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Ya cerca de Criptana: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)

Hizo ayer su camino, en el espacio y en el tiempo, nuestro caminante. Fue y vino, partió de Criptana y a Criptana volvió. Fue en otro tiempo, hacia 1886, volvió en el nuestro. Llegó al paraje del Pozo del Albardial. Tomó uno de los caminos criptanenses que enfilan rumbo al occidente, todos, como los que van a Roma, van también a Alcázar, se vaya por donde se vaya. Fue por el de los Siete Molinos, pero se podría haber ido también por el de la Era del Monego, o por el del Albardial, o por el camino de Alcázar a Criptana. Surcaba en aquel tiempo el paisaje sólo la línea férrea, con sus casillas. Tres había en el trecho que va de Alcázar a Criptana: una en el kilómetro 150, otra poco antes de llegar al kilómetro 152 muy cerca del paso a nivel que hace el Camino del Albardial, y otra entre el kilómetro 153 y el 154. Después comenzaba su curva la vía del ferrocarril y buscaba la estación de Campo de Criptana.

Era, como ya dijimos, más pequeño el casco urbano criptanense. Desde el Pozohondo, que era la salida del camino de Alcázar de San Juan a Criptana, había unos 2.300 metros hasta el límite con Alcázar de San Juan. Vamos ahora a las afueras actuales, allí donde comienza o acaba Criptana, depende de cómo se mire y desde donde se venga o a dónde se vaya. Tomemos, por ejemplo, la primera de las rotondas que encuentra el viajero cuando viene a Criptana desde Alcázar. Desde allí al límite con Alcázar de San Juan ya sólo hay 1.301 metros en línea recta. Casi un kilómetro ha comido Criptana a sus campos hacia el occidente, tanto que el Pozohondo, que en otro tiempo fuera afueras (tan afueras que se eligió el lugar para la construcción del primer cementerio criptanense allá por comienzos del siglo XIX), hoy es centro como el que más, como la Plaza Mayor, o como la calle Convento, o como la Calle Santa Ana.

Desde el camino: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)

Me dice el caminante que no piensa volver por la N-420 a Campo de Criptana, que quiera recorrer viejos caminos, y que las piedras de las laderas, las que han contemplado generaciones y generaciones de viajeros, de caballerías, de tartanas, galeras y carros… y a lo mejor también algún que otro tílburi…  de alegrías y de penas, días y noches, soles y nieblas… quiere que esas mismas le contemplen a él. A lo mejor así se convierte el caminante en un eslabón más de la infinita cadena de pequeñas cosas que configuran entre todas, poco a poco, la historia. Y se vuelve, como es de rigor, por el Camino de los Siete Molinos. Que también podría volver por el Camino de la Era del Monego, o por el del Pozo del Albardial, o por el de Alcázar a Criptana… es verdad, también podría, pero prefiere éste, el de los Siete Molinos. Algo no cambia.

Por el camino: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2016)

Llegará el caminante a Criptana y entrará por su calle Alcázar. No todo ha cambiado. Así se llamó aquella calle en aquel tiempo, mucho más corta que hoy, pues sólo llegaban sus casas al cruce con la calle Moreno (actual Veracruz), y más allá… todo campos, todo eras. Era la calle Alcázar entrada natural a Campo de Criptana para el caminante que venía de Alcázar, antes, mucho antes, de que se construyera la N-420.

Pero tú, lector, haz de caminante hoy, y recorre aquellos viejos caminos, pisa su tierra y detente de vez en cuando, y piensa: «Yo también soy un poco de esta historia».

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO