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En el camino de los Siete Molinos: Foto de M.P. Moratalla Cañas (2016)
Cruza por la carretera, la N-420, hoy el viajero el paraje de La Cañamona. Cruza rápido, y apenas hay tiempo de contemplar a un lado un fantasma del pasado. Ruinas de unos tapiales en las que aún se marcan los huecos de ventanas y de puertas, y una arboleda… de capa caída. A lo mejor hubo vida cotidiana en aquel lugar en otros tiempos.
Enviamos hoy a nuestro caminante, el infatigable, de paseo y de curiosidad, a que recorre aquellos parajes. Y parte un día de 1886. Sale de Campo de Criptana, y toma el Camino de los Siete Molinos. Sí es la mejor opción en aquel tiempo para ir de Campo de Criptana a Alcázar de San Juan. Pero no es la única. Hay otras posibilidades. Puede el caminante también partir del Pozohondo, y enfilar directamente el camino de Alcázar de San Juan a Campo de Criptana, y encontrará al poco la línea de ferrocarril, y la tendrá que cruzar. Allí, casi al lado, entre los puntos kilométricos 153 y 154 había una casilla. O también podría tomar el caminante el Camino de la Era del Monego, hasta encontrar el Camino del Pozo del Albardial. Es en aquel tiempo Campo de Criptana pueblo recogido, mancha roja en el mapa, un kilómetro, más o menos, distanciada de su estación ferroviaria. Terminaba Criptana hacia el oeste en la actual Plaza del Pozohondo, y más allá era todo campo. No aparece el topónimo «La Cañamona» en aquel tiempo consignado en los mapas. A lo mejor existía y era sólo vox populi; a lo mejor era nombre viejo en la tradición oral, pero no en la cartográfica, que llama por aquel tiempo al paraje «Pozo del Albardial», pues allí hay un pozo del mismo nombre que tanto motivo de disputa fue durante muchos años entre Campo de Criptana y Alcázar de San Juan.

Fantasmas del pasado: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)
Vuelve a partir el caminante, y hace el mismo recorrido ciento treinta y pocos años después. Toma la carretera. No existía en su anterior paseo, poco más de cien años antes. Pero hoy es la vía fundamental para ir de Campo de Criptana a Alcázar o de Alcázar a Criptana, tómese la dirección que se quiera. Como en todos los demás casos, estas carreteras han arrinconado en el tiempo y en el espacio a los viejos caminos, en los que aún, a veces, cuando el viento aúlla en la llanura, parecen oírse ecos de caballerías y de tartanas, y de galeras, y de carros, y la voz de algún caminante de otros siglos. Toma el caminante la carretera. El paisaje ha cambiado mucho. Hay un polígono industrial a su izquierda, o, mejor dicho, un nonato políglono que, dicho sea de paso, afea el paisaje mucho con su vacío desconsolador. Al poco cruza el límite el caminante, el de los dos términos, el que separa a Campo de Criptana y Alcázar de San Juan. Y entra el caminante en tierras de Alcázar. Recuerda aún los caminos que en otro tiempo transitó, el de los Siete Molinos, el de la Era del Monego, el del Pozo del Albardial. Los viejos caminos no cambian.

En La Cañamona: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)
Cruza por la carretera, la N-420, hoy el viajero el paraje de La Cañamona. Cruza rápido, y apenas hay tiempo de contemplar a un lado un fantasma del pasado. Ruinas de unos tapiales en las que aún se marcan los huecos de ventanas y de puertas, y una arboleda… de capa caída. A lo mejor hubo vida cotidiana en aquel lugar en otros tiempos. Es en esos momentos cuando el caminante comprende cuán deprisa pasa el tiempo, cómo se pasa la vida y se llega la muerte, cómo lo que fue ya no es y lo que es no será. Y le viene a la mente la medieval pregunta… Ubi sunt?… aquellos paisajes de otros tiempos, los que recorrió hace tanto, cálidos parajes frecuentados por el ser humano entonces, hoy sólo fantasmas del pasado.
JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO