Etiquetas
Bicicleta, Cable, Caminante, Camino, Camino de Argamasilla de Alba a El Toboso, Camino de Campo de Criptana a Argamasilla de Alba, Camino de Campo de Criptana a El Toboso, Camino de Campo de Criptana a Pedro Muñoz, Camino de MIguel Esteban a Pedro Muñoz, Campestre, campo de criptana, Carretera, Cemento, Excursión, Luz, Mapa, Paraje, Paseo, Poste, Tierra, Timbre, Toponimia, Uralita, Viajero

Paisaje I: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)
Va siendo hora de concluir esta excursión campestre por parajes de Criptana. Un paseo en bicicleta, de poco más de dos horas, realizado un sábado por la mañana de mediados de septiembre nos ha proporcionado argumentos para este largo viaje. Hemos mezclado realidad y ficción, y pasado, presente y futuro se han difuminado en un continuum espacio-temporal hasta dar forma a un paseo nunca hecho tal cual. Es cierto que muchos de los elementos que lo configuran sí son reales, y que muchos de ellos corresponden a paseos realizados en otras ocasiones. Y así, tomando de unas procedencias y otras, unas reales y otras irreales, hemos puesto todos los elementos en nuestro mortero y con nuestra mano del almirez, que no es sino la redacción, los hemos majado, los hemos aderezado con pequeñas historias de aquí y de allí… y el resultado ha sido éste.

Paisaje II: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)
Pero ya hemos llegado al final. Con la bicicleta recorrimos en su momento muchos kilómetros; pero más hemos recorrido con la imaginación. Dos mapas nos han guiado: Uno es el de 1886, el otro es uno de los modernos al uso. Y así hemos viajado también en el tiempo, y hemos visto cómo fueron en otros tiempos ya lejanos algunos parajes de Campo de Criptana, y cómo se llamaron. Unos topónimos se han perdido, y otros han venido a ponerse en su lugar. Es la toponimia como la vida misma, en la que unos se van y otros vienen a ocupar su lugar.
Hemos recorrido un paisaje en el que aún no había carreteras (y nuestra bicicleta ha sido testigo de ello), un paisaje en el que aún los viejos caminos eran medios de comunicación vitales entre pueblos… el camino de Argamasilla de Alba a El Toboso, el camino de Campo de Criptana a Argamasilla de Alba, los tres caminos que llevaban de Campo de Criptana a Pedro Muñoz, siendo uno de ellos «El viejo», el camino de Campo de Criptana a El Toboso, o el camino de Miguel Esteban a Pedro Muñoz. Hemos comprendido, con estos caminos a la vista, por qué algunos parajes son como son, por qué las carreteras modernas van por dónde van y por qué aprovecharon los itinerarios de los viejos caminos, los sabios, las líneas más cortas entre dos términos, los que salvaban los accidentes geográficos con prudencia, los que durante siglos y siglos fueron testigos de los viajes de muchas generaciones de viajeros y caminantes.

Mi timbre: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2017)
El viaje en bicicleta se acaba. Hay que advertir que la bicicleta, que tantos años ha estado sin timbre, ya tiene timbre. Es gordo, como debe ser un timbre, y colorido, con muchos colores. Lo pulso y suena alegre, cantarín y pizpireto, casi juguetón, y creo que a lo mejor hasta da notas musicales, que es ya el colmo para un timbre. Comencé el paseo con una bicicleta sin timbre, y concluyo el paseo con una bicicleta con timbre. No es un timbre de París, como el de Raquel, pero es un timbre al fin y al cabo.

Paisaje III: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)
Las cosas pueden cambiar mucho en un «me ves y no me ves». Los paisajes también han cambiado, pero no tanto como se podría pensar. ¿Qué diferencia a los paisajes de hoy de los de antaño? Postes de la luz, cables eléctricos, una línea gris que atraviesa la llanura, que no es sino una carretera, la uralita y el cemento en alguna casa de campo y quizá también algún vehículo de motor. Quizá también las toponimias, aunque, hay que reconocerlo, son muy reacias al cambio. Poco más ha cambiado. La tierra es la misma que pisaron gentes de otros tiempos, esa tierra que lleva allí siglos y siglos. Cada día sale el sol, y cada día se pone. Y la tierra sigue allí… con su impasible cotidianeidad del paisaje. Eso, en un mundo tan cambiante, da mucha tranquilidad… hay que reconocerlo.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO