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Días grises y lluviosos: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)
«Desde mi molino». Este es el encabezamiento de la «Crónica de Campo de Criptana» escrita por Lorenzo Martín que se publicó en el periódico Lanza, del 12 de abril de 1947. Es una crónica festiva y una crónica religiosa en la que se hace una valoración de la Semana Santa que acababa de terminar y del día de la Virgen de Criptana. Nos cuenta Martín que había sido aquella, al parecer, una Semana Santa gris, lluviosa, triste, pero ya había vuelto la luz del sol. Y ahora comienza a desgranar lo vivido en la Semana Santa: El Rosario de Penitencia de la Hermandad de Ex-Cautivos, «en la calma recogida de la noche del miércoles»; «el acompasado compás de la Centuria romana»…; también la procesión del Silencio, o el «lento caminar de Jesús cargado con la Cruz en el grisáceo amanecer del viernes»; y el «desfile impresionante del Santo Entierro»… Todo ello resumía la Semana Santa de aquel ya lejano año de 1947.
Recuerda también Martín el sermón de la madrugada del viernes, las Siete Palabras, y también la Resurrección, pero lamenta que:
… las viejas costumbres de los pliegos de aleluyas arrojadas a los muchachos en el confuso «repelón» no hayan vuelto después de la guerra.

El camino serpenteante: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)
Pero ya había pasado la Semana Santa, y Martín pasa a hablar de la Virgen de Criptana, no sin una previa imagen bucólica del momento:
Chillan los vencejos que van y vienen sobre la ermita de la Virgen de la Paz, añorando quizá en sus giros la derribada torre de la Iglesia.
Martín nos lo cuenta desde la ventana de su molino. A lo mejor es una licencia poética, porque, hay que reconocerlo, esta crónica tiene una gran calidad literaria en estilo y en imágenes. Mira desde la ventana de su molino, Martín, y ve «la serpentina blanca de un camino…». Es el de la Virgen, y por ella avanza un «hormigueo inagotable que brota del caserío». Son los romeros que en este día se dirigen a pie al santuario.
Y Martín cuenta ahora la traída de la Virgen de Criptana a su pueblo. «Mucho devotos»… «paso de tambor», hombres y mujeres descalzos para cumplir promesas. Y la multitud esperaba en la entrada del pueblo, y con ella estaban las autoridades, con el alcalde y su corporación municipal, el cura, «revestido de su capa dorada». Y entre ellos, nos cuenta Martín, se había colado un mendigo.

En el santuario: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)
Ésta es la crónica que, en una columna, recoge tanto y con tanto buen observar, recordar y escribir. Desde su molino, Martín cuenta Criptana, cuenta cosas de Criptana… y de los criptanenses. Aquella Semana Santa de 1947 era ya historia, y también era historia el día de la Virgen de Criptana, y la romería, y la traída. El tiempo no perdona, pero, por fortuna, la hemeroteca nos deja perlas como ésta que bien merecen una lectura sosegada. Tiene mucho más la crónica, tiene mucha reflexión, tiene mucha descripción, tiene mucha riqueza cromática y temática que aquí no podemos reproducir, porque si Martín tuvo palabras para hacerlo, hay que leerle a él.
Años después, también un molino, también una ventana, serían el medio para mirar Criptana. Gregorio Prieto pintó lo que veía por aquella ventana; veía Criptana al fondo, veía el caserío blanco, veía sus tejados, sus casitas, y veía la alta espadaña de la iglesia del Convento de Carmelitas… y veía el horizonte, y veía los cielos de Criptana. La ventana de un molino da para mucho.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO