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Suelen las comparaciones ser odiosas, pero no siempre. A veces son nostalgia, y evocación, y recuerdo. Mira el caminante su pueblo, Campo de Criptana, desde la Carretera de Nieva, allá por su kilómetro 6. Mira hacia su llanura, y ve Criptana extendido sobre e horizonte, como dormido. El Criptana de hoy es extenso. Si lo quiere recorrer uno desde su extremo este, allá por el Cementerio, hasta su límite occidental, allí donde se cruzan las rotondas.. tendrá que hacerse a pie uno 2.330 metros, pero en línea recta. Si uno se puede a dar vueltas, tendrá más andar.

En la llanura: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

¿Y si quiere ir desde, por ejemplo, la vía del ferrocarril, allí por el paso a nivel, hasta su límite norte? Pues nada menos que serán unos 1.500 metros, hasta el pie mismo de los molinos. Mira uno desde lo alto y ve un pueblo de trazado callejero variado. Verá su almendra central, compacta, de calles más estrechas, de manzanas irregulares, como trazadas por la casualidad, como surgidas a lo largo del tiempo sin mucho plan ni proyecto. Y verá quien mire desde arriba cómo aquellas manzanas se van retorciendo a medida que se acercan a la sierra de los molinos. Los desniveles del terreno imponen sus limitaciones, y aquí las calles se han adaptado a ellos, y suben y bajan, y bajan y suben que es un primor. Y verá también quien mire desde arriba, desde muy arriba, a lo mejor desde un satélite, que se diferencian bien las partes más nuevas del pueblo. Tienen trazados rectos, a modo muy griego y romano, con forma de damero, todo con mucho orden y simetría. Esto ocurre en todos los pueblos y ciudades que han crecido mucho en el último siglo.

Y mira ahora el caminante su pueblo, Campo de Criptana, en 1886. Ya no llegan sus calles y casas hasta el ferrocarril mismo. Está bien alejado de los límites que tiene hoy. Cruzará el caminante la vía del ferrocarril por el camino de Nieva, y aún tendrá un largo trecho de campos hasta las primeras casas. Iba a parar entonces el Camino de Nieva al mismo Pozohondo, pero hoy no lo podríamos imaginar viendo el urbanismo de hoy. Desde el ferrocarril hasta las primeras casas tendrá el caminante un camino de 550 metros, más o menos, y casi sin darse cuenta estará ya en el Pozohondo. Era el Pozohondo el aquel tiempo la última frontera hacia el occidente, y era una de las dos salidas naturales para ir a Alcázar de San Juan. La otra era la Calle Alcázar. Y también del Pozohondo tenía que partir quien quisiese tomar el camino a Manzanares.

En toda su extensión: Foto de José Manuel Cañas Reíllo (2014)

De nuevo mira el caminante el mapa del Instituto Geográfico Nacional. Ve allí, donde acaba el Pozohondo, un pequeño recuadro. Era el viejo cementerio, aquel primer cementerio que tuvo Campo de Criptana cuando se prohibieron las sepulturas en iglesias. ¿Cuanto tiene que recorrer quien quisiera ir desde el límite este hasta las ultimas casas criptanenses del oeste? Veamos… Acababa Criptana hacia el este en el lugar en el que confluyen la calle del Monte y la Calle Concepción. Ese era el límite este, y allí, a su lado, estaba el paraje llamado Corrales. Hasta el nuevo Cementerio, el de hoy, había desde aquel punto poco más de medio kilómetro, el último saludo de los muertos al sol y a la luz de los paisajes floridos y verdeantes. ¿Y cuál será el límite por occidente? Pues quizá en la Calle Alcázar, pero no donde acaba hoy, sino mucho antes, mucho, mucho antes, en el lugar en el que se cruza con la vieja calle Moreno, hoy Veracruz. Pues, ni más ni menos, tendría que recorrer el caminante para ir de un punto a otro, sin salirse a los campos, 970 metros. Y del límite sur de Criptana, por ejemplo el Pozohondo, hasta la sierra de los molinos, pues nada menos que 740 metros tendría que recorrer el caminante en aquel tiempo.

No siempre las comparaciones son odiosas. Ésta de hoy nos despierta imágenes de otros tiempos, calles de tierra, casas blancas encaladas fulgurantes bajo la luz del sol, un laberinto de tejados, alguna que otra casa solariega, y escudos en fachadas, y una iglesia que era un sol, con su torre, una de más altas de la provincia. Ésta de hoy, la comparación, nos resurge nostalgias. No siempre, no todas, las comparaciones son odiosas.

JOSÉ MANUEL CAÑAS REÍLLO