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Paisaje junto al Záncara: Óleo de José Manuel Cañas Reíllo (2015)

Decide el caminante retomar su camino. Pero antes piensa. Está en el Puente de San Benito, justo en medio, como entre dos mundos. Mira el río y sigue con la vista su curso hasta que se pierde en el horizonte, y piensa que no hay nada más triste en el mundo que un río sin agua. El que escribe también lo piensa, y también al que escribe esto le entristece mucho. No es bueno que un río no tenga agua, no por el hecho en sí, sino porque es mal síntoma. Siente el caminante nostalgia cuando recuerda que alguien le contaba que en otros tiempos se pescaba en este río Záncara, y que tenía agua de sobra, y que había quien incluso se bañaba en él, y que era de resonar cantarín y risueño su cauce, y que brillaban sus aguas bajo la luz del sol, y que rebosaba de vida. Y mira ahora el caminante, y sólo ve un gran vacío casi tan inacabable como la llanura, casi tan inabarcable como el cielo… hasta donde la vista se pierde.

Hay un poco más allá un paraje que se llama Prados del Záncara. Nos trae hermosas evocaciones tal topónimo, y con eso de «prado» piensa uno en una extensión verde, pero verde rabioso, verde fuerte, verde como sólo en primavera se puede ver. Ese paraje está al norte del río Záncara. Pero vayamos al sur. El caminante también lo ve desde el puente. Es la Casa de los Jardines. Y también las evocaciones bullen en la mente del caminante, y también del que escribe. Y se imagina uno, sin querer, un paisaje verde despampanante, verde escandaloso, ese verde que nunca se puede dejar de mirar, ese verde de los trigales en primavera que más parece una alfombra de terciopelo que un campo. Mira más cerca el caminante desde el puente. Hay una casa. Es La Calzadilla.

Como era el río: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2013)

Decide ir allí. Y toma el único camino enfila hacia el sur desde el Puente de San Benito. Es el Camino de Campo de Criptana a Tomelloso. Ciertamente nada más pasado el puente, y una vez pasada la casa, un camino parte hacia el este, y luego se bifurca de nuevo. Hacia un lado, hacia el norte, parte el Camino de las Carretas, que irá casi completamente paralelo al río Záncara, como si tuviera querencia por el río. En estas cosas, algunas veces los caminos parecen tener sentimientos. Hacia el sureste parte otro camino, que llegará a la Casa de Baíllo, y allí, de nuevo, se bifurcará en otros dos: uno volverá al Camino de Campo de Criptana a Tomelloso; el otro aparece en los mapas modernos como «Camino Real». Pero dejemos las cosas claras. Esto aparece tal cual en los mapas modernos, pero no en los antiguos, como el del Instituto Geográfico Nacional de 1886. Curiosamente, ha cambiado bastante el trazado de los caminos en esa zona desde entonces hasta ahora. Digo que es curioso porque no es habitual que el trazado de los caminos cambie de unas épocas a otras; suelen ser bastante inmutables, a lo mejor porque el camino se hace al andar. En el mapa de 1886 aparece otra casa al sur de la Casa de Baíllo. Es la Casa de Ciruela, y un pozo enfrente, al otro lado del camino. La busca el caminante en su trayecto de hoy, pero no la encuentra. A lo mejor el tiempo también la ha enterrado. Un poco más allá, al sur, ya casi junto al río Córcoles hay otra casa. Estaba en el mapa de 1886 y está hoy. Es la Casa de Perucho.

Pero volvamos al camino de hoy. Decidió el caminante ir a La Calzadilla. Que siga su destino. Va por el camino de Campo de Criptana a Tomelloso. Llegado a un punto sale un desvío hacia el oeste, y de él partirán otros dos caminos hacia el sur: uno es el de Argamasilla de Alba a Campo de Criptana, el otro es el de Casa Vieja a Campo de Criptana. Hay cuestiones direccionales que merecen una reflexión, y así lo piensa el caminante: ¿Por qué se llamará el camino de Argamasilla de Alba a Campo de Criptana y no de Campo de Criptana a Argamasilla de Alba? Como todo, los nombres de los caminos dependen del cristal con el que se miren. ¿Qué más dará? Sigue el caminante y toma el camino de Casa Vieja. Al poco otro camino le llevará a La Calzadilla. Está en plena llanura del Záncara, en su cuenca de tierras grises. Desde aquí puede vislumbrar el caminante, no sin esfuerzo, por dónde transcurre el curso del río, y piensa que no hay nada más triste que un río sin agua y sin vida, y a lo mejor sin futuro. Esto es lo peor.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO