poesía. No sé si ha habido alguna vez buenos tiempos para la poesía o para la cultura, o para el arte. A lo mejor viven en una crisis crónica que se perpetúa desde el comienzo de los tiempos y se eternizará hasta el final. No eran tiempos aquellos, a comienzos del año 1936, para preocuparse del destino de los molinos de viento. Eran tiempos de otras preocupaciones. Faltaba todavía mucho para que tuviesen los molinos quienes velasen por ellos, quienes estuviesen pendientes de que su silueta no desapareciera de la cresta. De poco valían las quejas lastimeras que de vez en cuando se publicaban en la prensa.

Criptana desde la lejanía: Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2015)

Criptana desde la lejanía: Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2015)

Todos los surcos, como los caminos, parecen converger en Campo de Criptana en la fotografía, «la Fotografía», pongámosla en mayúscula, la que nos ha dado para tanto imaginar. ¿La publicaremos? Quizá mañana, quizá pasado. El tiempo dirá si nos compensa dejar a la imaginación, esa loca de la casa como decía Santa Teresa, volar libre entre los tejados criptanenses de comienzos del año 1936, o si necesitamos un baño de realidad. Dejaremos de momento que la loca de la casa siga haciendo de las suyas.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO